Si Universitario fuera una jugada, no sería una huacha o una pared. Y si fuera un jugador -con el perdón de Chale, Leguía o Martínez- tendría que ser uno que se tira de cara al minuto 90. En ese rubro, extraño para un medio que celebra los taquitos, cuando llega a la «U» un futbolista así, se gana rápido el respeto de la gente. Es automático. Venga de la China, de Uruguay o de Venezuela, como Arquímedes Figuera.
¿Cómo llegó al Perú? O mejor, ¿qué tipo de estrategia hay en fichar a un jugador caribeño antes que a un tradicional uruguayo? Son varios los factores: el económico -el medio venezolano es, digamos, más práctico de negociar-, el futbolístico -la tabla de la Eliminatoria todavía hace más atractivo al Perú antes que Venezuela o Bolivia- y quizá el más importante, el factor conocimiento: a Figuera lo conocía César Vento desde su etapa en La Paz y la primera vez que preguntó por él en serio le dieron una hoja con varias cifras.
El criollo había jugado seis partidos en la Copa Suramericana 2016 con Deportivo La Guaira y era top 3 de los volantes más recuperadores del torneo. También participó de 50% de los goles de su equipo. Jugaba con el dorsal 6. Y si hay un puesto diseñado para Universitario, que lo resume históricamente, que fue alguna vez de Lucho Cruzado, es ese.
La prehistoria: «Mándeme los pasajes para mañana mismo»
Después de negociar con La Guaira -préstamo y porcentaje para el club si hay venta-, y ya como gerente general de la «U», César Vento llamó a Figuera para convencerlo de venir. Podía ser mas difícil de lo que fue: Figuera jugaba por su selección y tenía una chance de Brasil. Pero le hablaron del club crema, de jugar la Libertadores -nadie sabía aún que sería un fracaso-, de la vuelta de Vargas y el Mudo Rodríguez. De un proyecto, no de un contrato. Escuchó y pidió el documento para firmar. En minutos. Y un sábado de enero, de noche, cuando el fútbol descansa y no hay noticias, su anuncio como jugador crema por todo 2017 hizo el eco que hacen los fichajes anónimos: ninguno. En El Comercio ni siquiera salió al día siguiente.
Hartos de los refuerzos bulleros, de los dinosaurios que vienen a reposar, el fútbol peruano ha recibido a un futbolista que ha venido a enseñar. Básicamente, su juego: Figuera es un volante que ha entendido que de nada sirve cortar si no hay pase, que no funciona pisar solo su campo sin real influencia en el del rival. El que no entiende eso hoy, da ventaja. El que no imita, pierde su tiempo. Mientras tanto, Figuera llega tempranito a Campo Mar y pide al técnico Bernay que lo ayude a mejorar la patada y ya vemos cómo le fue.
El balompié inca necesita mejores futbolistas, no currículos ni pasaportes.
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