La idea de que los extraterrestres pueden haber visitado la Tierra se está volviendo cada vez más popular.
Alrededor de una quinta parte de los ciudadanos del Reino Unido cree que el planeta ha sido visitado por estos supuestos seres, y se estima que el 7% cree haber visto un ovni.
Las cifras son aún más altas en Estados Unidos y están aumentando.
El número de personas que creen que los avistamientos de ovnis ofrecen una prueba probable de vida extraterrestre aumentó del 20% en 1996 al 34% en 2022. Mientras que alrededor del 24% de los estadounidenses dicen haber visto un ovni.
Esta creencia es ligeramente paradójica, ya que no tenemos ninguna evidencia de que existan extraterrestres. Es más, dadas las enormes distancias entre los sistemas estelares, parece extraño que solo nos enteremos de ellos a través de una visita.
Es más probable que la evidencia de la presencia de extraterrestres provenga de señales de planetas lejanos.
En un artículo de mi autoría que fue aceptado para publicación en la revista Proceedings of the International Astronomical Union, sostengo que la creencia en visitantes extraterrestres ya no es una rareza, sino un problema social generalizado.
La creencia está aumentando hasta el punto de que los políticos, al menos en EE UU, sienten que tienen que responder.
La divulgación de información sobre supuestos Fenómenos Anómalos No Identificados (FANI en lugar de OVNIs) por parte del Pentágono ha recibido mucha atención bipartidista en el país.
Gran parte de ella se basa en tropos anti-élite conocidos que ambos partidos han estado dispuestos a utilizar, como la idea de que los militares y una camarilla secreta de intereses comerciales privados están manteniendo oculta la profunda verdad sobre las visitas extraterrestres.
Se cree que esa verdad involucra avistamientos, secuestros y tecnología alienígena de ingeniería inversa.
La idea del encubrimiento
La creencia en un encubrimiento es incluso mayor que la creencia en las visitas extraterrestres. En 2019, una encuesta de Gallop encontró que un 68% de los estadounidenses creía que «el gobierno de EE UU sabe más sobre los OVNIs de lo que dice».
Esta tendencia se ha estado gestando durante décadas.
Jimmy Carter prometió la divulgación de documentos durante su campaña presidencial en 1976, varios años después de que él mismo reportara haber visto un ovni. Como sucede con tantos otros avistamientos, la explicación más simple es que vio a Venus (eso sucede muy a menudo).
Hillary Clinton también sugirió que quería “abrir archivos [del Pentágono] tanto como pudiera” durante su campaña presidencial contra Donald Trump.
Mientras que Trump sugirió que tendría que “pensar” si era posible desclasificar la llamada documentación de Roswell (relacionada con el famoso supuesto choque de un ovni y la recuperación de cuerpos extraterrestres).
El expresidente Bill Clinton afirmó haber enviado a su jefe de gabinete, John Podesta, al Área 51, una instalación altamente clasificada de la Fuerza Aérea de los EE UU, por si alguno de los rumores sobre tecnología extraterrestre en el lugar fuera cierto.
Vale la pena mencionar que Podesta es un entusiasta desde hace mucho tiempo de todo lo relacionado con los ovnis.
El defensor actual más destacado de la divulgación de documentos es el líder demócrata del Senado Chuck Schumer. Su proyecto de ley de divulgación de fenómenos anómalos no identificados (UAP, en inglés) de 2023 fue copatrocinado por tres senadores republicanos.
La divulgación del Pentágono finalmente comenzó durante las primeras etapas del mandato de Joe Biden, pero hasta ahora no ha habido nada.
No hay encuentros. No hay nada cercano. Aun así, el ruido de fondo no desaparece.
Problemas para la sociedad
Todo esto, en última instancia, está alentando teorías de conspiración, que podrían socavar la confianza en las instituciones democráticas.
Ha habido llamamientos humorísticos para asaltar el Área 51. Y después del asalto al Capitolio en 2021, ahora esto parece una posibilidad peligrosa.
Demasiado ruido de fondo sobre ovnis y UAP también puede interferir en la comunicación científica legítima sobre la posibilidad de encontrar vida extraterrestre microbiana.
La astrobiología, la ciencia que se ocupa de estos asuntos, tiene una máquina publicitaria mucho menos efectiva que la ufología.
History, un canal de YouTube en parte propiedad de Disney, ofrece regularmente programas sobre «alienígenas ancestrales». El programa está ahora en su vigésima temporada y el canal tiene 13,8 millones de suscriptores.
El canal de astrobiología de la NASA tiene 20.000 suscriptores ganados con esfuerzo. La ciencia real se ve superada en número por el entretenimiento empaquetado como factual.
La amenaza para los pueblos indígenas
Las narrativas de visitas extraterrestres también han intentado repetidamente secuestrar y sobrescribir la historia y la mitología de los pueblos indígenas.
Los primeros pasos en esta dirección se remontan al cuento de ciencia ficción “Explosión: la historia de una hipótesis” escrito por Alexander Kazantsev en 1946.
El escrito presenta el evento del impacto del meteorito de Tunguska de 1908 como una explosión similar a la de Nagasaki del motor de una nave espacial extraterrestre.
En el relato de Kazantsev, una superviviente negra gigante ha quedado abandonada, dotada de poderes curativos especiales, lo que la ha llevado a ser adoptada como chamán por el pueblo indígena evenki.
La NASA y la comunidad científica espacial apoyan iniciativas como la Native Skywatchers, creada por las comunidades indígenas ojibwa y lakota, para garantizar la supervivencia de las historias sobre las estrellas. Existe una red real y extensa de estudios indígenas sobre estos temas.
Pero los ufólogos suelen combinar relatos indígenas genuinos sobre la vida que llega de los cielos con cuentos ficticios sobre ovnis, empaquetados como historia suprimida.
Pero la narrativa moderna de las visitas extraterrestres no ha surgido de las comunidades indígenas. Todo lo contrario. Surgió en parte como una forma para que los difusores de teorías conspirativas de una Europa desgarrada por el racismo “explicaran” cómo existieron civilizaciones urbanas complejas en lugares como Sudamérica antes de la colonización europea.
Al pasar por el filtro de la contracultura de la nueva era de los años 60, la narrativa se invirtió para valorar a los pueblos indígenas como poseedores de tecnología avanzada.
Hubo un tiempo en que, según esta visión, cada civilización indígena era Wakanda, un país ficticio que aparece en los cómics estadounidenses publicados por Marvel.
Si todo esto se quedara en su propia categoría, como ficción entretenida, entonces las cosas estarían bien. Pero no es así.
Las narraciones de visitas tienden a sobrescribir las historias indígenas sobre el cielo y la tierra.
Este es un problema para todos, no solo para los pueblos indígenas que luchan por continuar con las tradiciones auténticas.
Amenaza nuestra comprensión del pasado. Cuando se trata de conocer a nuestros antepasados remotos, los restos de la narración prehistórica son pocos y valiosos, como en la narración indígena sobre las estrellas.
Tomemos como ejemplo los cuentos de las Pléyades, que en sus formas estándar datan de hace al menos 50.000 años.
Quizá por eso estos cuentos en particular son objeto de una intensa crítica por parte de los entusiastas de las visitas extraterrestres, algunos de los cuales incluso afirman ser “pleyadianos”.
No es de extrañar que los pleyadianos no se parezcan a los lakota o a los ojibwa, sino que son sorprendentemente rubios, de ojos azules y nórdicos.
Cada vez resulta más evidente que la creencia en las visitas extraterrestres ya no es sólo una especulación divertida, sino algo que tiene consecuencias reales y perjudiciales.
Puedes leer la versión orginal de este artículo publicada en inglés por The Conversation.*
Tony Milligan investiga sobre filosofía de la ética en el King´s College de Londres.*
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