Si se sigue privilegiando la plantación de árboles como la única estrategia para capturar CO2 en los ecosistemas tropicales se corre el riesgo de que se provoquen más daños que beneficios, alerta un estudio publicado en Trends in Ecology & Evolution.
Esta advertencia coincide con otro estudio, que encontró que un incremento del 40 por ciento en la cobertura de árboles en la sabana brasileña provocó una reducción de la biodiversidad en aproximadamente 30 por ciento.
Los proyectos financiados con créditos de carbono han ido en crecimiento en América Latina. Muchas de estas iniciativas deciden crear plantaciones de árboles para justificar los bonos que ofrecen a las empresas interesadas en financiarlos.
Según un reporte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), para 2020 el 2 por ciento de la superficie total de bosques en América del Sur correspondía a plantaciones humanas.
“Se piensa que plantando árboles, independientemente de qué especie estemos hablando […], siempre va a tener un impacto positivo para el ambiente. Esto no es el caso”, alerta Jesús Aguirre, investigador principal del Instituto de Cambio Ambiental de la Universidad de Oxford y autor líder del estudio.
Él argumenta que este tipo de estrategias son más costosas que invertir esfuerzos en conservar los ecosistemas tropicales tal y como se encuentran actualmente.
“Plantar árboles es la estrategia más cara, debido a los altos costos de cuidar los retoños y el área en la que se siembran durante los primeros dos o tres años”.
Catarina Jakovac, ecóloga brasileña
En su estudio propone que para certificar los proyectos de carbono se considere no sólo la cantidad de CO2 adicional que logran retirar de la atmósfera, sino también los beneficios para otros aspectos del ecosistema. Por ejemplo, la polinización, la captura de agua, la estabilidad de la temperatura. Aunque admite que medir estos servicios implica un reto importante.
Para Aguirre, apreciar los distintos ecosistemas tropicales más allá del carbono que capturan implica “pensar a futuro”.
Catarina Jakovac, ecóloga brasileña quien no participó en esta investigación, agrega que las plantaciones son proyectos de reforestación especialmente adecuados en casos donde la regeneración natural no es posible. “Plantar árboles es la estrategia más cara, debido a los altos costos de cuidar los retoños y el área en la que se siembran durante los primeros dos o tres años”, agrega.
Por su parte, el estudio de Trends in Ecology & Evolution también señala que enfocarse en la captura de carbono demerita el valor de ecosistemas como la sabana, donde la presencia de árboles no es predominante, por lo que es llamativa para establecer plantaciones.
Ane Alencar, geógrafa del Instituto de Investigación Medioambiental de la Amazonia, quien tampoco participó de esta investigación, coincide y agrega que para el pastizal de El Cerrado esta brecha de reconocimiento se profundiza debido a la fama mundial del Amazonas.
Para ella, la sabana brasileña probablemente sea la más biodiversa del mundo porque está en medio de los principales ecosistemas del país. “Se conecta con el Amazonas, con los bosques del Atlántico, la caatinga semiárida, con el pantanal”, y en las partes más altas de El Cerrado nacen muchos de los ríos que cruzan Brasil.
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Por otro lado, este ecosistema tiene una relación especial con el fuego. Mucha de su vegetación está adaptada a los ciclos de incendios que atraviesa y algunas incluso dependen de ello. Estos eran provocados inicialmente de forma natural por relámpagos. Alencar advierte que las plantaciones en El Cerrado perturbarían esta conexión “principalmente porque las personas que siembren los árboles no querrán fuego cerca de sus inversiones”. Por otro lado, la presencia humana también ha provocado incendios más frecuentes.
Aguirre señala que otro problema son los monocultivos, los cuales suelen componerse de árboles no nativos de América Latina. Según el informe de la FAO, la proporción de especies introducidas con respecto a las originarias es del 97 por ciento. El estudio de Aguirre señala a la teca, caoba, cedro, roble y acacia negra como dominantes en los proyectos enfocados en producir madera, pulpa para papel o agroforestería.
“Estuve en el Sur de México el año pasado, en Quintana Roo, pero también en Jalisco (al oeste del país) y las plantaciones de monocultivos se están incrementando terriblemente”, advierte el ecólogo, y señala que el árbol de la teca, que está invadiendo áreas naturales protegidas, “una vez que entra a un lugar, es casi imposible y súper costoso quitarlo”.
Junto a la pérdida de diversidad, otro de los problemas asociados a los monocultivos es la falta de resiliencia a los impactos del cambio climático. Por ejemplo, menciona los incendios en Chile, donde el fuego se propaga con mayor intensidad en las plantaciones de pinos y eucalipto. Por otro lado, está la vulnerabilidad ante las plagas, las cuales se esparcen con mayor facilidad en paisajes homogéneos.
Alencar considera que una consecuencia desafortunada de los mercados de carbono es que “tendemos a convertir la naturaleza en bienes y servicios, y esto nos lleva a una visión de que todo debe tener un valor económico”.
Por: Roberto González
Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe de SciDev.Net