La amenaza no ha dejado de acechar desde la salida del Tour de Francia el 29 de agosto en Niza: el covid-19, que obligó a retrasar la prueba dos meses, marcó a fuego la edición que, finalmente, pudo llegar a París tres semanas más tarde.
Con menos público en la cuneta, mascarillas en los rostros y los ciclistas aislados del resto del mundo, la ronda gala logró superar el reto, hasta el punto de que su director, Christian Prudhomme, proclamó que ver al pelotón desfilar por los Campos Elíseos es una victoria.
El Tour ha sido el primer gran evento deportivo celebrado tras el confinamiento, junto al Abierto de Estados Unidos de tenis, pero con la dificultad añadida de que no se celebra en un recinto cerrado.
La edición no ha estado exenta de críticas. El Tour renunció a disputarse en julio, porque la situación sanitaria no lo permitía, y pasó a correrse en septiembre, cuando la pandemia recobra vida en Francia como en otros países de Europa, donde vuelven a multiplicarse los contagios.
La caravana, reducida, ha ido adaptándose al dispositivo de seguridad de cada territorio, marcado por las autoridades. Las cunetas han estado mucho menos concurridas y la mascarilla ha sido la nota predominante entre los espectadores.
Pero ha habido algunos puntos negros. Por ejemplo, el ascenso a Peyresourde, donde se acumuló mucho público y en su gran mayoría sin protección, lo que llevó a los organizadores a apretar las tuercas.
Las imágenes se vieron en algunos otros momentos de la carrera, sobre todo en puertos, donde los espectadores desafiaron la vigilancia impuesta para evitar aglomeraciones en las cunetas.
Sin positivos en el pelotón del Tour
En el terreno deportivo, el Tour acaba oficialmente sin ningún positivo por coronavirus en el pelotón. Las autoridades impusieron un estricto control, una burbuja que afectaba a los corredores, técnicos, médicos y mecánicos, apartados del resto del mundo.
Una gesta logística, puesto que el Tour no es un evento estático y debía moverse cada día a una nueva ciudad. La impermeabilidad de esa burbuja ha quedado muchas veces en entredicho, pero todos los ciclistas han superado cuatro test sin que se haya producido ningún positivo.
Solo hubo dos antes de la salida, lo que hizo que se encendiesen las alarmas de los organizadores. Se estableció el protocolo de que dos casos en un mismo equipo suponían su expulsión de la carrera.
Prudhomme controlado
Prudhomme asegura que aquellos dos positivos en Niza fueron los que llevaron a los equipos a tomarse en serio las medidas de precaución y, a la postre, a salvar el Tour.
En la primera jornada de descanso dieron positivo cuatro miembros del cuerpo técnico de cuatro equipos. Insuficiente para expulsar a nadie, pero de nuevo un toque de atención que hizo que no se bajara la guardia.
También dio positivo el propio Prudhomme, que no forma parte de la burbuja y que, como rostro visible del Tour, tiene cada día una apretada agenda de encuentros y reuniones que le hacían estar más expuesto a la pandemia.
En la segunda jornada de descanso no hubo ningún positivo por covid-19, lo que significaba que el Tour podría llegar a París.
La pandemia fue dejando paso al ciclismo en los comentarios de los aficionados y medios de comunicación.
La mascarilla, las distancias, el aislamiento de los ciclistas se convirtió en la rutina, a medida que la competición iba ganando protagonismo para acabar en la apoteosis de La Planche des Belles Filles, una etapa que entrará por la puerta grande en la historia del deporte.
Junto al triunfo del esloveno Tadej Pogacar, el Tour celebraba el suyo contra la pandemia.
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