Antonio Armas dio tablazos monstruosos y, por lo general, corría las bases sin aspavientos, sin admirar el bombazo ni gesticular hacia sus compañeros o las tribunas.
Miguel Cabrera hace lo mismo hoy. El único detalle que rompe esa rutina es el pequeño paso a la derecha que da justo antes de doblar por tercera base, un homenaje que desde hace algunos años realiza a Robert Pérez con cada uno de sus jonrones.
Ese es el deber ser. Muchos peloteros afirman que hacer eso es “respetar el juego”. Sin embargo, cada vez son más frecuentes las imágenes que hemos visto en esta postemporada, con sluggers que se solazan con la dimensión de sus conexiones, antes de iniciar el recorrido por las almohadillas.
Vaya, que no es nuevo. Es algo que se hizo relativamente común en la Era de los Esteroides, justo antes de comenzar este siglo. Algunos periodistas y aficionados consideran, incluso, que debería darse rienda suelta a eso que en el Caribe se llama “perreo”, y que viene significando algo así como petulancia, jactarse con excesiva ostentación.
Después de todo, ¿quién no disfruta volver a ver el video de Kirk Gibson recorriendo las almohadillas en su histórico turno ante los Atléticos de Oakland, en la Serie Mundial de 1988?
Esta conducta de la que hablamos puede ocurrir sobre la lomita, en un ponche importante, o en el plato, cuando el cuadrangular es laberíntico. Y hay mil cosas que podrían discutirse al respecto. Por ejemplo, la reacción que a veces causan esos “perreos”: tarde o temprano, un pitcher del equipo supuestamente humillado asestará un pelotazo al presunto infractor, como retaliación. ¿No conlleva eso una contradicción? Porque ¿qué dicen esos mismos serpentineros cuando es uno de sus propios compañeros quien admira una larga conexión?
Más allá de la diatriba, algo parece claro: ya es inevitable que estos episodios sean parte del espectáculo. Y si así lo aceptamos, tal vez deberíamos apoyar a quienes creen que conductas así son divertidas y que pueden atraer el interés de los más jóvenes, precisamente el público al que desea cautivar la MLB. No olvidemos las teatrales celebraciones que ocurren con un touchdown en la NFL o una clavada en la NBA.
Algo nos supo mal, sin embargo, viendo a George Springer hacerlo, el martes. Era el primer juego de la Serie Mundial, la pizarra estaba 5 carreras por 3 a favor de los Nacionales y el slugger de los Astros disparó un largo elevado que terminaría por empujar la cuarta de su escuadra.
El problema con Springer es que se quedó viendo cómo la bola surcaba los aires, rumbo a los bleachers. Dando saltitos, llegó hasta la inicial, desde donde vio cómo la pelota golpeaba la raya amarilla, en la parte superior de la pared, y regresaba al terreno. ¡No era cuadrangular!
El jardinero Adam Eaton quedó fuera de balance, pues había chocado contra la barda en su intento por robar el extrabase, y el centerfielder Víctor Robles fue en su auxilio lo más rápido que pudo. Todo estaba dado para que fuera un triple.
Fue entonces cuando Springer empezó a correr con todo su esfuerzo. Veloz, como es, pasó por la intermedia antes de que el disparo llegara al cuadro. Pero era suicida seguir. Ancló en esa base y aplaudió hacia la cueva. Inmediatamente después, José Altuve levantó una pelota hacia el right, que habría empujado desde tercera al corredor.
Rick Teasley, lanzador de los Rays, estaba viendo el juego por TV. De inmediato, escribió en Twitter: “Altuve pudo haber empatado el juego 1 de la Serie Mundial con un sacrifly en el octavo tramo. Solo que su compañero no estaba en tercera, sino en segunda. Niños, bateen la bola y corran a primera. Salten todo lo que quieran después de que la pelota supere la pared. Estas cosas están pasando demasiado a menudo”.
Es una lección que todo joven debe aprender y todo pelotero aplicar. Especialmente cuando se es un profesional.
Springer sonó despreocupado después del juego. Dio alguna excusa banal y restó importancia a lo sucedido. Si lo primero estuvo mal, sus declaraciones fueron peores.
Ronald Acuña y los Bravos nunca sabrán si hubieran podido ganar aquel duelo contra los Cardenales, hace un par de semanas, en caso de no haberse quedado en el plato admirando un tablazo que finalmente dio contra la barda. Esa base extra que no alcanzó quizás habría cambiado el inning, quizás no.
Sí está muy claro, sin embargo, que Springer le costó una victoria a su novena. Cuando menos habrían ido empatados al extrainning, después del elevado de Altuve. Y la diferencia entre el bullpen de ambos clubes es suficiente como para suponer que la ventaja habría sido de los texanos.
Puede que sea la hora de aceptar de una vez los festejos ostentosos y los aspavientos en el diamante. Quién sabe si eso realmente atrae nuevos seguidores a este deporte, como sostiene sin ambages Bryce Harper.
Lo que sí está claro es que un jugador debe hacer todo lo que esté a su alcance para ayudar a su equipo a ganar. Y Springer es todo un “poster boy” de su generación, como dicen los estadounidenses. Un peloterazo. Pero su conducta en ese episodio tal vez le cueste a los Astros el título de la Serie Mundial.