¿Por qué a una parte de la afición no le afecta que haya trampas en el beisbol? El caso más reciente es el escándalo por el robo de señas ejecutado por los Astros y los Medias Rojas. Y la respuesta a esa pregunta posiblemente sea la más obvia: porque ese tipo de engaño siempre ha estado allí.
Desde tiempos inmemoriales, peloteros, managers y coaches han buscado un filón que permita conseguir una ventaja adicional. A veces, lo han hecho caminando por el borde de lo permitido en el reglamento, en otras ocasiones han infringido sin ambages las normas.
Es plausible entender la permisividad de algunos fanáticos cuando se recuerda que todos crecimos siendo testigos de esto. Los pitcheos en curva fueron considerados trampas, hace más de un siglo, pero finalmente se permitieron. Las bolas ensalivadas eran parte del juego incluso en plena Era Moderna, entrado el Siglo 20.
Quizás ese pasado hiciera que viéramos a serpentineros como Gaylord Perry, Whitey Ford, Don Sutton o Phil Niekro como habilidosos zorros, miembros de la vieja escuela, divertidos exponentes de un pasado que suponíamos en vías de extinción.
Los milennials se perdieron el espectáculo de ver a Perry o Niekro rodeados de umpires, con los dos bolsillos del pantalón afuera, alzando las manos, dejándose revisar el guante, la correa o la gorra. Quienes tenemos más de 45 años de edad guardamos al menos un recuerdo de un árbitro levantando del suelo un pedazo de papel de lija y expulsando al monticulista infractor.
Aquellos cuatro tienen, pese a su bien ganada mala reputación, un lugar en el Salón de la Fama. Incluso eran admirados. Lo que hacían no era visto tanto como trampas sino como mañas. Llegaron a Cooperstown, sabiendo los votantes y los espectadores que muchos de sus triunfos se concretaron con la ayuda de herramientas prohibidas por el reglamento.
De Ford se contaba que hasta usaba el anillo de bodas para raspar y rasgar la bola. La arañaban, ensalivaban o engrasaban Mike Scott, Brian Moehler, Rick Honeycutt, Orel Hershiser, Julián Tavárez, Kenny Rogers y más recientemente Brian Matusz, Michael Pineda o Will Smith.
La razón de esto a veces escapa a algunos. Pero cuando la pelota está impregnada de alguna sustancia, su peso cambia y no está uniformemente distribuido, lo que conlleva a movimientos inusuales. Es como tener la habilidad de lanzar la nudillos, sin saberla lanzar. Y lo mismo pasa cuando el cuero está dañado o roto.
Este cronista era un niño que cada semana caminaba de su casa al kiosko para comprar la revista Deportes. Era un gozo encontrar aquellas fotos y aquellos textos en un tiempo en que todo era jugar y leer; sin internet, sin videojuegos, sin televisión por cable.
Uno de los artículos imborrables que los ojos de aquel muchacho vieron con asombro trataba sobre las trampas. Un habilidoso hombre de beisbol mostraba cómo se “encorchaba” un bate.
Las gráficas relataban el procedimiento, con pasmoso detalle. El agujero a lo largo que se hacía con un taladro, desde el final y hasta casi completar la maceta, en dirección al mango. El rellenado con corcho. La elaboración de un tapón, hecho con una mezcla de aserrín y pegamento, para que al secar diera la impresión de ser una sola pieza de madera. El lijado para que desaparecieran las irregularidades y la evidencia. Las recomendaciones en su manufactura, para reducir el riesgo de que se quebrara en pleno turno al bate.
Aquello era claramente ilegal. Quien fuera sorprendido empleando uno de esos artilugios era expulsado inmediatamente, y posiblemente multado, y seguramente suspendido.
Usando bates rellenos fueron sorprendidos muchos, incluyendo grandes paleadores. Sammy Sosa, por ejemplo, y Chris Sabo, Wilton Guerrero, Billy Hatcher. A Craig Nettles se le rompió el barquillo una vez, en 1974, y no salió corcho, sino pelotas de goma, de esas que tienen súper rebote. Una página web, Deadspin, compró un bate usado por el legendario Pete Rose en 1985 y el examen de rayos equis mostró que estaba encorchado. ¡Pete Rose, nada menos! ¡El rey del hit!
La memoria es corta y hoy muchos desconocen algunos de estos cuentos. ¿Cuántos saben lo que hizo Jason Grimsley en 1994, para esconder lo hecho por Albert Belle?
Los Medias Blancas recibieron el soplo de que el slugger usaba toletes antirreglamentarios. Los umpires confiscaron el que estaba usando y lo enviaron al camerino de los árbitros, para remitirlo a la Liga Americana y proceder a estudiarlo. Y Grimsley, en pleno juego, se deslizó por el cielo raso del estadio, ingresó al cuarto de los jueces, tomó el bate y lo sustituyó por uno de Paul Sorrento. Ni siquiera podía ser otro de Belle, porque los Indios sabían que todos, absolutamente todos los maderos de su compañero, estaban “trabajados” por algún artesano de lo ilegal.
El escándalo duró menos tiempo que las risas que se escucharon.
A Pompeyo Davalillo lo admiramos todos porque supuestamente tenía la habilidad de robar señas y a menudo lograba engañar a los hombres de negro con mil trucos en sus tiempos como piloto en la LVBP. Del Loco Torres se decían muchas cosas sobre su talento para lograr el éxito al margen del reglamento. Todavía hoy algunos repiten la conseja de que los 20 jonrones de Baudilio Díaz en la zafra 1979-1980 se debieron al empleo del corcho, aunque no hubiera ninguna prueba y aunque ninguno de sus colegas lo afirmara entonces ni hoy.
Las trampas devinieron en dopaje y durante mucho tiempo se justificó el uso indiscriminado de anfetaminas, esteroides, hormona de crecimiento humano. “Porque no estaba prohibido por el beisbol”, se decía (cuando estaba prohibido por la ley, que es mucho peor). O “porque nada de eso te da la coordinación ojo-mano” (lo que es falso, pues algunas de esas sustancias sí ayudan a conectar mejor la bola). O “porque ese tipo se la pasa metido en el gimnasio, haciendo pesas, todas las noches, después de cada juego” (cuando precisamente puede hacerlo debido a la vitalidad extra que dan los químicos).
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Quizás sea todos estos antecedentes que existen tantas voces que matizan lo sucedido por Houston y Boston, aunque esté taxativamente prohibido el uso de tecnología para robar las señas del contrario. Las trampas han existido en los diamantes desde el día después de que Alexander Cartwright redactó las primeras reglas del beisbol.
Después de todo, uno de los jonrones más recordados en la historia de las Grandes Ligas, el de Bobby Thomson en el juego decisivo entre Gigantes y Dodgers de 1951, ante Ralph Branca, fue supuestamente fruto del sistema que el equipo de Thomson había diseñado para conocer qué pitcheo estaba por hacer el lanzador.
Aquel bombazo todavía resuena, porque “se escuchó en el mundo entero”, dicen las crónicas. Y hoy nadie cuestiona a aquellos Gigantes de Willie Mays.
@IgnacioSerrano
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