En los últimos días hemos asistido a una serie de noticias sobre el supuesto descubrimiento del primer animal anaerobio, es decir, capaz de vivir sin oxígeno. Llamativos titulares se han sucedido en diversos medios. Algunos ejemplos: “Este ser vivo no debería existir: no necesita oxígeno para sobrevivir”, “un animal parásito desafía las reglas de la vida”, “una completa anomalía de nuestro planeta”.
La verdad es que el concepto de animal anaerobio tiene su atractivo. Los animales somos seres heterótrofos, lo que significa que obtenemos nuestra energía de la materia orgánica mediante su oxidación en los orgánulos celulares conocidos como mitocondrias. El oxígeno es tan necesario para nosotros como el propio alimento. No nos debería extrañar demasiado que sorprenda la supuesta primera excepción a esta regla aparentemente universal.
Sin embargo, la publicación del descubrimiento al que hacen referencia se produjo hace más de cuatro años. La evidencia de que el cnidario parásito del salmón Henneguya salminicola carecía de genoma mitocondrial y de metabolismo aeróbico, fue publicada en la revista PNAS en febrero de 2020 y ya dio lugar en su momento a una oportuna y justificada oleada de titulares y artículos divulgativos.
Sucede también que los autores del artículo de PNAS fueron bastante más modestos en sus conclusiones. Afirmaron que su descubrimiento mostraba que la respiración aeróbica “no era omnipresente en los animales”. Dicho de otra forma, que la regla tenía al menos una excepción.
También mostraban que, a pesar de la ausencia de genoma mitocondrial, las células de Henneguya poseen “orgánulos relacionados con las mitocondrias” (MRO, por sus siglas en inglés), probablemente derivados de ellas. En estos orgánulos el parásito ejecuta varias rutas metabólicas clásicas, incluyendo el ciclo de Krebs –reacciones químicas que forman parte de la respiración celular en las células aerobias–, aunque no se conoce con detalle la forma en que obtiene su energía sin utilizar oxígeno en la cadena respiratoria.
Ya se conocían precedentes
¿Por qué los autores del artículo de PNAS evitaron reivindicar el descubrimiento del “primer animal anaerobio”? Porque es probable que Henneguya no lo sea. En 2010 se descubrieron tres especies de loricíferos en sedimentos de la cuenca de L’Atalante, un lago submarino hipersalino situado en el mar Mediterráneo a unos 200 kilómetros al oeste de la isla de Creta. Su salinidad extrema (hasta 365 gramos de sal por litro, diez veces superior a lo normal) hace que no se mezcle con agua más superficial, por lo que este lago submarino no contiene oxígeno disuelto.
Los loricíferos son diminutos animales que viven en los sedimentos de fango o arena. Las tres especies descubiertas en los sedimentos anóxicos de L’Atalante planteaban la cuestión de cómo organismos animales podían vivir en un ambiente sin oxígeno. Los estudios con microscopía electrónica de los ejemplares recogidos mostraban la ausencia de mitocondrias. En su lugar se encontraban unos orgánulos que los autores del artículo identificaron como posibles “hidrogenosomas”.
Hasta ese momento, los hidrogenosomas sólo habían sido localizados en algunos ciliados, flagelados y hongos habitantes de ambientes anaerobios. En estos orgánulos, probablemente derivados de las mitocondrias, una serie de enzimas utilizan protones en lugar de oxígeno como aceptores de electrones para generar hidrógeno molecular y ATP.
Las tres especies de loricíferos mediterráneos sí podrían ser los primeros animales conocidos que viven sin oxígeno y los primeros animales que utilizarían hidrogenosomas para obtener energía. Los autores del estudio sobre Henneguya reconocen este posible precedente, aunque señalan que un artículo publicado en 2015 había puesto en duda la existencia de loricíferos en ambientes anóxicos.
Este cuestionamiento fue contestado de forma contundente por los investigadores de la fauna de L’Atalante, pero el tema sigue abierto a la espera de más resultados. Continúa siendo necesaria una confirmación de la ausencia de respiración aeróbica y la presencia de hidrogenosomas en los loricíferos de L’Atalante, pero las dificultades técnicas para obtener muestras adecuadas lo han impedido hasta la fecha la secuenciación de su genoma. Por ello, se impone la prudencia.
Lo que sí resulta esencial, al hilo de lo que hemos contado, es la necesidad de que la información y la divulgación científica sean rigurosas, que los titulares respondan al contenido de artículos y noticias, y que se consulten las fuentes originales.
Ramón Muñoz-Chápuli Oriol, Catedrático de Biología Animal (jubilado), Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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