La relación entre la ingesta de agua -o algún otro líquido- durante una comida y la salud digestiva ha sido motivo de controversia. Ha llevado a muchos a preguntarse sobre su impacto. Existen diversas teorías al respecto.
Algunos recomiendan evitar beber hasta unos minutos después de comer; argumentan que puede interferir con la función digestiva. Otros sugieren tomar pequeños sorbos entre bocados, afirmando que esto podría acelerar el metabolismo. ¿Qué dicen los expertos al respecto? ¿Existe algún consejo que sea más apropiado que otro?
Desde la Mayo Clinic, entidad que se dedica a la investigación y divulgación de contenido científico y médico, informan que no existe un consentimiento preciso que indique que el consumo de bebidas, sobre todo de agua, empeore la secreción de jugos gástricos y la función digestiva. Más bien, alientan a beber agua durante y después de una ingesta de comida argumentando que es vital para la salud.
“Al igual que otras bebidas, este líquido ayuda a romper los alimentos para que el cuerpo absorba los nutrientes con mayor facilidad. Además, colabora en prevenir la constipación”, relatan.
Al respecto, Analía Yamaguchi, médica clínica especialista en Nutrición del Hospital Italiano y autora del libro “El Té Gourmet Argentino. Identidad y sentido de pertenencia”, comenta que desde siempre han existido mitos “que decían que no podías tomar agua dos horas antes y dos horas después de haber comido”.
Pero lo cierto, menciona la especialista, “es que no hay ninguna evidencia científica que de cuenta de que esto sea real”. De hecho, “es muy bueno tomar agua mientras comes porque ayuda a lubricar el bolo alimenticio; favorece la digestión y mejora los jugos gástricos”, añade Yamaguchi. Por otro lado e igual de importante, agrega que otras de las bondades del consumo de agua es que alivia el estreñimiento abdominal y mantiene hidratada a la persona.
Beneficios de tomar agua en las comidas
La digestión tiene que ver con un largo y meticuloso proceso que puede durar entre 24 y 72 horas. Lo curioso es que comienza en la boca, desde que se da el primer bocado y se empieza a masticar.
En esta etapa inicial, se da una transformación química de descomposición del alimento con ayuda de las enzimas que están en la saliva. Luego, “la comida desciende por el esófago hasta el estómago donde los jugos gástricos terminan de romperla”, detalla Fabio Nachman, jefe del Servicio de Gastroenterología del Hospital Universitario Fundación Favaloro.
Después pasa al intestino delgado para mezclarse con los ácidos biliares y otro grupo de enzimas que ayudan al cuerpo a absorber alrededor del 75% de los nutrientes presentes en los alimentos. Aquello que no se procesó, se traslada al intestino grueso y se elimina.
En este proceso, señala Nachman, el agua es entendida como uno de los principales actores. “Colabora como transporte para que el alimento fluya mejor a través del tracto digestivo. Y una vez en el intestino, facilita su disolución. A veces, cuando la secreción gástrica no es suficiente, el agua pasa a ser el componente esencial y a ocupar su rol”.
Precisamente, lo que ocurre es que el “agua ayuda a descomponer los alimentos para que el cuerpo pueda absorber con éxito los nutrientes”, ahonda el experto. Y tajante, derriba los mitos que no avalan el consumo de este líquido mientras se come. “No está demostrado que esta bebida diluya los jugos gástricos ni que interfiera en la digestión. Por el contrario, en su justa medida colabora y facilita el proceso”.
Gran aliada bajo investigación
Además, hay alimentos puntuales que indefectiblemente necesitan entrar en contacto directo con el agua para que se asimilen sus nutrientes. Aquellos que poseen fibra, por ejemplo, sin falta “deben ir a la par de la hidratación”, destaca Nachman. El salvado de avena, la cebada, las semillas, las nueces, las lentejas, los cítricos y las zanahorias, son algunos de los que poseen fibra soluble. Esto quiere decir que “atraen el agua y se convierten en gel durante la digestión”, precisa un informe de MedlinePlus.
Otro de los beneficios de tomar agua entre bocados, es que ayudará a comer más pausado y despacio. Esto dará lugar a que la persona escuche las señales de su cuerpo y sea consciente de qué tan satisfecho se está y así, evitar comer de más. Sumado a ello, un estudio publicado por la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos, encontró que consumir agua antes de una ingesta de comida, reducía la porción del plato.
La investigación fue realizada a un grupo de 15 voluntarios (ocho mujeres y siete hombres), entre los 23 y 26 años; todos fueron testeados en un laboratorio al que debieron asistir durante tres días. En una de las jornadas se les solicitó comer luego de haber ingerido 300 mililitros de agua; en otra, solo tuvieron que comer, y en la última instancia, tomaron 300 mililitros de agua después de la ingesta de alimentos. Como conclusión, los investigadores dieron cuenta que el consumo de agua antes de las comidas condujo a una significativa reducción en la ingesta de energía.
“Esto puede ser una estrategia eficaz para el control de peso, aunque se desconoce el mecanismo de acción”, describen
Consultados acerca de si hay una cantidad estipulada de consumo de agua durante una ingesta de comida, los especialistas coinciden en que es relativo a cada persona.
En términos generales, aconsejan que un adulto sano debe tomar de base entre 1,5 y dos litros por día y durante un almuerzo o cena, lo que vaya necesitando. Aunque hay excepciones. En caso de que se tenga alguna patología, como podría llegar a ser fiebre, “lo ideal es que en ese tiempo se aumente el consumo de agua”, dice Yamaguchi. Así mismo, aclara que los deportistas también deben duplicar su ingesta para compensar toda la que perdieron a través del sudor. Al respecto, la especialista aclara que “no hay que esperar a tener sed para tomar agua. Cuando llegas a ese punto es porque ya estás deshidratado”.
Comer menos
Con estos datos sobre la mesa, Yamaguchi remarca que tampoco hay que caer en el otro extremo “donde se toma demasiada agua para ‘llenar’ el estómago y llegar con menos hambre al almuerzo o la cena con el objetivo de bajar de peso”.
En estos casos, “hay gente que se sobrehidrata para tener menos apetito y eso es contraproducente porque al comer menos, no se terminan de incorporar todos los nutrientes que el cuerpo necesita y que solo se obtienen a través de los alimentos”, puntualiza la médica.
Sin embargo, son muchas las personas que prefieren consumir gaseosas o distintos tipos de bebidas azucaradas por sobre el agua mineral. Esta costumbre, indica Nachman, “no se aconseja por la cantidad de aditivos que posee y que a la larga, pueden generar distintas afecciones crónicas tales como resistencia a la insulina”. Además, indefectiblemente generan saciedad.
Cuando se trata de los hábitos de la alimentación, los mitos populares abundan. Algunos de ellos pueden ser contraproducentes y sin quererlo, causar efectos colaterales. Para estar en equilibrio y que las funciones del organismo estén vitales, es importante no caer en extremos, escuchar al cuerpo y proveerle lo que realmente necesita.
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