En la búsqueda de estrategias accesibles y rápidamente aplicables al control del coronavirus, investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA y del Hospital de Clínicas, confluyeron sin proponérselo en un compuesto químico que se conoce desde hace más de 600 años y se encuentra en la estructura celular de algunas algas, en especial de la especie Chondrus crispus, conocida como «musgo irlandés» y natural del Atlántico norte.
Esta sustancia, la «carragenina», nombre derivado de la ciudad de Carragheen, en el condado de Waterford, Irlanda, que se utilizó tradicionalmente durante más de medio milenio como espesante alimentario, y hoy también tiene aplicación en la industria cosmética y farmacéutica, podría impedir el ingreso y la reproducción del coronavirus en las células de la mucosa nasofaríngea, y así ayudar a prevenir o disminuir la severidad de los cuadros graves del covid-19 .
«Yo empecé a estudiar el problema de la pérdida de olfato y entendí que el virus entraba al sistema nervioso central por esa vía, se propagaba y atacaba fundamentalmente los centros respiratorios, aunque también otros órganos», cuenta Osvaldo Uchitel, investigador del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias.
«El estrés respiratorio no solamente tiene un origen en la infección pulmonar, sino en el comando central del sistema respiratorio. Con esa idea, me planteé que entonces teníamos que tratar de bloquear la entrada al sistema nervioso para evitar los cuadros graves de la enfermedad. Empecé a buscar y descubrí las carrageninas. Y también me encontré con Juan Manuel Figueroa, que las estaba utilizando desde hace tiempo en el Hospital de Clínicas para sus enfermos pediátricos», agregó.
Lo singular de este polímero es que está incorporado como excipiente en una solución de cloruro de sodio que se vende en el mercado local y en muchas partes del mundo. Se aplica con un vaporizador y funciona como una barrera sobre el epitelio nasofaríngeo.
«Esos polisacáridos tienen cargas negativas y atrapan los virus, cuya cápside (el conjunto de proteínas que envuelven su material genético) tiene carga positiva. Cumpliría una doble función: actuar como una suerte de ‘barbijo electroestático’ y, por otro lado, bloquear la replicación del virus en la mucosa antes de su ingreso al sistema nervioso. Es decir, que esta valla de carrageninas podría absorber el coronavirus y disminuir la carga viral», explica Uchitel.
La hipótesis para controla el coronavirus
En los años 60, las investigaciones comenzaron a describir la actividad antiviral de estas sustancias contra muchos virus, como el de la hepatitis, el dengue, el herpes, la influenza, el rinovirus, entre otros.
Se trabajó prioritariamente en dos líneas de estudio: por un lado, los geles vaginales para la prevención de enfermedades de transmisión sexual y, por otro, los virus respiratorios, sobre los que hay ensayos clínicos desde hace alrededor de dos décadas.
«Por ejemplo, en 2015, nosotros, con una discípula del doctor Uchitel, Itatí Ibañez, trabajamos contra la gripe AH1N1. Lo interesante con las carrageninas es que en otras virosis se pudieron observar en pacientes los resultados que se habían visto in vitro: bajaban la carga viral y acortaban la infección», destaca Figueroa, jefe de la sección Neumonología Infantil del Clínicas e investigador.
Todo esto los llevó a plantearse la hipótesis de que tal vez las carrageninas podían ser útiles contra el SARS-CoV-2, que se replica muy fácilmente en la vía aérea superior, más que en la garganta. Si se impidiera el ingreso a las células del epitelio nasofaríngeo, también podría evitarse su invasión al sistema nervioso central.
«Parte de la insuficiencia respiratoria no se debe solo al daño de los pulmones. Normalmente, si tengo una enfermedad pulmonar, está afectada una parte de mi pulmón, los vasos de esa zona se contraen y, de esa manera, no entra aire, pero tampoco pasa sangre, entonces mi organismo sigue oxigenándose», subraya Figueroa.
Y añade: «Lo que sucede con el SARS-CoV-2, es que cuando afecta el sistema nervioso central produce una parálisis de los vasos pulmonares. Entonces, uno ve pacientes que no tienen grandes lesiones, pero como sus vasos no se cierran, está circulando sangre por zonas que no reciben oxígeno. Por eso, sin tener una gran neumonía, tienen un déficit de oxígeno importante». E insiste: «Si pudiéramos disminuir los virus en la cavidad nasofaríngea, actuaríamos en dos niveles: previniendo y reduciendo el número de pacientes que llegan al cuadro grave».
Los científicos empezaron a pensar en todo esto a fines de marzo, pero en ese momento en el país no se podía trabajar sobre el nuevo coronavirus porque todos los centros con capacidades de bioseguridad habían sido puestos a hacer tests de diagnóstico.
En cambio, Estados Unidos tiene 12 instalaciones distribuidas a lo largo del país dispuestas para emergencias (epidemias y terrorismo biológico). «Los contactamos y pudimos probar que, en concentraciones 10 y 100 veces menores que las que se utilizan en la actualidad, las carrageninas inactivan completamente la infección en cultivos celulares», dice Figueroa.
Además, hay indicios que sugieren que al bloquear la replicación del virus también se disminuye la liberación de interleuquina 6 (IL6, un anticuerpo involucrado en la amplitud de la respuesta inflamatoria). Por último, el individuo infectado también sería menos contagioso, porque eliminaría menor cantidad de virus.
Estudios en marcha
Pero, claro, hay que probarlo en personas. Para esto, los científicos implementaron dos ensayos clínicos randomizados de dos grupos distribuidos al azar a doble ciego, es decir, ni los médicos ni los pacientes saben qué están administrando o recibiendo. Uno en personal de salud, parte del cual presumen que ya está infectado, aunque todavía no muestre síntomas. Y otro, en pacientes leves de reciente diagnóstico.
«En el primero, que es el que está más avanzado, tenemos enrolados siete centros, pero necesitamos incluir rápidamente más, ya que el ensayo es muy corto: 21 días de tratamiento y una semana de seguimiento. Calculando que podríamos tener una efectividad de 50% y considerando que alrededor de 20% de los médicos se contagian, necesitamos probar la sustancia activa en 200 individuos y el placebo, en otros 200», detalla Figueroa.
Utilizan un spray nasal como el que recomiendan todos los otoños para los chiquitos alérgicos que van al jardín de infantes y empiezan con mucosidad. Se aplica cuatro veces por día y es totalmente inocuo (está aprobado para mayores de un año y embarazadas). Además, no tiene patente, es fácil de producir y de escalar. El laboratorio Cassará, que ya lo elabora en el país, les suministra la sustancia activa y el placebo (que tiene que ser exactamente igual, con el mismo frasquito, el mismo gusto, el mismo olor, pero sin la sustancia activa del producto).
Los investigadores subrayan que la intención de dar a conocer este ensayo no es que la población salga a comprar el spray. «Queremos que los centros médicos se afilien rápidamente al protocolo para poder responder la pregunta de si esto sirve o no, probar la hipótesis», dicen. Mientras tanto, habrá que esperar los resultados.
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