Medias blancas. Pantalón negro. Camisa verde y blanca, de rayas. Pelo recogido. Botines embarrados. Balón al piso. Así luce Deyna Castellanos en algunas fotografías de su álbum familiar: uniformada y sonriente, cualquier día de partido, en Maracay.
Fue su madre quien le apremió con cinco años a buscar alguna otra actividad, aparte de la escuela, para que drenara toda la energía que tenía. «Queríamos cansarla un poquito, la verdad», recuerda Irene en declaraciones a EFE.
«Deyna de niña era activa, inquieta, enérgica y audaz; a veces temeraria. Me causaba gracia lo increíble que era verla jugar y dejar a todos los niños detrás. Era muy rápida y, una vez que tenía el balón, le sacaba una ventaja enorme a los demás niños. Enseguida los papás de los otros equipos decían: ‘Perdimos, eso es gol'», relata.
Siguiendo el ejemplo de su hermano mayor, Deyna Castellanos se animó a patear y a correr por la cancha. Maravillaba entonces su dominio con la pelota. Lo sigue haciendo a día de hoy, situada entre las máximas goleadoras y asistentes de la Primera División de España. «Empezar a jugar al fútbol ha sido la mejor decisión de mi vida», dice en una charla con EFE la futbolista del Atlético de Madrid.
Deyna Castellanos tiene apenas 21 años de edad. Pasaron siete desde su brillante aparición en el Mundial sub-17 de Costa Rica 2014, cuando confirmó en un gran escenario aquello que ya se advertía en ella cuando era niña. «Siendo muy pequeña, era muy hábil. Era intuitiva e inteligente. Se paraba muy bien en el campo y era muy madura con el balón. Si uno tenía conocimiento sobre la disciplina deportiva, se daba cuenta de que realmente desde muy pequeña era buena», subraya su madre, defensora del sueño de su hija aunque para los familiares eso significase estar alejados de ella.
«Del resto, no ha habido sacrificio. La acompañamos siempre, inyectándole mucha confianza y responsabilidad. Le demostrábamos que creíamos en ella, en su juego y en que podría llegar a ser la mejor», reflexiona.
Ese es, precisamente, el gran anhelo de Deyna. «Sé que tengo la capacidad de convertirme en una de las mejores del mundo, si no la mejor. Dar alegría a mi país es una de las cosas principales que me motivan a mí y que me mueven. Y también hacer que mi familia esté totalmente orgullosa de mí», resuelve la atacante colchonera, sin tapujos ni rodeos.
Apunta su agente, Guillermo Zamarripa, que la estrella venezolana ya irradiaba confianza y seguridad cuando la conoció. «Con 16 años, le preguntabas por sus objetivos y te decía que quería ser la mejor jugadora del mundo. Lo decía con una facilidad que se te ponía la piel chinita. Dentro de la cancha, hay cientos de jugadoras con un talento excepcional, pero lo que hace distinta a Deyna Castellanos es su mentalidad. Ella es una entre una generación, porque tiene el talento y todos los intangibles. Tiene la disciplina, tiene el hambre y tiene el manejo de presión», dice.
Ella sobrelleva todo eso desde 2014. Vio en el Mundial sub-17 de Costa Rica una vitrina que le podría abrir muchísimas puertas. «¡Qué mejor manera de que mis sueños se empezasen a hacer realidad que hacerlo bien allá!», apunta Deyna Castellanos durante la entrevista.
«Yo esa parte ya la había hablado conmigo misma (…) y era cuestión mía saber aprovechar esa oportunidad. Creo que tanto la selección, como equipo, como yo individualmente aprovechamos ese Mundial. De ahí viene mi beca universitaria en Estados Unidos. Muchos equipos de Europa y de Latinoamérica también se acercaron entonces queriendo que creciera un poquito más en su equipo. Después, en el Mundial de Jordania 2016, me propuse no dejar a la gente pensar que aquello había sido un golpe de suerte, que había sido algo básicamente fortuito, sino demostrarles que no es suerte sino talento», dice.
Confirmado su impacto, Deyna Castellanos decidió quemar etapas y retrasar su puesta de largo como profesional. No pudo evitar, sin embargo, que se sucediesen los reconocimientos individuales. En 2017, de hecho, fue una de las tres finalistas al premio The Best que concede la FIFA. Nunca antes una futbolista tan joven había alcanzado ese lugar. Su precocidad, en cualquier caso, no desvió su foco.
«Una de las mejores cualidades de Deyna es la humildad. Tiene mucha confianza, pero siempre es respetuosa. E incluso cuando recibió ese reconocimiento, se mantuvo humilde y apreciaba a los demás a su alrededor», se suma a la conversación desde Estados Unidos su entrenador en la Universidad de Florida State, Mark Krikorian.
Ese fue el paso que Deyna Castellanos decidió dar en medio del ruido. “A mí todo me ha venido muy joven», remarca. «Empiezo la universidad con 16 años; termino con 20. Quemar esas etapas era bastante importante para mí. Era mi infancia, mi niñez y no quería que se perdiera. Además, la educación para mí es algo sumamente importante. Para cualquier jugador de fútbol, a nivel masculino, su primer contrato ya es millonario. Nosotras no tenemos esa realidad, así que para mí una de las prioridades era poder estudiar en una universidad, ya que eso me abre muchas puertas en la vida», puntualiza.
De aquellos cuatro años en Estados Unidos recuerda especialmente la despedida, bañada en lágrimas, y la yincana del primer mes. «Yo no hablaba inglés. El campus era sumamente grande, había demasiadas personas. Fue bastante complicado al principio. Sabía que tenía que poner mucho de mi parte para aprender un idioma y para cumplir otra de mis metas. Estoy feliz porque al final se dio. Llegué a sentirme cómoda con mis compañeras y con mis entrenadores. Los profesores, además, eran muy comprensivos. Daban un poco más de lo que en verdad tenían que dar e intentaban entenderme. Me explicaban las cosas con dibujitos. Yo también puse mucho de mi parte y me doy mérito en eso de haber aprendido inglés bastante rápido», explica.
A la ciudad de Tallahassee, de hecho, la considera su hogar. «Llegué a sentir aquello más mi casa que mi propia casa en Venezuela. Para mí tiene un lugar especial en mi corazón. Me quedaría con toda la gente que conocí, que me aportó algo y que me dio una lección de vida. Eso es lo que más llevo conmigo, además de todas las cosas que teníamos en el equipo. Teníamos instalaciones, material, tecnología, un gran cuerpo técnico. Mark, más que un entrenador, es como mi padre. Me ha enseñado a ser, sobre todo, mejor compañera», afirma.
«Ser talentosa no me basta»
Con el estatus de campeona nacional de Estados Unidos como otro logro reseñable en su exitoso palmarés, Deyna Castellanos decidió en enero de 2020 emprender un nuevo rumbo. A principios de ese año se incorporó a las filas del Atlético de Madrid para dar en España os primeros pasos de su carrera profesional.
«En Madrid me siento muy en casa», cuenta la reciente campeona de la Supercopa. «Tengo muchos amigos que, literalmente, me estaban esperando. Me decanté por el Atlético porque jugaba Champions, porque me identifico con sus valores y porque siento que voy a aprender muchísimo en el club», indica.
Hay un aprendizaje que, en poco más de un año, ya lleva consigo. «La realidad que me encontré en los primeros meses es que al ritmo competitivo de mis compañeras yo no estaba, lo cual me enseñó muchas cosas. La intensidad que tienen los entrenamientos en el Atlético de Madrid me enseñó que tenía que correr y trabajar físicamente; que ser talentosa no me bastaba», recalca.
Considera, no obstante, que la Deyna Castellanos que llegó a Madrid en enero de 2020 no sabía lo que en verdad era sufrir, porque le bastaba el talento. «En diciembre ya no solo no me bastaba el talento, sino que además sabía sufrir porque había trabajado para saber sufrir. Para mí no era justo que mis compañeras corrieran y yo no; no era justo que yo no pudiera dar el mismo esfuerzo en la cancha que ellas daban. Eso te cambia un poco la mentalidad. Obviamente, al mejorar mi estado físico, también pareciera que mejoró mi parte técnica o táctica, lo cual me parece que sigue siendo la misma; solo que ahora no tengo dos pulmones sino que tengo cuatro. Todo sale más fácil. El oxígeno me llega más fácil al cerebro y me dura más tiempo», bromea.
Alejandra Blasco, su psicóloga deportiva y directora del área de desarrollo de atletas en The Marketing Jersey, señala los meses de confinamiento como un periodo clave en su transformación.
«Cualquier chica de 21 años de Francia, Alemania o España tiene muchísimo mejor desarrollo deportivo que Deyna en muchos aspectos, porque jugó en mejores campos y tuvo más competitividad desde pequeña, cosa que ella en Venezuela no tenía. Ahora sí tiene ritmo competitivo, además de talento. Lo entendió durante esos meses de confinamiento y, para mí, a partir de ahora tiene la oportunidad de convertirse en la mejor jugadora del mundo. Pero queda que siga haciendo las cosas bien, entrenando y cuidándose como lo está haciendo, porque la experiencia en el alto nivel hará el resto. Me explico: Deyna lleva solo dos partidos jugados contra el Barcelona. En el tercero o cuarto ya tiene que ver cómo deshacerse de Andrea Pereira y de Mapi León. En el momento en que lo descifre, ahí va a comenzar a verse otra Deyna», advierte.
Deyna Castellanos lleva el trabajo en las piernas, el fútbol lo tiene en la cabeza y la inspiración late en su corazón.
«Hubo un mensaje durante el Mundial de Francia de Marta Vieira da Silva que me puso la piel de gallina. Por eso es quien es y ha sido la mejor», comenta Deyna Castellanos. «Cuando Marta mandó ese mensaje, en el que pedía a las futbolistas más jóvenes que entrenasen más y mejor, pensé que estaba frente a mí y me lo estaba diciendo a la cara. Me lo tomé así de personal y me imagino que muchas jugadoras jóvenes también. Es el tipo de mensajes que hay que aprovechar para cambiar el mundo del fútbol», afirma.
Esa es su misión en el deporte, más allá de patear el balón. Su responsable comercial y de marketing, Sonia López, la ve con potencial para escribir una nueva narrativa alrededor de la mujer en el fútbol por su capacidad de seducir a su comunidad de seguidores -1,4 millones en Instagram, 220.000 en Twitter y 500.000 en Facebook-.
«Deyna, a nivel de exposición, es ya una estrella mundial. Yo he visto a niños ponerse a llorar cuando la ven. No todos los deportistas son estrellas y esa es la naturaleza de Deyna», subraya.
«Para The Marketing Jersey, Deyna es un desafío y un reto constante, que requiere un trabajo de 360 grados, de 24 horas los siete días de la semana. La faceta extradeportiva es innata en ella. Es tan buena comunicadora como futbolista y eso también nos apasiona y exige mucho. Trabajamos con ella la parte deportiva, nos preocupamos por su nivel físico y mental, por su nutrición, por su entrenamiento y por su readaptación cuando tiene alguna molestia; pero nos ocupamos igualmente de su rol como embajadora de Conmebol y de FIFA; o de su relación comercial con Nike y la activación que eso requiere», añade Óscar González, el cofundador de la agencia que gestiona la carrera de la venezolana.
The Marketing Jersey construyó alrededor de ella una estructura pensada para llevarla a conquistar el fútbol en el ámbito global. Y ella acepta el desafío de llegar a ser la número 1. Tiene el talento y le está poniendo horas y horas de esfuerzo. «Siento que hay un margen de mejora muy grande, muchas cosas que todavía voy a seguir aprendiendo. Eso me lo va a dar la experiencia y los años jugando como profesional. Sé que puedo ser mejor cabeceando, pateando con la izquierda y con la derecha; sé que me puedo barrer mejor y puedo tomar decisiones diferentes. Tal vez tenga que ser más líder. Creo que el hecho de haberme dado cuenta de que tengo que seguir mejorando es una ventaja», concluye Deyna Castellanos.
En ella sigue intacta la aspiración de ser la mejor, como cuando jugaba en una cancha de barro en Maracay desde primera hora de la mañana hasta que se marchaba el sol.