—Mamá, quiero que sepas que solo una vez te dije una mentira –dice Andreína Pinedo Laprea, sentándose al lado de Yajaira, las dos sonríen-. ¿Tú te acuerdas la vez aquella, que yo llegué a casa a las siete de la mañana? ¿Recuerdas que había sido el matrimonio de X y cuando regresé estabas furiosa porque yo no había llamado? Bueno, ese día lo conocí a él.
Andreína señala a su espalda, donde está su esposo, el también venezolano Alfredo Sucre Kuster, de frente a Yajaira, quien lo observa con un brillo divertido en la mirada.
—Suegra, sí, pero yo me limité a llevarla a casa. Claro que en el camino me enamoré.
No es difícil creer que esta fuera la única mentira que la hija, universitaria, emprendedora, con dotes de liderazgo y muy carismática, le dijera a la madre, habida cuenta de que, apenas Andreína fue adulta y empezó a salir con muchachos, Yajaira la acompañaba hasta la puerta para dar un consejo: “Bueno, ya saben, pórtense mal. No veo la hora de tener nietos”.
—Los pobres muchachos se quedaban helados -recuerda Andreína-. Yo hacía como que no había oído nada y trataba de sacarlos rápido de allí.
La pareja se casó en 2014. Al preguntarle a Yajaira si Alfredo era el esposo que ella hubiera querido para su hija, dice: «Mejor». Y al confirmar con Andreína si es cierto que aquella fue la única mentira: «Bueno, mentiritas hubo otras, pero eran verdades a medias. Tipo quién estaba en un viaje o a qué hora volví de una fiesta mientras ella estaba dormida. Tenía terror a mentirle. Siempre me sentí incómoda con eso, porque no era necesario, porque era una mamá cercana y no quería traicionar su confianza en mí».
El domingo 29 de septiembre fue el cumpleaños de la arquitecta venezolana Yajaira Laprea. Cumplía 68 años y era su último día de vida. Al siguiente recibiría la eutanasia en un hospital en Madrid. Los síntomas de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), la enfermedad del sistema nervioso central que venía sufriendo desde hacía ocho años, se habían hecho insoportables. Ya ella quería descansar y las características de su cuadro clínico la hacían candidata cabal para una muerte asistida, desenlace que solo ella podía estipular.
La ELA conlleva una degeneración progresiva de las neuronas motoras en la corteza cerebral, tronco del encéfalo y médula espinal. Como consecuencia, se produce una creciente debilidad muscular que puede avanzar hasta la parálisis. Yajaira, de personalidad vivaz, sumamente vital y de excepcional inteligencia, optó por no esperar a que los estragos de la enfermedad fueran mayores. Había vivido una vida muy plena, había sido una profesional exitosa, mujer atractiva, esposa y madre amantísima, admirada y querida por sus familiares y amigos… No. Quería irse cuando aún podía dirigirse a la puerta de salida por su voluntad. Y decidió hacerlo el 30 de septiembre, al día siguiente de la fecha de su nacimiento, ocurrido en San Fernando de Apure, el 29 de septiembre de 1956.
Andreína se graduó en dos carreras. En 2009, en Economía y en 2010, Derecho. En el álbum fotográfico familiar, que una amiga trajo hace unos días de Caracas, hay una imagen de la segunda graduación, también en la Universidad Metropolitana. Aparecen ella, con las dos medallas, la de economista y la de abogada, y su madre. Ambas sonríen. Parece que les basta estar cerca para llenarse de alegría. El vestido que lleva Andreína es de su madre, quien lo usó cuando se graduó de arquitecta en la UCV. «Es un vestido sencillo y ligero», dice Andreína, «negro con flores coloridas, como le gustan a ella. Rojas y amarillas. Yo lo corté porque era por debajo de las rodillas y en 2010 eso no estaba de moda».
—Ese vestido -puntualiza Carmen Teresa Barrios, madre de Yajaira- se lo hicieron a Yajaira en Confecciones Reyes, en Sabana Grande, donde yo compraba casi toda mi ropa.Esa tienda era de un modisto de República Dominicana, muy conocido en Caracas, habilísimo con las chaquetas.
Desde la mañana empezaron a llegar amigos al pequeño apartamento de Yajaira y su esposo, el ingeniero caraqueño John Pinedo (John Carlos Pinedo de la Cour, para más señas), anexo del piso de Andreína y Alfredo. La tortas y panes dulces se fueron acumulando en la cocina del anexo, que fue, por cierto, su última obra como arquitecta.
Los visitantes que arribaron en la tarde toparon en la puerta con la advertencia de John Pinedo: «Ella está agotada». En el salón estaba Yajaira con signos de evidente cansancio. Frente a ella, en el sofá, estaba dormida una preciosa muchacha, Ginnie, de 18 años, su nieta mayor, que acaba de empezar los preliminares de sus estudios de Medicina. Ginnie es hija de Alejandro Pinedo Laprea, quien vino con su familia desde los Estados Unidos, donde viven desde hace unos años, para acompañar a sus padres, su hermana y su abuela en el trance.
—Mi mamá no quiso que estudiara Arquitectura -comenta Alejandro.
—Porque eso no da plata -precisa su madre.
—Entonces, estudié Diseño -concede Alejandro- y luego Programación web en Estados Unidos. Ahora resulta que soy arquitecto de datos y arquitecto web.
A la reunión se suman Yaslym Hernández, esposa de Alejandro, y la segunda hija de estos, de nueve años. Más tarde llegarán la hija más pequeña de la pareja y los dos hijos de Alfredo y Andreína. Cada miembro de la familia es una razón para vivir. Estamos ante un grupo particularmente espléndido, cariñoso, respetuoso. Tiene que ser muy duro.
—Lo voy llevando -dice Alejandro-. Ya son ocho años…
—Pero a veces se quiebra -aclara Yaslym por lo bajo.
Yajaira observa al fotógrafo. Cuando él le pregunta si se anima a posar con las fotografías del álbum que la familia ha estado hojeando y comentando, responde, rápida:
—Échale bolas.
La divierten los ardides del fotógrafo para captar instantes, no le quita de encima la mirada. El lugar se ha llenado. Han llegado también Carmen Teresa Barrios, la madre de Yajaira, y una antigua amiga de esta. Ya deben quedarse solos. El sol se ha puesto en Madrid. Será una noche larga, extraña. ¿Dormirá alguien?
—Todo fue como esperábamos -explica Andreína por teléfono al día siguiente. Los médicos nos trataron de maravilla. Nos recibieron con mucho cariño. Ella estaba tranquila y bien, en general. Como estaba planificado, estuvimos todo el día en el hospital.En la mañanale hicieron una serie de exámenes a mi mamá para los transplantes y coordinar las entregas de los órganos. Ahí estábamos, leyéndole mensajes bonitos, diciéndole cosas lindas y ella, riéndose y echando chistes. En la tarde, entraron los médicos a hacer el procedimiento: hicieron la sedación a las 5:45 pm, en el cuarto, con nosotros allí. Fue difícil, claro… pero sabemos que es lo mejor. Se fue como quiso, jugándose con todos y pensando que iba a descansar.
«Ya sedada, la llevaron al quirófano para completar el proceso y hacer lo relacionado con los trasplantes, El procedimiento funcionó como establece el protocolo. Sin necesidad de ajustes o cosas adicionales. Al final, pudo donar sus pulmones, riñones e hígado. Y también hicieron la extracción del cerebro para investigación. Fue hermoso».
«Estamos tranquilos. Aquí vamos. Ha sido un proceso muy complejo pero creo que ella está donde quiere estar y eso nos da paz y tranquilidad. Igual es duro, pero es distinto a otros tipos de luto. ¿Te contó mi mamá que quiere que sembremos árboles con las cenizas?».