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Faustino Zabala: un careta que era un lujo detrás del plato

por El Nacional El Nacional

“Ese muchacho pide mucha plata”.  La conversación telefónica del scout Carlos Loreto con Arturo Celestino Álvarez hacía referencia a un joven de 17 años de edad, Faustino Zabala, que despuntaba en la pelota doble A de Cabimas.

Entonces, “El premier”, narrador que hacía de gerente general del Cardenales en la 65-66 (primer año del club en la liga central) viajó con Antonio Herrera Gutiérrez, mecenas del club, y el mismo Loreto hacia los predios de la costa oriental del lago. Vieron al prospecto y le entregaron los 10 mil bolívares que exigía por la firma. Esa cantidad era un “realero” para la época.

El 23 de octubre de 1965, Faustino Zabala se reportó a los pájaros rojos en el estadio olímpico de Barquisimeto.

Ya el equipo estaba metido en la temporada regular y el cátcher titular era importado, Federico Velásquez, dominicano que le enseñaría muchos secretos con su bagaje amplio con estatura de Grandes Ligas. El joven solo tomó seis turnos en esa campaña y ligó dos hits.

«Federico me ayudó bastante. No puedo olvidar que en el juego final de la campaña, en Carora, me dejó detrás del plato los nueve innings», citaba el siempre elocuente careta.

Este cronista, de la misma edad del pelotero, también se iniciaba en esa 65-66. Nació una gran amistad que se incrementó cuando Zabala contrajo matrimonio con Glenda Saldivia Bujana, pariente nuestra.

De la unión un hijo (Tinito) ya fallecido. Viajar juntos en carros propios incrementó la cercanía, propicia para conocer interioridades del juego.

Disfrutábamos, para qué negarlo, de la velocidad en las carreteras. Con nosotros, muchas veces, otro aliado en esa de andar veloces en las rutas.

Luis Aparicio nos acompañaba frecuentemente en sus tiempos de manager crepuscular (72-74). El astro marabino también volaba en los carros, como en las bases.

En aquellos años sesenta un cátcher criollo de calidad era material exclusivo, una joya en el todavía escaso material criollo de primera calidad.

Faustino se fue apoderando de la posición paulatinamente. En la 66-67 recibió en 39 juegos y su bate  mejoraba a medida que tomaba confianza.

Su brazo cobró respeto en el circuito. Sabía llevar el juego y de ello dieron fe tiradores como Ken Sanders, Jack Billingham, Ken Forsch, Scipio Spinks, Jim Shellenback, Luis Aponte, “Carrao” Bracho, entre muchos otros.

No era bateador de alto promedio, pero en la 70-71 remolcó treinta anotaciones y al año siguiente sonó para .282 interviniendo en 61 cotejos.

Faustino peleaba sus contratos, discutía hasta la saciedad. Fue uno de los mejores pagados en su tiempo. Era un lujo eso de un nativo regular detrás del plato.

Usaba el número 25 y, eso sí, se entregaba fuerte en el campo. Trabajó 10 zafras con la tienda escarlata (.246, 22HR, 167CE) hasta su cambio a los Tigres en la 75-76.

Poco hizo ofensivamente en la eliminatoria (.219) con aquella escuadra que lideraba su gran amigo David Concepción, pero detonó en la final contra los anteriores compañeros.

Fue la bujía en la serie de siete choques. Tronó para .500 (26-13) y se gozó el título que nunca tuvo con el uniforme larense. Alcanzó cinco calendarios en la banda aragüeña (.229, 96CE).

De algo no quedaban dudas. Se crecía en la chiquita. Valencia, Aragua y Zulia lo tomaron como refuerzo durante su militancia con Cardenales.

Por esa fuerza competitiva arrojó average de .298 con cinco jonrones y 19 remolcadas en fases extras.

Entusiasta dominocista, con chistes a flor de labios, dueño de una prolongada carcajada, bohemio incansable, Zabala llegó hasta AAA con Atlanta y Montreal.

Sus últimos años fuera los cumplió hasta 1976 en la pelota mexicana. Tenía dotes defensivos de liga grande. Quizás le faltó un poco de disciplina para instalarse en el máximo nivel.

Este margariteño (29-12-47), gran conversador, pudo ser un buen instructor pero rechazó tales menesteres, ignoramos el porqué.

Sus tiempos finales discurrieron lejos de luces y cámaras, de éxitos y halagos. Vivía del favor y el cariño de quienes lo queríamos y admirábamos. Mereció mejores tratos.

Se quitó peto, careta y chingalas para darle la última vuelta al cuadro. Nos sorprendió, casi siempre es así, el adiós repentino.

Desde aquí — y hasta donde estés — un abrazo bien fuerte, Faustino. Gracias por tantos buenos ratos. Dios te bendiga en el dugout de los buenos.

Alfonso Saer