Diego Maradona cumple hoy 60 años de edad de una vida que se asemeja a una montaña rusa y cuyo punto más alto fue la conquista del Mundial de México 86, logro que el exfutbolista argentino resume con esta frase: «El momento más sublime de mi carrera, el más sublime».
De aquella epopeya, también la más gloriosa del fútbol argentino, han pasado 34 años, tiempo largo que la ha magnificado aún más, pues ni siquiera Lionel Messi y su generación, ni las generaciones anteriores, han podido emular lo hecho por Maradona y una selección albiceleste que desde entonces llegó al olimpo del deporte rey.
Sin embargo, el momento más sublime de Diego Maradona vestido de corto tuvo un antes similar a la montaña rusa que ha sido su vida, con ascensos lentos llenos de suspenso y descensos a puro vértigo colmados de peligro.
«Lo que nadie entendió, nunca, fue que nuestra fuerza y nuestra unión había nacido de la bronca que nos daba haber tenido que luchar contra todo. Así tenía que ser, ¿no? ¡Si era un equipo mío! Un equipo hecho desde abajo y contra todos», relata Maradona en el libro biográfico Yo soy El Diego.
La conquista del Mundial de México 86 se inició, de acuerdo con Maradona, un día de enero de 1983, cuando terminaba su recuperación de una hepatitis que lo aquejó a finales del año anterior y se encontraba en Lloret del Mar, en la Costa Brava española.
Maradona era la estrella máxima del Barcelona, adonde había llegado como el fichaje más cotizado tras el Mundial de España’82. La hepatitis fue el primero de los varios problemas que le impidieron triunfar como él, la hinchada culé y la prensa lo esperaban.
«Yo me estaba preparando para correr y en eso apareció Carlos Bilardo, que ya era el nuevo técnico de la selección argentina. Me saludó con un beso, me dijo que si yo tenía alguna exigencia económica para jugar en la selección, y luego, cuando le respondí que de ninguna manera, me ofreció ser el capitán del equipo», contó Maradona en la revista El Gráfico.
El entonces futbolista de 22 años de edad quedó mudo de la emoción y enseguida lloró como un niño a quien le dan el regalo más anhelado.
«Ser el capitán de la selección era lo que siempre había soñado. Era representar a todos los futbolistas argentinos. Yo quería ser el patrón, el número uno de Bilardo, y lo fui», agregó Maradona a la misma publicación.
Pero El Diego tuvo que esperar casi tres años para volver a vestir la albiceleste, exactamente desde el 2 de julio de 1982 hasta el 9 de mayo de 1985. Su debut bajo el mando de Bilardo fue en un partido amistoso contra Paraguay en el estadio Monumental de Buenos Aires. Hubo empate 1-1 y él anotó el gol argentino.
El 26 de mayo de ese año se iniciaron las eliminatorias sudamericanas de México 86 y Argentina comenzó de visitante contra Venezuela, en la ciudad de San Cristóbal. Aunque fue victoria por 2-3, hubo un episodio previo que por poco arruina la participación de Maradona.
«Apenas aterrizamos en San Cristóbal se armó un tumulto bárbaro. Había policías, pero eran todos venezolanos. La cosa es que un loco me salió al cruce y me metió tal patada en la rodilla derecha que me arruinó el menisco. Entré rengueando al hotel, tuve que pasar toda la noche con hielo, tirado en la cama», dice el «10» en Yo soy El Diego.
Argentina se clasificó en el partido final, contra Perú en Buenos Aires, que estuvo cargado de drama porque comenzó perdiendo por 0-2 y ganó de remontada por 3-2 con un gol de Ricardo Gareca a los 80 minutos. La Albiceleste no convencía y no estaba en el corazón de los argentinos.
«Yo no entendía nada. La tocaba Enzo Trossero y lo silbaban. La tocaba Jorge Burruchaga y lo silbaban. La tocaba Néstor Clausen y lo mismo… Por suerte nos clasificamos y, lo juro por mi madre, ahí mismo le dije al ‘Flaco’ Gareca: Así vamos a terminar la final del Mundial, sufriéndola, pero ganándola».
Aquella selección Argentina se fue a México en medio de la incredulidad y con un «golpe de Estado» fallido del gobierno del entonces presidente del país, Raúl Alfonsín, quien quería quitar a Bilardo como seleccionador por los malos resultados en los partidos de preparación.
Antes del primer entrenamiento en el sitio de concentración elegido, el del club América, el equipo hizo un juramento: «Somos los primeros en llegar y seremos los últimos en irnos». Luego hubo una reunión en la que los jugadores «se sacaron los trapos al sol» y a partir de ahí hubo armonía y unión como nunca antes.
En el partido debut, Argentina venció a Corea del Sur por 3-1 y Maradona recibió 11 faltas. Luego empató 1-1 ante Italia y El Diego anotó. Posteriormente fue triunfo por 2-0 contra Bulgaria y se clasificó a los octavos de final como primero del grupo. En esta ronda le ganó por 1-0 a Uruguay en un partido en el que ambas selecciones se midieron en un Mundial luego de 56 años.
El siguiente rival fue Inglaterra en un encuentro lleno de morbo por la Guerra de las Malvinas. «Era como ganarle a un país, más que a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos antes del partido que el fútbol no tenía nada que ver con esa guerra, sabíamos que a muchos argentinos los habían matado allá como pajaritos. Y esto, por supuesto, era una revancha», cuenta el 10.
Fue el partido más famoso de Maradona. Argentina ganó por 2-1 y él marcó los dos goles. El primero, bautizado por él mismo como «La mano de Dios». «Ni yo sé cómo hice para saltar tanto. Metí el puño izquierdo y la cabeza detrás, y el arquero inglés, Peter Shilton, ni se dio cuenta», recuerda el exjugador.
El mejor gol de los mundiales
El segundo es considerado como el mejor gol en la historia de los Mundiales. Maradona recibe la pelota detrás de la raya de mitad del campo por la zona derecha y se va en diagonal hacia el arco de los ingleses, en una trayectoria en la que elude a seis jugadores rivales y, trastabillando, la empuja al fondo de la red con el pie derecho.
«Fue el gol soñado y lo hice en un Mundial. Quise poner las fotos de la secuencia, en tamaño grande, en la pared encima de la cabecera de la cama. Junto, una foto de mi hija Dalma (la única que tenía por entonces) y una inscripción abajo que dijera ‘lo mejor de mi vida’. Nada más», agrega en Yo soy El Diego.
El triunfo contra Inglaterra fue la cereza del postre para Argentina, que en semifinales derrotó por 2-0 a Bélgica con dos golazos de Maradona. Anímicamente, la Albiceleste era invencible y futbolísticamente estaba lista para alzar su segunda Copa del Mundo.
El 29 de junio de 1986 se jugó la final. Alemania era el rival y el estadio Azteca, el escenario. Argentina se puso arriba 2-0, pero en cuestión de seis minutos, entre el 74 y el 80, los germanos empataron 2-2 con dos tantos de cabeza.
«Hasta los mexicanos se nos volvieron en contra, cantaron los goles de los alemanes. Los latinoamericanos éramos visitantes ahí, justamente en el Azteca», rememora Maradona, que justo en el minuto 83 asistió con maestría a Burruchaga para que anotara el 3-2 de la victoria, el del título mundial.
El Diego lo sintetiza así: «Yo miraba de reojo al árbitro, el brasileño Arppi Filho, y cuando levantó los brazos y pitó el final ¡me volví loco! Empecé a correr para un lado, para el otro, me quería abrazar con todos. Sentí en el cuerpo, en el corazón, en el alma, que estaba viviendo el momento más sublime de mi carrera, el más sublime».
Tan sublime, que aún tres décadas después, en cada celebración, en cada fiesta, Maradona agarra una réplica de aquella copa del mundo y se fotografía abrazado a ella, como quien abraza el recuerdo de lo que nunca volverá a repetirse.