Si Félix Hernández todavía no cumple los 34 años de edad, ¿por qué hablar sobre él en términos absolutos, en una dicotomía de blancos y negros respecto al futuro de su carrera?
Hernández debería tener mucha gasolina en el tanque. Bartolo Colón, por ejemplo, se prepara para un nuevo intento en los diamantes, en México, ya muy cerca de festejar los 47 años de nacido. Si un pitcher notable puede vencer el paso de tiempo y adaptarse a los cambios, ¿por qué el Rey Félix no podría hacerlo?
En esa última pregunta está la aparente respuesta y posible solución a las cuitas de un lanzador excepcional, que desde 2015 ha ido incrementando su promedio de carreras limpias invariablemente, al punto de cerrar con 6.40 en 2019, una efectividad intolerable para un serpentinero con su trayectoria.
Técnicos, analistas, scouts y cronistas hemos sostenido al menos desde 2017, y muy especialmente a partir de 2018, que Hernández cuenta con las armas para al menos prolongar de manera decorosa su camino en las Grandes Ligas. Si Freddy García lo hizo, por citar un solo ejemplo, ¿por qué no su compatriota?
García terminó su trayecto en las Mayores con envíos lentos seguidos de otros más lentos todavía. Aceptó la necesidad de evolucionar, tras una cirugía en el hombro que le robó rapidez en la recta, y vivió en adelante de un control de cirujano.
El paso del Jefe por los Yanquis y otros equipos, así como sus éxitos posteriores en la LVBP, le depararon sonrisas debido a su habilidad para tirar strikes. Entre 2009 y 2013 concedió apenas 2,5 bases por bolas por cada nueve episodios. Mucho mejor aún, aprendió a perdurar mediante el engaño, haciendo que las conexiones de sus rivales salieran con escasa contundencia, que hicieran poco daño.
Hernández no ha sido tan fino hasta ahora como su predecesor. Desde 2016 ha concedido 3,4 transferencias por cada nueve entradas, una más que García en el mismo recorrido, al tiempo que ha mermado su capacidad ponchadora y ha incrementado de forma drástica el total de jonrones recibidos.
La combinación explica en parte por qué los problemas del diestro de Flor Amarillo a partir de esa fecha. Pero el aspecto crucial pareciera ser su falta de apego al nuevo plan de vuelo. Hasta el año pasado todavía hablaba de su confianza en la recta, su deseo de seguir empleando ese envío, cuya frecuencia se ha visto obligado a reducir. Y es que a 89 millas por hora es muy difícil llegar lejos, a menos que se cuente con otros recursos para ello.
El Rey los tiene. Sí, su feudo prosperó gracias a las piedras que soltaba desde el montículo, pero también cuenta con curva, cambio y slider. Tyler Flowers, su nuevo catcher, alabó el radio de sus quebrados el fin de semana, en su primera presentación primaveral. Y esa tarde trabajó en blanco.
Los Bravos tienen espacio para él, si demuestra ser capaz de sacar outs. La parte de atrás de la rotación está por llenarse en Atlanta, todavía. La escuadra sureña estaría encantada de que él fuera el elegido, por experiencia y potencial de mercadeo. Pero no le van a entregar el puesto si no es efectivo. Y le va a costar mucho extender su carrera si no completa esta necesaria, difícil evolución.
Hernández está muy cerca de redondear un caso válido para el Salón de la Fama. Está a tiro de las 200 victorias y sobre todo de los 3.000 ponches. Su largo período de rotundo dominio, sus casi 3.000 innings y su bien ganada reputación harán el resto, si escribe esa hoja faltante en su libro de vida.
Para lograr todo eso necesita cambiar. Aceptar que su juego ahora es diferente. El tiempo, a pesar de su edad, puede empezar a jugarle en contra, si no consigue la fórmula para sobrevivir sin velocidad.