Será muy difícil que vuelva a aparecer un Lionel Messi, pero sí pueden surgir futbolistas que tomen el testigo de su simbolismo, de lo que representa, de ese halo especial que es patrimonio exclusivo de las figuras.
Hace 15 años, el rosarino irrumpía de manera fulgurante en Barcelona, era un adolescente que les pedía espacio a cracks contrastados, de la estatura de Ronaldinho, Eto’o, Henry, Deco. A ellos además les contagiaba su atrevimiento y frescura. Empezaba a girar la rueda de la renovación. La crisis también los atrapó durante los últimos dos años de Frank Rijkaard, hasta que llegó Pep Guardiola en 2008 y empezó otra historia, ya con Messi instalado como eje de gravitación y con una paulatina despedida de los que habían cobijado los pasos iniciales del rosarino en primera.
Con 33 años de edad y las profundas cicatrices que le dejaron la última temporada, Messi está obligado a activarse. ¿Cómo recuperar la ilusión, el entusiasmo, la motivación, todos combustibles de alto octanaje y necesarios en el fútbol, para no terminar de marchitarse en el año que le queda de contrato? Ya se sabe que de la dirigencia no espera nada y cuanto más lo pueda evitar al presidente Josep María Bartomeu, mejor. Con el nuevo director técnico, Ronald Koeman, entabló una relación que por ahora es puramente profesional. El tiempo dirá si hay afinidad o confrontación de criterios, como ocurrió con Quique Setién.
Para Messi, gran parte de la vida pasa por una cancha de fútbol, y ahí necesita tener ahora al lado a alguien que sea lo que él fue entre 2005 y 2009 para muchos veteranos. Un compañero inspirador, que venga a dibujar un paisaje nuevo, más luminoso, que invite a sumarse a los demás. Que empiece a tirar del carro que quedó atascado en los lodos de una noche en Lisboa. Ese papel lo asumió Ansu Fati, de 17 años de edad, una gacela imparable, a la que le bastó un tiempo para comandar la trituración del endeble e inocente Villarreal, que facilitó sobremanera el debut de Barcelona en la Liga de España.
Un 4-0 a Villarreal para comenzar un nuevo ciclo
Pura chispa y profundidad, el juvenil que nació en Guinea-Bissau y se formó en la Masía, hizo los dos primeros goles y provocó el penal que convirtió Messi. Un 3-0 en 35 minutos, en los que Villarreal ni siquiera supo aprovechar tres pérdidas de Sergio Busquets. Antes de que terminara el primer tiempo llegó el 4-0 definitivo, con un gol en contra de Pau Torres tras un centro de Messi.
A Leo se lo volvió a ver sonreír a medida que el partido se iba despejando sin necesidad de un rendimiento descollante. Una sonrisa medida, propia de alguien que está saliendo de una sucesión de pesadillas. Un comienzo de temporada muy raro y extraño para el capitán, que ni siquiera tiene el termómetro del público en las tribunas para medir cómo caló el burofax y la posterior decisión de no litigar con el club en los tribunales.
Messi pretendió ser parte de la renovación a la que debía abocarse Barcelona luego de la demolición sufrida el 14 de agosto a manos de Bayern Munich. Fue un 8-2 con un subtitulado en el que se podía leer «fin de ciclo». El rosarino lo entendió así y forzó su salida, pero quedó preso de su contrato e inmovilizado por la tenaz oposición del presidente.
Messi se quedó a disgusto, sentimiento que se acentuó desde que echaron a su amigo y socio futbolístico Luis Suárez, a quien unas horas antes le alcanzaron 20 minutos para darle dos goles y una asistencia al Atlético de Madrid en el 6-1 a Granada.
Cuando Messi entró este domingo al Camp Nou para enfrentar al permeable Villarreal, a su alrededor había otros seis titulares que estuvieron en la debacle de la Champions League. Podrían haber sido ocho en total los sobrevivientes de no estar lesionado Ter Stegen. El que traía la mochila del fracaso más liviana contra el Bayern era Ansu Fati, alguien con un futuro más prometedor que un pasado condenatorio.
Por el lado de la formación, no había una renovación profunda, también en parte porque no hay liquidez para grandes contrataciones. El destino le hacía un guiño burlón al Barcelona: como mediapunta aparecía Phillipe Coutinho, que vuelve del préstamo en Bayern Munich, donde fue uno de los verdugos con los dos goles que marcó en el 8-2. Koeman parece dispuesto a recuperar al brasileño, al que le costó estabilizarse en sus dos años con la camiseta blaugrana.
En el esquema 4-2-3-1, Koeman le reserva a Messi el lugar que dejó vacante Suárez. Una cosa es la demarcación y otras las características para asumirla. Leo no es un N° 9 para fijar a los centrales rivales como lo hace el uruguayo. Tampoco le resulta desconocida la función desde que Guardiola sorprendió al ponerlo de falso N° 9 en un 6-2 a Real Madrid. No tiene la necesidad de retroceder tanto para armar juego y reserva algo de energía para colaborar un poco en la presión de la recuperación. Por detrás del argentino aparecen Griezmann, Coutinho y Ansu Fati.
Koeman atendió la preferencia de su compatriota Frenkie De Jong por el doble pivote y a su lado lo ubicó a Busquets.
El partido fue poca cosa por demérito de Villarreal. Barcelona pudo ampliar la goleada. Fati le picó una asistencia a Messi, cuya definición tapó el arquero Asenjo, como lo hizo después con otro remate desde el balcón del área. El N° 10 también dejó un cabezazo desviado.
El desarrollo no dejó margen para el debate sobre quién había sido la figura. Fue Ansu Fati, atrevido con la pelota y respetuoso de las jerarquías, como lo demostró al final ante los micrófonos: «Jugar con Messi es un sueño que tenía desde niño y ahora puedo hacerlo realidad. Siempre me ayuda y me da consejos, dentro y fuera de la cancha, en los entrenamientos». Si se quitan los nombres propios, el mismo concepto se le podía escuchar a Messi sobre Ronaldinho hace 15 años. Si termina siendo cierto que este es el último año de Messi en Barcelona, Ansu Fati lo está animando a salir por la puerta grande.
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