Transcurre el mes de noviembre. Callejones estrechos y casas de ladrillos componen las calles de Ocumare del Tuy, estado Miranda. Después del mediodía y del cese de la lluvia, el calor y la humedad hacen que la ropa de todo aquel que ande por el pueblo se convierta casi en una capa de piel pegajosa e incómoda.
Allí, en medio del calor y en un sector conocido como La Calle del Medio, se encuentra la casa de Lesbia Vegas, una mujer alta, de 54 años de edad, a quien su camiseta ancha no le logra disimular los huesos de los hombros y de la espalda, que se le marcan sobre todo cuando se para de lado.
Su madre, su hermana y ella viven juntas desde hace varios años. Ninguna de las tres tiene empleo, pero logran sobrevivir gracias a cuatro pensiones, dos de Lesbia, que le quedaron por su trabajo durante 16 años como secretaria en la Alcaldía del estado Miranda, y dos de su madre.
Sentada en un sillón marrón desgastado en la sala de su casa y rodeada de un montón de ángeles de porcelana de distintos tamaños y diversos modelos —confesó que es fanática de ellos— la ocumareña se cruzó de piernas, y dejando ver sus clavículas profundamente marcadas, empezó a relatar su historia.
Vegas y su familia no escapan de la voraz crisis alimentaria, económica y social que atraviesa Venezuela. El dinero de las pensiones, que se distribuyen entre las tres mujeres, no les alcanza para poder cubrir sus gastos. Tampoco reciben ningún tipo de ayuda del gobierno y nunca han recibido la bolsa repartida por los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP).
“Lo más crítico es la alimentación. Duele mucho darse cuenta de que estábamos acostumbrados a un estilo de vida que ya no tenemos”, expresó Vegas.
Explicó además que ya no comen como antes, tienen la comida limitada y eso se refleja especialmente en su cuerpo y en el de su hermana, a quien se le marcan los huesos de la cadera por encima de un ancho pantalón de blue jeans.
Las tres han bajado de peso. “He bajado 18 kilos en lo que va de año”, reveló con tono de dolor la mayor de las hermanas mientras se miraba las rodillas con pesar.
El hambre y la mala alimentación no son los únicos problemas que debe enfrentar la familia Vegas. Hace cuatro años la ex secretaria de la alcaldía mirandina tuvo que luchar contra el cáncer de tiroides. Aunque pudo salir airosa en esa ocasión, debido al daño ocasionado por la enfermedad, quedó padeciendo un cuadro de hipertiroidismo —aumento de la glándula tiroides— que debe controlar con un tratamiento que no consigue, y que cuando lo encuentra, no lo puede costear.
Lesbia Vegas debe tomar de por vida Eutirox de 125 miligramos (mg). El principio activo de esta medicina es una hormona sintética que tiene los mismos efectos que las hormonas tiroideas producidas naturalmente. El drama de Vegas es que desde hace mucho tiempo no consigue este medicamento con la cantidad adecuada de mg, por lo que lleva algunos meses tomando una presentación vencida de 100 mg.
“Las medicinas que me tomo están vencidas. Son las únicas que consigo, las únicas que tengo”, declaró indignada.
La sobreviviente del cáncer era paciente en el Hospital Oncológico Padre Machado, ubicado en Caracas, pero comenta que se le hace complicado trasladarse a la capital para realizarse sus chequeos médicos, por lo que ha optado por asistir a los centros privados de Ocumare, donde los costos le son complicados de cubrir.
La hermana de Vegas también libra su propia batalla: desde hace años se enfrenta a un glaucoma que amenaza con robarle la visión de forma permanente. Día tras día la enfermedad avanza y el tratamiento se hace cada vez más difícil de hallar.
“Aquí han venido muchas personas. Dicen que son organizaciones y que nos van a ayudar a conseguir los medicamentos, pero se van y no hacen nada. Son puro cuento”, criticó la hermana de Vegas.
“La situación de la familia ocumareña se agrava con el transcurso de los días. Debido a la inflación, los precios aumentan sin cesar y el dinero les alcanza cada vez menos. “A veces comemos dos veces al día pero todo es incierto”, expresó Vegas mientras se levantaba del sillón para subirse la camiseta y mostrar su abdomen extremadamente delgado. “Esto es lo que soy ahora”, sentenció mientras se sostenía la camisa.
“Si quiero un chocolate no lo puedo comprar. Algo tan simple como eso ya no me lo puedo comer”, expresó la ocumareña después de cubrirse con la camiseta.
Con la mirada en uno de sus ángeles de porcelana, Vegas se expresó y dijo lo que quería para el país.
“Hay que unirnos, dejar de lado ese protagonismo que tanto ha tapado los verdaderos problemas. Hay que ser tolerantes, ¿Acaso no se dan cuenta de que el pueblo es el que sale más afectado?”, cuestionó.
Caminó hacia la entrada de su casa, y aunque tenía hambre y las preocupaciones no dejaban de rondar por su mente, soltó una sonrisa que le iluminó el rostro, recordó mejores tiempos y empezó a hablar sobre sus ángeles de porcelana.
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