Iluminado por decenas de flashes, repeinado con la raya a la izquierda, el ídolo de las masas se abrió paso entre mandamases, curiosos y famosillos y se subió con determinación a la báscula. Era José Manuel Ibar Urtain.
El fiel osciló a derecha e izquierda hasta que se detuvo sobre la raya de los 88 kilos y 400 gramos.
Brazos en jarras, medallita al cuello, esperó el veredicto de la balanza con la cabeza ladeada y la lengua asomando entre los labios. A su lado, encorbatado y con chaqueta oscura, tenía como testigo a su preparador, el italiano Renzo Casadei.
Esa noche del 3 de abril de 1970 Urtain peleaba contra el alemán Peter Weiland por el título europeo de los pesos pesados.
Weiland, poseedor del cinturón continental, fue el segundo en pasar por la báscula y la puso a prueba con sus 105,500 kg.
Urtain contra el alemán Weiland
A sus 30 años de edad -Urtain tenía 26-, el germano lucía una avanzada calvicie que, en un ataque de coquetería, en la mañana del pesaje se cubrió con un tosco peluquín.
La inconfundible voz del Nodo dio cuenta con sorna del detalle: «88,400 kg del español por 105,500 del alemán, con su postizo capilar incluido».
Renzo Casadei, único superiviviente de un accidente de avión durante la II Guerra Mundial, se instaló años después en España y manejó con pericia y grandes beneficios para su propio bolsillo la carrera de los grandes púgiles de la época:
Urtain, Pedro Carrasco, José Legrá. Era íntimo de Vicente Gil, médico de cabecera de Francisco Franco, que nacionalizó español a Casadei porque sí.
No era el único italiano en aquella escena del pesaje.
En la memoria de los niños españoles de los 60
A duras penas asomaba la cabeza para contemplar el espectáculo el gran Rocco Torrebruno, cantante, actor y lo que hiciera falta, aquí en su papel de relaciones públicas. Cinco años antes había sido el presentador del concierto de los Beatles en la Plaza de las Ventas.
En la memoria de todos los niños españoles nacidos en los sesenta permanece como un ídolo de la televisión en blanco y negro.
Pero aún había otra presencia italiana. El ritual de la báscula estaba patrocinado por Cynar, un licor de alcachofa fabricado en Bolonia, con una graduación alcohólica del 16,5 % y que se había hecho popular en las barras de zinc de los bares de Madrid.
Tres millones y medio de pesetas por viajar a Madrid
Casi tanto como Soberano, el brandi ‘cosa de hombres’ cuya marca aparece en el calzón de Urtain y en la chaqueta de Casadei. Unas horas más tarde el Palacio de los Deportes registró un lleno histórico para ver el combate entre Weiland y ‘el Tigre de Cestona’.
Al alemán, pasado de peso y fuera de forma, le convencieron con tres millones y medio de pesetas para que viajara a Madrid a poner su título en juego.
Otras versiones afirman que la bolsa ascendió a siete millones a cambio de que se dejase ganar.
Urtain era entonces un fenómeno social. Después de triunfar en el deporte rural vasco, se hizo boxeador «por dinero», porque pegarse con otro le parecía una bestialidad.
Casi sin técnica, con una enorme fuerza bruta y con la ayuda de los rivales de poca monta que le ponían en suerte, se fue labrando una imagen heroica que pronto el franquismo asumió como propia.
Urtain derribó al alemán en el séptimo
A Weiland le derribó en el séptimo asalto, después de pasar por algunos momentos de apuros. El ‘morrosko’ siempre había preferido los combates cortos.
Tras caer sobre la lona y escuchar la cuenta del árbitro, el germano se levantó tan campante y solo tuvo que preocuparse de esquivar al público que inmediatamente invadió el cuadrilátero.
Sobre los hombros de sus seguidores, Urtain fue elevado a los altares del deporte español hace ahora 50 años.
Se retiró en 1977, tras disputar 68 combates con un saldo de 53 victorias (41 de ellas por KO), 11 derrotas y cuatro nulos.
Aquel título europeo le duró seis meses, hasta que en noviembre se lo arrebató en Londres el británico Henry Cooper, aunque volvió a ganar el cetro en diciembre de 1971.
Tras su adiós a los rings, todo le fue mal. Los negocios que emprendió fueron a la ruina. Derrochaba a espuertas y bebía sin medida.
Sus amigos y sus mujeres (dos) se cansaron de sus líos. Todas las puertas a las que llamó en busca de ayuda permanecieron cerradas.
El 21 de julio de 1992, mientras España estaba pendiente de la inminente fiesta de los Juegos Olímpicos de Barcelona, a Urtain solo le preocupaba que al día siguiente le echaban de su piso en el Barrio del Pilar de Madrid porque no pagaba el alquiler.
Su última mujer, Marisa, y sus hijos ya se habían ido unos días antes a casa de un familiar. Bajó al bar de siempre y pidió una barrita de pan con tomate, un café y una copa de patxaran. Luego subió a su casa, un décimo piso, y se tiró por el balcón.
Su figura forma parte de la memoria colectiva española. ‘Es un Urtain’, se dice de quien demuestra una fuerza mayúscula.
Aún en 2010, 18 años después de su muerte, el montaje ‘Urtain’ de la compañía teatral Animalario fue un enorme éxito de público y triunfó en los premios Max de las Artes Escénicas con nueve galardones.
Durante unos meses el púgil vasco revivió sobre las tablas en la persona de Roberto Álamo, un actor nacido en aquel 1970 del primer título europeo de José Manuel Ibar.
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