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El otro cerebro y cómo los intestinos influyen en el estado emocional

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Los memoriosos recuerdan el término flora intestinal, de uso corriente para referirse a las bacterias presentes en el intestino. Desde hace unos años el término dio lugar a su acepción más correcta y científica, la microbiota y todo aquel que persigue una alimentación consciente y saludable la tiene en cuenta como condición indispensable para el buen funcionamiento del organismo.

Mucho se oye hablar de microbiota, incluso desde la publicidad. Pero ¿de qué se trata? El término hace referencia a la comunidad de microorganismos -la mayoría bacterias- que se encuentran generalmente asociados a tejidos sanos, especialmente en el colon, aunque también se encuentran en la piel y en otras mucosas. “La gran mayoría de las bacterias, más del 90%, residen en el colon, habiéndose estimado previamente en torno a unos cien billones. Esto representa una cantidad diez veces mayor que el número total de todas nuestras células del cuerpo”, compara el doctor Diego Wappner, especialista en medicina interna.

El investigador Gabriel Vinderola, doctor en química, señala que la microbiota o los microorganismos que colonizan el cuerpo, cubriendo la piel y las mucosas, están presentes “en todo el tracto digestivo, en el tracto reproductor femenino y en el árbol respiratorio. Es decir que estamos cubiertos de microorganismos por fuera y por dentro. Y estos microorganismos son bacterias, principalmente levaduras, hongos, virus y también arqueas, que son parientes lejanos de las bacterias”, resume.

En las primeras investigaciones que se desarrollaron sobre el tema, se hacía referencia a la entonces llamada flora intestinal, pero “si hablamos del conjunto de microbios que habitan en nuestro organismo, es más correcto hablar de microbiota. Hoy, con un mayor conocimiento de la materia, sabemos que el término correcto era microbiota”, aclara Wappner.

Por otra parte es importante tener en cuenta que si bien las bacterias están normalmente asociadas a tipos de enfermedades, solo el 1% de las que están presentes en el organismo enferma, gracias al sistema de defensas, responsable de que la mayoría de ellas sean inofensivas o incluso beneficiosas.

“Estas ejercen diversas funciones en forma colaborativa con nuestro cuerpo. Las bacterias que habitan el intestino producen sustancias, logrando un efecto positivo en el humano. Incluyen la producción de vitaminas, así como acciones antiinflamatorias y antioxidantes”, señala el médico.

Considera bacterias buenas o beneficiosas aquellas que tienen la capacidad de modificar ciertos alimentos, como los derivados de la leche -yogurt, queso o manteca- que en este caso mejoran sus propiedades sumando beneficios sobre la salud.

Un organismo conectado

Tras años de estudio, se sabe que la función del sistema digestivo excede el procesamiento de los alimentos, pues la microbiota intestinal es fundamental para el correcto funcionamiento de los más variados órganos, desde los pulmones, pasando por los riñones y hasta el hígado, el corazón y el cerebro. Si bien la microbiota intestinal actú en primer término sobre el tracto digestivo, “como todos los sistemas están interconectados actúa también sobre el resto. Hay una conexión intestino-cerebro a través del nervio vago, otra intestino-piel y todas las cuestiones intestinales pueden repercutir en la piel. Otra conexión es entre el intestino y el hígado.

La microbiota por fermentación produce más de 400.000 moléculas que entran al medio interno y estas pueden llegar a cualquier órgano, impactando en él”, apunta Vinderola.

“El intestino es el segundo cerebro del cuerpo y nuestro primer órgano inmunológico: tiene la misma cantidad de neuronas que la médula espinal, y también los mismos neurotransmisores”, afirma el gastroenterólogo Facundo Pereyra, autor de Resetea tus intestinos.

El especialista explica que el intestino está conectado con el cerebro por el “nervio vago” que es el más largo del cuerpo y que los científicos aseguran que está fuertemente conectado a las emociones. Por eso también es reconocido como el “nervio del alma”. “El 80% de esos cables son sensores, lo que significa que el nervio vago en toda su extensión está reportando lo que pasa en todos los órganos del cuerpo al cerebro”, describió a la BBC Kevin Tracey, presidente del Instituto Feinstein de Nueva York y un pionero en el estudio de ese nervio.

“Un intestino inflamado filtra menos las toxinas y eso genera inflamación en el sistema inmunológico”, explica Pereyra. Al proceso que se refiere el especialista es cuando ese órgano del cuerpo está agredido o enfermo, se produce una alteración en su permeabilidad y para defenderse empieza a generar sustancias inflamatorias que viajan al cerebro produciendo neuroinflamaciones, lo que termina generando insomnio, sentimientos de tristeza, ansiedad y hasta nubes mentales y migrañas.

Pereyra enumera otros síntomas: colon irritable, gastritis, reflujo, hinchazón. También aclara que hay síntomas extradigestivos como por ejemplo dolores de cabeza, hormigueo, erupción en la piel, hinchazón de manos, pies y cara, falta de energía, dolores articulares, y aftas.

En esos casos aconseja “poner a descansar al intestino entre siete y diez días” para que el órgano “se sane”. ¿Cómo? “Hay que eliminar el gluten, el azúcar, los lácteos, las carnes rojas, el café y el alcohol. Igual ,cada persona requiere de una dieta personalizada. También es importante agregar magnesio, probióticos, enzimas digestivas y omega 3″, responde.

En cuanto a los resultados, afirma que cuando las paredes del intestino se desinflaman la persona luce mejor la piel, tiene mayor claridad en sus pensamientos, está más contenta, no tiene ansiedad, mejoran sus articulaciones y hasta los dolores menstruales en las mujeres.

La interrupción del equilibrio

Cualquier interrupción del equilibrio de la microbiota, “o disbiosis”, da como resultado el mal funcionamiento de estos órganos afectados y la progresión de muchas enfermedades relacionadas. Existe lo que la comunidad científica denomina el eje microbiota-intestino-cerebro, siendo este un sistema bidireccional. “El cerebro puede afectar indirectamente a la microbiota intestinal mediante cambios en la secreción, motilidad -conjunto de movimientos que hace que los alimentos se desplacen a lo largo del sistema digestivo- y permeabilidad intestinal, o puede influenciar directamente la microbiota por vía neuronal, mediante la liberación de sustancias que comunican las células intestinales con las células encargadas de las defensas”, detalla Vinderola.

La interrupción de equilibrio de la microbiota se vincula con la progresión de enfermedades “a través de las conexiones interorgánicas más importantes, como los ejes intestino-pulmón e intestino-cerebro”, añade. Es el caso de trastornos metabólicos como la diabetes, la obesidad, distintos tipos de cáncer, trastornos de la piel como psoriasis o acné o “incluso enfermedades cardiorrespiratorias como el asma o la insuficiencia cardíaca, o neurológicas, como la enfermedad de Alzheimer”, enumera Wappner.

Pereyra insiste en que un mal funcionamiento del intestino puede afectar el ánimo de una persona. Habla del “síndrome de intestino permeable”. Es una teoría alternativa, no científica, que aún no fue aceptada por la medicina por falta de un análisis específico. “Las herramientas que desarrollamos son orientativas y surgen efecto en algunos casos”, aclara.

Cómo cuidarse

Al hablar de prevención, Vinderola enfatiza en la importancia del uso racional de los medicamentos, sin importar la edad, pues todos en alguna medida impactan negativamente en la microbiota, “sobre todo los antibióticos y los antiácidos; el uso tiene que ser muy racional, solamente cuando son estrictamente necesarios”, advierte. El consumo de antibióticos debe respetar las indicaciones médicas para no dañar la microbiota. No se discute el uso del antibiótico para eliminar al microorganismo capaz de causar una enfermedad. “Sin embargo, su uso puede originar alteraciones que afectan la relación de equilibrio que hay entre la persona que los ingiere y la microbiota, aumentando la susceptibilidad a una enfermedad y derivando en una desregulación de nuestro sistema de defensas”, señala Wappner.

Por eso advierte que el uso de antibióticos en forma prolongada o inadecuada tiene efectos en la estructura de la comunidad microbiana. “Estas alteraciones muchas veces son duraderas en la microbiota del intestino e interfieren en la relación mediante la interrupción de las asociaciones entre el huésped y la microbiota”, describe.

En síntesis, no hay dudas de que un buen funcionamiento del intestino puede también actuar preventivamente, evitando infecciones agudas gastrointestinales, respiratorias, también en cuestiones crónicas como la diabetes, el sobrepeso, la obesidad, las alergias alimentarias, la endometriosis, el ovario poliquístico y las enfermedades neurodegenerativas. “Esencialmente porque todas estas enfermedades tienen una especie de inflamación, y la microbiota puede controlarla “, explica Vinderola.

Tres claves para mejorar

Dieta meditarránea: Para mantener una microbiota saludable se recomienda consumir ciertos alimentos, como brócoli, cebolla, ajo, legumbres, papa y arroz, cocidos y luego enfriados. También cereales integrales, cuya fibra alimentaria es luego fermentada por las bacterias del intestino, promoviendo el desarrollo de ciertas especies, como bifidobacterias, que colaboran en el mantenimiento y formación de una microbiota saludable. Los especialistas recomiendan la dieta mediterránea –rica en frutas, vegetales y hortalizas con bajo consumo de carne y alto de legumbres–, para mantener sana la microbiota. Tambien ingerir ácidos grasos omega 3 que el organismo no fabrica por sí mismo y que se deben conseguir a través de la alimentación, por medio de pescados azules, como la sardina, la caballa, el atún y el salmón o de frutos secos naturales. Y se aconseja disminuir la ingesta excesiva de alcohol, azúcar y alimentos ultraprocesados.

Probióticos y yogures: Ingerir alimentos que contengan probióticos naturales es fundamental para tener un intestino sano. Algunos ejemplos son el chucrut, el yogur natural y sin edulcorante, el natto -alimento japonés elaborado con frijoles de soja que se fermentan-, el kimchi -preparación de origen coreano en base a verduras fermentadas, con repollo y cebolla-, el kéfir y los encurtidos, que se sumergen y se conservan en una solución de sal o de vinagre.

El yogur que contiene probióticos puede tener un beneficio, pero no para la microbiota -no se ha estudiado su efecto en ella-, sino para la activación del sistema inmunológico. La licenciada en nutrición Laura Romano agrega los posbióticos como “el pan de masa madre, que tiene microorganismos que no están vivos pero que pueden generar un efecto benéfico en el intestino”.

Actividad física y dormir bien

El entrenamiento también impacta muy positivamente en la microbiota porque aumenta las especies de bacterias antiinflamatorias. También el reposo digestivo, llamado a veces ayuno intermitente que tiene un impacto positivo en la microbiota.

El sueño y respetar los ciclos circadianos influyen positivamente. Es importante también seguir los ciclos de luz. Conviene consumir los alimentos en el período en los que hay luz, no cenar a las 11:00 de la noche. Además, no estresarse. El gastroenterólogo Facundo Pereyra aconseja acostarse temprano, dormir al menos siete horas, estimular la producción de vitamina D tomando al menos 20 minutos de sol por día (mejor por la mañana), meditar, agradecer, descansar y tomar contacto con la naturaleza. Con un paseo diario, alcanza.

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