¿Por qué las vacunas pueden ser esenciales para acabar con la pandemia?
Si se reduce la transmisión de un patógeno, como consecuencia de que una alta proporción de la población es inmune, se puede alcanzar la inmunidad de grupo o rebaño.
Una protección indirecta que solo podremos alcanzar de forma razonable frente al SARS-CoV-2 mediante vacunación, como lo demuestra el hecho de que los países que optaron por permitir que la población menos vulnerable a la patología se infectase han cambiado de estrategia.
Alcanzar la inmunidad de grupo frente al covid-19 es, por tanto, esencial para proteger a quienes no pueden vacunarse: personas con problemas de coagulación, inmunodeprimidos, grandes alérgicos, embarazadas, etc.
¿En qué consisten las vacunas?
Las dos primeras autorizadas por la UE (Pfizer-BioNTech y Moderna) se basan en un ARN mensajero encapsulado en lípidos para facilitar su entrada en las células. Este ARN es como el “software” del coronavirus, porta la información necesaria para que las células fabriquen la proteína spike (S), que el SARS-CoV-2 emplea para entrar en las células.
La vacuna de Oxford-AstraZeneca se basa en un adenovirus de chimpancé incapaz de replicarse en células humanas, al que han “vaciado” y que porta la información que codifica para la proteína S en forma de ADN. La mayor estabilidad de este ácido nucleico permite que esta vacuna sea almacenada en una nevera, mientras que las de Pfizer-BioNTech y Moderna requieren ultracongeladores.
Sin embargo, la eficacia de la de Oxford-AstraZeneca se puede ver reducida si se ha sido infectados previamente con un adenovirus humano, ya que el sistema inmune podría “atacar” a la vacuna. En cualquier caso, al sintetizar la proteína S, las vacunas permiten que el sistema inmunitario desarrolle linfocitos B y T específicos, que producirán anticuerpos y eliminarán las células infectadas.
¿Son seguras las vacunas contra el covid-19?
Sí. Tanto el ARN como el adenovirus de chimpancé son prácticamente inocuos. Además, se evalúa la seguridad de cualquier vacuna, sin excepción. Del casi centenar de vacunas que se han evaluado de forma preclínica, un total de 64 candidatos han sido evaluados en ensayos clínicos en humanos.
En ellos se confirma que estimulan el sistema inmunitario y se evalúa su seguridad, en distintas fases en las que se van incrementando progresivamente el número de voluntarios, desde unos pocos (fase I), para después inocular a miles (fase III) con la vacuna o un placebo, en los que además se establecen grupos diferentes (edad, sexo), se valora su eficacia y se intentan encontrar efectos adversos poco frecuentes.
¿Qué eficacia tienen?
La eficacia de las vacunas de ARN mensajero está en torno a 95%. Es sorprendentemente alta. Hasta el año pasado, solo había unos escasos ejemplos de ensayos clínicos con vacunas de ARN (frente a rabia, gripe, o chikunguya), y solo una de ellas, una vacuna contra el virus zika, había llegado a fase II.
La vacuna de AstraZeneca tiene una eficacia de hasta 90% cuando se reduce la cantidad de vacuna en la primera dosis, algo que se conoce gracias a un descubrimiento.
Aunque los datos de eficacia son muy claros, aún está por determinar su efectividad. ¿Serán capaces de proteger a toda la población, incluidos aquellos que poseen patologías previas y a las personas que no se pueden vacunar? En definitiva, ¿serán efectivas para generar inmunidad de rebaño?
¿Cómo es posible haber desarrollado las vacunas tan rápido?
En tiempos de pandemia las ciencias adelantan una barbaridad. Pero los científicos siempre caminan a hombros de gigantes. Edward Jenner llevó a cabo la primera vacunación frente a la viruela hace más de dos siglos y han pasado 30 años desde que se describieron ciertos indicios terapéuticos en una vacuna de ARN.
Gracias a numerosos esfuerzos, se ha reducido el tiempo necesario para que hoy se pueda emplear esta tecnología. Entre ellos, Katalin Karikó, que en 2005 describió cómo reducir sus efectos inflamatorios adversos. Otro factor clave ha sido la liberación urgente de fondos de investigación públicos y privados para la covid-19. Esto ha reducido los plazos de meses a días.
También es clave que varios laboratorios hayan competido entre sí para llegar los primeros a la meta. Además, ha sido esencial que hayan combinado de forma simultánea las fases I y II en ensayos clínicos: vacunar a la mayor gente posible cuanto antes y que vivan en regiones con una altísima incidencia, lo que garantizará que un número razonable de voluntarios terminen infectados.
¿Es cierto que tienen tantos efectos adversos como hemos leído?
Como todos los medicamentos, obviamente las vacunas pueden tener efectos adversos. Hay personas que están preocupadas porque no se saben sus efectos a largo plazo al haber sido desarrolladas tan rápido. Sin embargo, una vacuna no es un medicamento convencional que se toma reiteradamente, pudiendo causar efectos a largo plazo (por ejemplo, un consumo prolongado de aspirina puede causar daños gástricos).
Por su propia naturaleza, si las vacunas dan efectos adversos, estos serán inmediatos o aparecerán en las dos primeras semanas, cuando el sistema inmunitario se está entrenando. A día de hoy, hay más de 10 millones de personas vacunadas con la vacuna de Pfizer-BioNTech y apenas ha habido efectos adversos, incluyendo un único caso de encefalitis, que sin embargo ha sido muy mediático. Se puede por tanto estar tranquilos y seguros y no hacer casos a las noticias alarmistas que llegan por las redes sociales.
¿Pueden hacerme transgénico las vacunas?
Seguro que muchos han leído o pensado que, al ser una vacuna de ARN, se corre el riesgo de hacerse transgénico. Nada más lejos de la realidad. El ARN es una molécula altamente inestable (por eso las vacunas se deben mantener a -80ºc), ya que se degrada muy fácilmente.
Tan pronto entra en las células y estas se ponen a sintetizar las proteínas, el ARN es degradado. De hecho, ojalá fuese tan sencillo hacerse transgénicos con una vacuna de ARN. De esta forma, no se tendría que recurrir a la técnica CRISPR-Cas9, ganadora del Premio Nobel, para modificar el genoma.
Sí existen, sin embargo, casos de humanos transgénicos, como son por ejemplo los pacientes con determinados linfomas a los que se les trata con la terapia “CAR T-cell” donde se modifican los linfocitos de los pacientes para que puedan destruir a las células tumorales con un coste aproximado de 500.000 € por paciente. En definitiva, ojalá fuese tan sencillo modificar el genoma de un organismo.
¿Si me vacuno podré contagiarme?
Se ha hablado mucho de casos de reinfección tras haber pasado la enfermedad, pero como ya hemos discutido, estos son minoría. Estos días saltaba, sin embargo, la alarma de ancianos infectados pese a haberse vacunado.
Aquí hemos de tener en cuenta dos factores. El primero es que, si bien habían recibido la primera dosis, el pico de inmunidad no se alcanza hasta pasados 10 días de la segunda dosis, por lo que no estaban completamente inmunizados.
Por otro lado, las personas vacunadas no desarrollan un campo de fuerza a su alrededor sobre el que va a rebotar el virus. Obviamente, el virus va a entrar en estas personas incluso cuando hayan completado su inmunización. Y su PCR podrá ser positiva. Pero no desarrollarán la enfermedad. Por poner un ejemplo, un inmunizado de las paperas no puede volver a pasar la enfermedad, aunque sí podemos encontrar virus dentro de él si convive con alguien que las esté pasando.
Por último, hay que recordar que la eficacia de estas vacunas es de 95% por lo que habrá un mínimo número de personas para quienes la vacuna no sea efectiva por diversos factores.
¿Servirán estas vacunas frente a las nuevas variantes del virus?
Erróneamente tendemos a comparar el SARS-CoV-2 con la gripe, ya que ambos son virus respiratorios y potencialmente mortales. Sin embargo, no se parecen en nada. Aunque ambos son virus ARN, el SARS-CoV-2 tiene un mecanismo que no tiene la gripe y que le permite “reparar” los errores de replicación, por lo que su tasa de mutación es mucho más baja. Pero es que, además, la gripe posee siete genes, cada uno en única cadena de ARN. Esta es la principal baza de la gripe, su capacidad para recombinar si una persona se infecta de dos variantes diferentes.
De hecho, la gripe como tal no existe, sino que existen múltiples virus diferentes y por eso cada año se nos pone la vacuna de las cuatro variantes que asumimos llegarán al hemisferio norte. Sin embargo, todos los genes del SARS-CoV-2 están en una única cadena de ARN, por lo que es imposible que recombine.
Dicho esto, el virus va poco a poco mutando, pero su tasa de mutación es muy baja. Sin embargo, todo parece indicar que las vacunas seguirán siendo efectivas frente a las nuevas variantes que van surgiendo. Esto es debido a que las vacunas inducen inmunidad frente a toda la proteína S, por lo que, aunque haya pequeños cambios en ella, habrá más células y anticuerpos capaces de reconocerla. Será altamente improbable que el virus vaya a mutar tanto como para hacer inservibles las vacunas.
Sin embargo, y en el improbable caso de que esto llegase a suceder, la tecnología de estas vacunas ya está desarrollada, por lo que apenas se tardaría un mes en readaptar las vacunas a las nuevas variantes para hacerlas más efectivas si fuese necesario.
¿Necesitaré volver a vacunarme contra el covid-19 en el futuro?
A día de hoy no lo sabemos, ya que el virus lleva con nosotros un año, por lo que no podemos predecir durante cuánto tiempo durará la inmunidad.
No obstante, sabemos que el pariente más cercano a este virus es el SARS-CoV-1, que causó la epidemia de SARS en 2003. Pues bien, 17 años después, los pacientes que pasaron la enfermedad siguen estando inmunizados.
Por tanto, no hay motivos para pensar que la inmunidad inducida por SARS-CoV-2 (ya sea natural -infección- o artificial -vacuna-) vaya a ser diferente y no sea duradera. A pesar de ello, si la inmunidad decayese con el tiempo, esta se recuperaría rápidamente con dosis recuerdo, al igual que sucede con otras vacunas. Por tanto, para responder a esta pregunta aún nos toca esperar.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation