José Altuve es uno más en medio del huracán informativo que ha sacudido a los Astros y a las Grandes Ligas en las últimas semanas. Pero por su impacto en el roster, por haber sido eñ Jugador Más Valioso en 2017 y por ser quizás la figura más emblemática de su divisa, por su talento e historia personal, ha recibido más centimetraje que otros en Houston, y más sacudidas también.
Cody Bellinger llegó a afirmar, días atrás, que el MVP de Altuve fue un fraude. Ahora es Mike Trout quien se suma al coro. Son dos de los rostros más visibles en las Mayores actualmente, los ganadores del premio en 2019.
Las investigaciones no oficiales, sin embargo, apuntan por ahora a que el venezolano no se aprovechó del sistema tramposo que diseñaron los texanos. El primer conteo sugiere que el camarero escuchó el ya famoso “bang” en menos de 3 por ciento de los pitcheos que vio en el año de la polémica y su compañero Carlos Correa dio detalles que sostienen ese dato.
Correa habló después de que los periodistas interrogaran a Altuve exactamente sobre esas averiguaciones hasta ahora oficiosas. ¿Era cierta la versión? Y él, como siempre que habla de sus logros, respondió: “Lo que hicimos lo hicimos como equipo, no estoy aquí para decir quiénes usaron más (el fraudulento mecanismo). Lo hicimos como equipo y estuvo mal”.
El puertorriqueño detalló por qué su llave de dobleplays casi no escuchó la señal que avisaba qué envío venía para el home. Pedía expresamente que no sonara cuando él estaba en la caja, aseguró el boricua sobre su amigo. Se molestaba si sucedía y así lo reclamaba al llegar al dugout.
Esto tiene sentido. Aunque saber qué pitcheo viene puede ser una ventaja, algo que ha causado la condena casi unánime de los bigleaguers no relacionados con los siderales, también puede ser una desventaja. Si un toletero está acostumbrado a seguir un plan, a trabajar al lanzador en su ritmo y a su modo, tener que cambiar radicalmente de estilo para adaptarse a la novedad puede terminar perjudicando su ofensiva.
No veamos el caso de Altuve, veamos el de Tony Kemp. El patrullero fue otro de los que tampoco escuchó casi el aviso al ir a batear. El fin de semana le preguntaron por qué. “Cuando me subieron de Triple A ese año, me preguntaron si quería aprovechar el sistema”, contó. “Dije que no. Me estaban saliendo muy bien las cosas en las Menores y no quería cambiar nada de lo que estaba haciendo”.
El contraste que ofrecen los numeritos del intermedista nacido en Puerto Cabello, criado en Maracay, ofrece más argumentos, aunque sea de eso que los abogados llaman “evidencia circunstancial”. En casa, donde funcionaba el fraude, bateó para .311/.371/.463, con 9 jonrones y .834 de OPS. En la carretera, donde los Astros no tenían ayuda, ligó para .381/.449/.633, con 15 vuelacercas y 1.081 de OPS. ¿Se imaginan si hubiera igualado en su hogar los registros que puso como visitante?
Todo parece exculpar a Altuve. Tanto las primeras investigaciones sobre quiénes usaron el ilegal auxilio y quiénes no, como su rendimiento estadístico y la palabra de sus compañeros, que de paso sí asumen la parte de culpa que a ellos corresponde.
¿Es inocente, entonces? Y la pregunta aparentemente respondida se atasca en el barrizal de la ética violentada.
Hay quien dice que se debe exculpar a Altuve porque todos sabemos que es un buen bateador. Esto último es una verdad como un templo. Pero también Alex Rodríguez, Manny Ramírez o Barry Bonds lo eran. Y los tres abusaron de sustancias dopantes. El talento no absuelve la falta, cuando existe la intención de cometer una ilegalidad, cuando se cruza la raya.
Pero claro, el criollo pareciera no haberla cruzado. Por lo que se conoce hasta ahora, lo que hizo con el madero se debió a sus propios logros, sin ayuda ilícita. Su MVP, de ser eso cierto, como parece, es indiscutible y muy merecido.
La responsabilidad de Altuve existe, sin embargo. Es la parte más triste de esta historia, la tragedia que va acompañar durante mucho tiempo, quizás de por vida, a todos los que usaron el uniforme de Houston mientras funcionó el malhadado sistema. Él, así como Kemp y al parecer también Josh Reddick son inocentes de ese cargo, probablemente. Pero no son inocentes de otro que resulta ineludible y que seguramente escuece a los tres en este momento.
Ninguno habló. Ni siquiera nos referimos a denunciarlo a la MLB, sino a tan solo pedirle al alto mando de su propia novena que pararan con lo que estaban haciendo. No sabemos de alguna reunión con el entonces gerente Jeff Luhnow o una petición al depuesto manager A.J. Hinch. No hay hasta ahora una carta, un correo electrónico, un mensaje de texto pidiendo a sus superiores que dejara de suceder lo que estaba ocurriendo.
Hay que ponerse en los zapatos del trío. Tus colegas, tus amigos, están metidos en algo que no compartes. Tu reacción es alienarte, hacerte a un lado, lo que te salva en parte. Pero tu silencio termina siendo una forma de aceptar lo que pasaba o al menos se un dejar hacer. Aunque ese no fuera el sentimiento de entonces. Aunque se repudiara con todo el corazón eso que sucedía.
Por eso esta historia es tristísima. Por eso es una tragedia, en el sentido helénico del término. Nada que pueda hacer Altuve le ganará una disculpa ni le mantendrá como lo que siempre había sido: una buena noticia para todos, una fiesta de jugador.
Más allá de que Bellinger o Trout no tengan razón con él, su imagen ha sufrido un daño quizás irreparable. Injusto, pero irreparable. Porque, y este es el mayor desconsuelo, aunque no hizo trampa, calló.
@IgnacioSerrano
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