El beisbol profesional venezolano llega esta semana a 75 ediciones consecutivas, en medio de la peor crisis económica que ha sufrido Venezuela desde la creación del circuito y entre medidas de contingencia que buscan servir de solución de continuidad a la complicada situación.
Giuseppe Palmisano, presidente interino de la LVBP, admite que “la liga comienza de una manera modesta, no es lo que ha sido todos los años”, pero recuerda que ese es el modo que la pelota criolla ha tenido para mantener los 40.000 empleos directos e indirectos que, sostiene, genera la actividad cada año.
El calendario ha sido reducido de 63 a 42 juegos por equipo. La cuota de importados bajó de 8 a 6 jugadores y al menos en 2 casos hay escuadras que decidieron empezar con menos extranjeros. La acción no dio inicio en la segunda semana de octubre, como es habitual, sino ya entrado noviembre.
“Todo eso demuestra que no vamos a jugar en condiciones normales”, señaló Palmisano.
La sola presencia al frente del despacho de El Recreo del presidente de los Navegantes de Magallanes y de dos de sus colegas, Humberto Oropeza (Cardenales de Lara) y Antonio José Herrera (Tiburones de La Guaira), es prueba de esos cambios forzados. La directiva de la LVBP en funciones renunció, en medio de presiones de varios sectores para llevar a cabo la justa sin diferencias respecto a los últimos años.
El veto de la MLB cambió muchas cosas. Ante la duda sobre el origen del patrocinio del circuito, procedente en parte de entes y empresas estatales, y frente a las sanciones del gobierno estadounidense contra esos organismos, la oficina del Comisionado de las Grandes Ligas decidió excluir a Venezuela del Acuerdo del Beisbol Invernal, lo que afecta la contratación de forasteros y la presencia de bigleaguers y ligamenoristas en ejercicio, así como de managers, coaches, oficiales y scouts.
Los clubes respondieron con un nuevo status quo. Con el fin de reanudar lazos con las Mayores, cortaron lazos con patrocinadores oficiales, lo que les ha llevado a reducir drásticamente sus presupuestos.
La gran carpa ni la administración de Donald Trump se han pronunciado todavía.
“El desprendimiento del patrocinio de las empresas del gobierno nos genera menos ingresos y nos obliga a ahorrar de muchas maneras”, indicó Palmisano. “La calidad de los peloteros ha cambiado, porque no vamos a contar, por ahora, con aquellos adscritos a la MLB. Pero se está haciendo lo imposible para traer jugadores de ligas independientes, buscando que tengan la mejor calidad”.
La situación no es del todo nueva. Dos terceras partes de los grandeligas del patio se han ausentado cada año en el último lustro y cada vez eran más los importados procedentes de circuitos no afiliados. Pero las circunstancias han precipitado una radicalización de ese panorama.
“Para los criollos hay una oportunidad”, rescató Palmisano. “Van a jugar muchos que antes debían comer banca ante jugadores establecidos. Habrá peloteros de la cantera y otros en ascenso”.
Los equipos han tratado de presentar un espectáculo que no desluzca, en tales circunstancias, aunque los cambios son importantes. Hasta hace un año, un importado medio podía recibir entre 10.000 y 15.000 dólares al mes. Un ejecutivo señala que esos salarios se han reducido “entre 15 y 20 por ciento, en promedio”, y otro agrega que “hay algunos que recibirán 2.000 dólares” mensuales.
Algunas escuadras han tenido incluso que recortar la nómina de nativos, vistas las circunstancias. Pero todas llegan al Día Inaugural con la esperanza de ofrecer un entretenimiento que le guste al público, mientras pasa la crisis y regresa la normalidad al pasatiempo nacional.