Un saxofonista y un violinista se preparan para amenizar con música en vivo la entrega del XXI Premio Fundación Empresas Polar Lorenzo Mendoza Fleury 2024. Este año cuatro biólogos se hicieron con el reconocimiento: Margarita Lampo, Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (Acfiman); Juan Concepción Curbelo, de la Universidad de Los Andes (ULA); Nelson Ramírez Rodríguez de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y Reinaldo Marín del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC).
Acompañados por sus familiares, colegas y amigos, tres de los cuatro ganadores esperan el inicio del acto que, a pesar de los 45 minutos de retraso, sigue recibiendo público. El cuarto galardonado se conectará vía telemática desde Estados Unidos, donde reside. Los presentes, que superaron con creces la capacidad del aforo, se ubican de pie en las escaleras del auditorio. Tras casi 50 minutos de espera, sube a la tarima Leonor Giménez de Mendoza, presidenta de la fundación. Toma asiento en el centro de la mesa que comparte con miembros de la junta directiva de Empresas Polar, incluyendo al empresario Lorenzo Mendoza, su hijo, y presidente de Empresas Polar.
El acto comenzó con un sonoro aplauso de bienvenida a los galardonados. Luego, se leyó el veredicto del comité que escogió a los ganadores entre un grupo de 40 postulantes. Los encargados de esa ardua tarea fueron Gloria Buendía de la Universidad Simón Bolívar (USB), María Eugenia Grillet, Alexis Mendoza y Liliana López de la UCV, Rafael Almeida y Ramón Pino de la ULA y Jafet Nassar del IVIC.
“Este veredicto pone en manifiesto que a pesar de las dificultades que atraviesa el desarrollo de la actividad científica en Venezuela, el talento, la creatividad y la productividad aún se preservan en las instituciones. Las investigaciones de los galardonados dan cuenta de su excelencia e impacto”, afirmó uno de los miembros del comité, la doctora Liliana López.
Fundación Empresas Polar promueve la esperanza
Para el biólogo Juan Luis Concepción Curbelo, el primero en recibir el galardón de Fundación Empresas Polar, la ciencia ha sido un motivo para seguir adelante. Tras un grave cáncer que limitó su capacidad de hablar, encontró la fuerza que necesitaba en su trabajo. “La enfermedad me cambió física pero no espiritualmente. De hecho, el hacer ciencia me dio mucha fuerza. Hace como diez años dimos un salto cuantitativo de la ciencia básica a la ciencia aplicada porque trabajábamos con la enfermedad de chagas y la leishmaniasis, pero nos dimos cuenta de que ese trabajo no tenía sentido si no teníamos un instrumento para diagnosticar”, reveló.
Durante más de tres décadas, Juan Luis Concepción Curbelo estudió la bioquímica y la biología molecular de los parásitos que causan dichas enfermedades. Nacido en La Palma, Tenerife, España, con nacionalidad venezolana, su padre, un agricultor, dejó el campo y huyó de la dictadura franquista rumbo a Venezuela. La familia se instaló en Mérida, donde Curbelo terminó su educación inicial y estudió Biología, carrera de la que egresó en la ULA en 1987. Continuó su formación con un magíster en Ciencias Médicas en 2000 y un doctorado en Biología Molecular en 2004, ambos en la ULA. Curbelo es profesor titular adscrito de la Facultad de Ciencias de su casa de estudios y coordinador del Laboratorio de Enzimología de Parásitos (LEP).
Desde allí, se ha enfocado en desarrollar kits diagnósticos de enfermedades parasitarias. “En la pandemia, en menos de un año, logramos sacar dos kits para diagnosticar el covid-19 que se ha usado en el sistema de salud pública. Después nos enfocamos en desarrollar un kit para toxoplasmosis. Ahora estamos desarrollando tres kits: uno para hepatitis C, otro para Sida y otro para dengue”, detalló el biólogo.
El trabajo le ha permitido a Curbelo romper una barrera psicológica. Ahora no tiene dudas: los productos de alta tecnología no solo se hacen en países más desarrollados que Venezuela. “Yo creo que sí podemos hacer muchos productos biotecnológicos y tenemos a la gente joven para hacerlos. Nunca perdimos ni la fe ni la esperanza. De este laboratorio ha salido gente brillante”, afirma.
A Curbelo le gusta compartir su vida familiar con su esposa, Ana Cáceres Nicolieri, bióloga de la ULA, y su hija Daniela, de 14 años, quien ya muestra inclinación hacia la biología desde que en la pandemia no tuvo más opción que acompañar a sus padres al laboratorio. Juan Luis Concepción Curbelo es, además, un apasionado de la pesca, el futbol y la culinaria. “Quería sembrar en esa gente joven una esperanza como mi padre la sembró en mí. Él quería hacer cosas en el país y aquí están. Este premio significa muchísimo porque es una forma de sembrar esperanza en los jóvenes”.
Ser una chica Polar
“Todos saben la importancia de ser una chica Polar, eso tiene sus implicaciones”, comentó, con una sonrisa, la zoóloga Margarita Lampo, egresada en 1985 de la Universidad de Maryland, Estados Unidos. Hija de una familia de arquitectos, la menor de tres hermanos siempre sintió curiosidad por todo lo que la rodeaba. Al principio quería ser veterinaria. Sin embargo, una visita guiada al laboratorio de Reinaldo Di Polo en el IVIC la convenció de estudiar alguna ciencia relacionada con los animales. Se decidió por Zoología y aunque ahora se especializa en el estudio de anfibios, su interés general está en la conservación de la fauna silvestre.
“El premio de la Fundación Empresas Polar no solo nos reconoce a nosotros cuatro, es un premio a la comunidad y actividad científica. Una de las cosas de las que carecemos en este país ahora es un incentivo a los jóvenes a seguir carreras científicas. En ese sentido, este premio es muy importante, porque evidentemente los jóvenes quieren ver el reflejo de lo que van a hacer o pudieran ser cuando son adultos. Hay muchos retos en esta profesión, los científicos siempre nos enfrentamos a retos. Nuestra carrera es de retos pero en Venezuela, aparte, está el reto del apoyo económico”.
El reconocimiento de Fundación Empresas Polar es una invitación a seguir haciendo. Desde hace dos décadas Lampo se ha dedicado a estudiar las poblaciones de las ranas arlequines, una especie endémica del país, que se consideraba extinta hasta que en 2003 se descubrieron nuevos especímenes. Tras años de un estudio científico detallado, Lampo y su equipo llevaron a las especies a cautiverio para reproducirlas. En dos años aumentaron la población con 500 ranas arlequines nuevas.
“Venezuela es un país con una naturaleza y ecosistemas impresionantes. Muchos europeos darían la vida por tener siquiera 5% de lo que tenemos aquí”. La naturaleza que la rodea siempre le ha causado mucha curiosidad, casi como un juego de adivinanzas. En 1991 hizo un doctorado en Ciencias Biológicas, mención Ecología en la UCV, ese mismo año ingresó al IVIC, donde en 2017 alcanzó el máximo rango: investigadora titular. Su pasión por la ciencia la comparte también con el piano, al que le dedica dos horas diarias desde joven.
La capacidad de Lampo para sorprenderse del entrono es inagotable. Esa manera de ser y hacer es un ejemplo a seguir para sus hijos, Jimena y Santiago, quienes la ven como la mamá científica correcta y resiliente. Lampo aseguró que el premio es un reconocimiento a una vida dedicada a la ciencia en Venezuela, en especial a su fauna silvestre. “Este premio de Fundación Empresas Polar es un empujón, es como si te dijera: pa lante, muchacho, sigue”.
La ciencia, amor a primera vista
El doctor Reinaldo Marín cocinaba cuando Leonor Giménez de Mendoza lo llamó por teléfono para comunicarle que había ganado el premio de la Fundación Empresas Polar. De la emoción, se le quemó la pasta. Nacido en Caracas en el seno de una familia de bajos recursos, sus padres supieron inculcarle el amor por la educación. Toda su formación transcurrió en instituciones públicas. En una visita guiada al IVIC se enamoró a primera vista de la ciencia. Era un adolescente pero ya sabía a qué quería dedicarse.
Egresó como profesor de Biología y Ciencias Generales del Instituto Pedagógico de Caracas en 1978, donde hizo un magíster y un doctorado en Fisiología y Biología Molecular en 1981 y 1982. Hizo posdocotrados en el IVIC y fue enviado a la Universidad de Yale, en Estados Unidos, donde completó su formación tras dos años de estudio. Regresó al IVIC como investigador asociado y en 2001 alcanzó el rango de investigador titular. Durante su vida académica ha unido el estudio con el compromiso de formación de nuevas generaciones.
“Actualmente trabajamos con una patología que se presenta en mujeres embarazadas, la preeclampsia. Se caracteriza porque una mujer que era sana, a mitad del embarazo le sube la presión arterial y se vuelve hipertensa. Nosotros estudiamos una de las características particulares de ese síndrome que es el estrés oxidativo. Logramos explicar por qué el sulfato de magnesio puede disminuir el estrés oxidativo”.
Para Marín, el premio de Fundación Empresas Polar es la cúspide para cualquier investigador venezolano. No es un galardón que sienta solo suyo, es también es de sus mentores, su esposa y de todos sus estudiantes. Se ha centrado en estudiar también aspectos de la fisiología renal, la movilidad de los espermatozoides que pueden causar infertilidad masculina, la homeostasis y el tratamiento para la preclampsia. Más allá de su faceta como investigador, el doctor es apasionado de la cultura italiana y confiesa con modestia que le gusta el bel canto. Además, es miembro activo de una asociación de vecinos en Caracas.
Ahora a seguir trabajando
Cuando Nelson Ramírez Rodríguez era pequeño, se pasaba los días viendo las hojas de un Samán desde la ventana del apartamento en las Fuerzas Armadas, donde vivía con sus padres y sus cinco hermanos. Su mente viajaba constantemente, inspirado por ese paisaje. Fue solo cuestión de tiempo para que el caraqueño llegara a estudiar alguna carrera científica en la UCV. Se decidió por Química y, tras dos semestres de leer con desconsuelo las materias que se impartían en Biología, pidió el cambio. En 1978 egresó como biólogo. Hizo un doctorado en Ciencias, mención Botánica en 1991 y es profesor jubilado de botánica en la UCV desde 2003. Pero no ha parado de trabajar.
“Yo me casé con quien quería: la ciencia. La amo y la sigo amando y cada vez que tengo un problema, es como un problema matrimonial. Seguiré trabajando. La ciencia y mi dedicación me han salvado en los momentos más difíciles de mi vida, como la muerte de mi pareja hace cuatro años. Si no fuera por la ciencia, no estaría aquí. No hay una generación de relevo, tristemente. Hay que promocionar, dar becas, estímulos, trabajos para que los jóvenes se entusiasmen. Yo seguiré trabajando, ya no hay más premios que ganar”.
Conocido por sus pupilos como el científico de las flores, Ramírez produce información luego de analizar los tipos morfológicos de los frutos. Los cataloga por color, forma y diversidad dentro de las comunidades de especies y luego estudia cómo esas características se parecen. Casi nadie lo ha hecho, él es un pionero y solo ha logrado determinar 27 comunidades de especies tras más de 40 años de investigación. “Me hace falta otra vida para terminar. Seguiré trabajando me gane el premio que me gane”.
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