Ya ha pasado antes. Y el caso favorito de este columnista involucró a dos peloteros estelares que fueron muy cercanos: Roger Clemens y Andy Pettitte.
Siempre ha habido jugadores sorprendidos en flagrante violación de las reglas. Algunos siguen la ruta correcta cuando deben enfrentar la opinión pública. Otros, porque es una conducta humana, prefieren minimizar lo sucedido, pensando que el tiempo quizás aligerará las culpas y moderará la condena social.
Lo estamos viendo con la manera en que los peloteros de los Astros están afrontando —o más bien, evadiendo— el caso que protagonizaron en 2017, al diseñar un sistema ilegal para robar las señas del catcher contrario y saber en todo momento cuál era el lanzamiento que vendría al plato.
Clemens y Pettitte fueron grandes amigos. Solidificaron su relación personal y familiar al coincidir con los Yanquis, al punto de que años después uno convenció al otro de firmar con Houston, vaya casualidad, para así compartir lo que iba a ser, supuestamente, la última parte en la carrera de ambos.
Prácticamente todo lo hacían juntos. Incluso compartían preparador físico, Brian McNamee, quien tiempo después, presionado por autoridades federales en una investigación de venta, distribución y uso ilícito de sustancias controladas, contó que sistemáticamente ayudó a ambos a doparse a comienzos de la década pasada.
Clemens lo negó todo, a pesar de que McNamee conservó las inyectadoras con el ADN del estelar lanzador derecho. Incluso llegó a demandar al trainer, en un proceso legal que al final le dio poco rédito. Todavía hoy paga por todo lo que se supo en aquellos años, ya que no ha podido convencer a la mitad de los votantes del Salón de la Fama y su caso en Cooperstown, a pesar de todos sus méritos deportivos, está estancado.
Pettitte hizo algo que casi ningún otro pelotero ha hecho en un trance así: aceptó la culpa. Admitió que McNamee había dicho la verdad. Que él y su compañero habían tomado hormona de crecimiento humano y otros químicos. Pidió perdón. Contó su historia. Relató que, acosado por lesiones que amenazaban su permanencia en las Mayores, sintió que doparse era la única manera de recuperar la salud. Y lo hizo. Y se disculpó. Y prometió rehacer su reputación.
Dos amigos cometen la misma falta, uno niega haberlo hecho y el otro lo reconoce y muestra arrepentimiento.
Hoy, Pettitte tiene un lugar especial en el Yankee Stadium. Su número 43 fue retirado en 2015. Nadie habla de su vínculo con los esteroides. Es como si haber abierto su corazón hubiera hecho que todos le vieran de diferente manera. El diario New York Post se preguntaba hace un lustro por qué. Y también respondía la interrogante: el zurdo fue humilde, sincero. Por eso, todos pasaron la página con él.
Clemens, en cambio, sigue sin lograr el lugar que merece en el templo de los inmortales, y su número 21 no ha sido retirado por ninguno de los equipos con los que jugó. Todavía fustiga a McNamee y todavía medio mundo beisbolero prefiere no creerle. Después de todo, el otro involucrado en el mismo caso por el que fue acusado lo contó todo.
Con los Astros está pasando algo semejante. Cada semana se saben nuevos detalles de un escándalo que no cede. Los que ahora están fuera de esa organización reconocen que lo sucedido estuvo mal, han pedido perdón y muestran arrepentimiento: el venezolano Marwin González, por ejemplo, o el receptor Max Stassi, hasta el boricua Carlos Beltrán, cuyo lugar en el Salón de la Fama pudiera comprometerse debido a este affaire.
Esa disculpa, ese aceptar que violar las reglas es inaceptable, que fue un error; esa declaración tan sencilla, ha faltado en quienes hablaron antes de llegar el Spring Training, desde el criollo José Altuve hasta Alex Bregman.
En parte por eso la condena sigue aumentando. Ya no es la prensa estadounidense, son los propios bigleaguers quienes plantan cara a sus silenciosos colegas. El pitcher Andrew Heaney espera “que se sientan como una mierda”, con el perdón de la expresión. El legendario Hank Aaron pide que los infractores sean suspendidos de por vida. Jim Palmer, su compañero en Cooperstown, propone que devuelvan los anillos de la Serie Mundial y el dinero recibido en la cita. El lanzador Trevor Bauer compara el caso con el de los Medias Negras de Chicago, que se vendieron a los apostadores en 1919 y todavía pagan por ello con sus reputaciones y su expulsión para siempre de beisbol. “De este caso se va a hablar durante muchos años”, escribió Bauer en The Players Tribune, el sitio web creado por Derek Jeter.
Es posible que pronto hablen. Un reporte de Jeff Passan para ESPN.com aseguró que el propio dueño de los siderales, Jim Crane, convocó a todos sus peloteros a una reunión este miércoles, para ordenarles cómo debían responder cuando los periodistas preguntaran por el caso: debían admitir la culpa, pedir perdón y públicamente hacer votos porque todo quede en el pasado.
No es muy difícil. Pero es necesario deshacerse de la arrogancia, la confusión o la vergüenza, sea cual fuere el sentimiento que ha llevado a este largo, innecesario, corrosivo mutis.
Lo sucedido en el primer día de los entrenamientos primaverales en el complejo de Houston solo empeoró la situación, al no permitirse a los medios abordar a los jugadores y establecer un cerco de protección para ellos en el estacionamiento, a fin de mantenerles lejos de las cámaras, grabadores e interrogatorios.
Pettitte demostró lo que puede suceder cuando se acepta públicamente un error y se pide perdón. Clemens todavía está pagando el precio por no haberlo hecho a tiempo.
@IgnacioSerrano
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