Gladis Magris
Foto Cortesía

Cuando Gladis Magris Crestini tenía 13 años de edad viajó con sus padres italianos y su hermana Magda a la Gran Sabana. La experiencia fue una gran aventura: no había ningún tipo de prestación de servicios, la familia llevó todo lo necesario para pasar unos días inolvidables. Allí, en medio de la belleza del paisaje, los Magris Crestini acamparon al aire libre. Lo que más hizo Gladis fue contemplar el cielo estrellado. Fue entonces cuando comenzó su pasión por las galaxias, aunque en ese momento no tuviera consciencia de ello.

Aquella adolescente curiosa y aficionada desde niña a los juegos  con números no sabía que su futuro la llevaría a mirar y conocer como pocos las estrellas. Es ahora, después de 40 años dedicados a la ciencia, que la astrofísica e investigadora Gladis Magris comprendió lo que significaron para su vida aquellas acampadas al aire libre. Ese  viaje y muchos otros recorridos que hizo con su familia por la geografía venezolana fueron el inicio de su vocación y profesión: la astrofísica.

“Comencé a pensar: ¿por qué esas estrellas brillan así? Tenía una inclinación natural por preguntarme el porqué de las cosas”, cuenta la investigadora asociada del Centro de Investigaciones de Astronomía (CIDA), en Mérida, recientemente galardonada con el Premio Lorenzo Mendoza Fleury de la Fundación Empresas Polar.

Gladis Magris
Gladis Magris en la ceremonia de premición del Premio Lorenzo Mendoza Fleury | Foto Fundación Empresas Polar
Gladis Magris
Gladis Magris recibiendo el reconocimiento de Empresas Polar | Foto Fundación Empresas Polar

En 1967, Magris comenzó la primaria en el Colegio Teresiano Nuestra Señora de Coromoto en El Paraíso. En esa época era un colegio de niñas al que llegó sin saber español porque en su casa solo se hablaba en italiano. Con el tiempo desarrolló un gusto profundo por Matemáticas, materia que se le daba fácil al igual que Física en bachillerato.

Cuando llegó el momento de decidir qué carrera estudiar, Magris estaba indecisa entre Física, Ingeniería Mecánica o de Materiales. “A mí lo que me gustaba realmente era la investigación, encontrarle el porqué a las cosas, ir un poco más allá de la parte funcional y operativa de lo que se ve en la vida diaria. Ese pensamiento es el que caracteriza a un científico”, explica.

Decidió estudiar Física en la Universidad Simón Bolívar (USB) luego de graduarse de bachillerato en 1978. Una decisión que la llevó a vivir una de las mejores etapas de su vida con los mejores profesores. “Tengo algunos malos recuerdos, como todos. Recuerdo un análisis que me costó muchísimo aprobar al principio de la carrera. Pero siempre tuve muy buenos compañeros y profesores. Es una época de la vida que le recomiendo a todo el mundo vivir”, afirma.

Una de las mejores épocas

Magris se considera una persona afortunada: pudo dedicarse solamente a estudiar, no tuvo que trabajar para ayudar a su familia ni costear su carrera. Al igual que su hermana Magda, siempre contó con apoyo anímico y moral. “Mis padres nos apoyaron a ambas. No pensé en ningún momento en desistir de mis estudios, era algo que había comenzado y debía terminar”, asegura la científica de 60 años de edad.

Define a la USB como un campus cerrado con todo tipo de servicios y actividades. Dependiendo de su horario, iba a la universidad a las 7:00 am y si disponía de vehículo, regresaba a su casa en Alta Vista a las 9:00 pm.

“En esa época existía ‘el día de parada’. Dependiendo de la placa se restringía el horario de circulación. Si me prestaban el carro tenía que salir antes de que cerraran el paso y regresar después. Pasaba todo el día en la universidad”.

Durante sus días universitarios jugaba, trotaba y hacía ejercicio, incluso trató de jugar futbolito, aunque, admite, era muy mala. “Estaba en un equipo, jugaba banca, me divertía y mis amigos me aceptaban por buenos amigos, porque yo buena no era. La pasé muy bien, fue una época muy sabrosa de mi vida. Nunca pensé que la universidad llegaría al estado tan deplorable en el que está ahora, aunque sé que están intentando recuperarla”.

En la universidad se planteó dedicarse profesionalmente a una de sus pasiones: la contemplación de las estrellas. Tomó un curso de Identificación de Estrellas en el Planetario Humboldt y comenzó a preguntarse si podría pasar de la contemplación del cielo a entender cuáles son los procesos físicos que están detrás.

Gladis Magris con Estudiantes de la ULA | Foto Cortesía

Habló con el coordinador de la carrera y le preguntó si existía la posibilidad de hacer una tesis en Astrofísica. En la USB no había ningún profesor de la materia, pero él le dio el contacto de los docentes del CIDA. Desde entonces, Magris no ha dejado de mirar al cielo y contemplar estrellas.

Una pequeña quinta en las montañas

Gladis Magris llegó al CIDA en 1983 con la intención de hacer su tesis de pregrado sobre el efecto del polvo interestelar en el espectro de una galaxia. Para ello se propuso desarrollar un método que evaluara este polvo más allá de su efecto de atenuación simple. Con la tesis logró un modelo que, posteriormente, se aplicaría en otros aspectos de la Astrofísica y que se sigue utilizando. Esa tesis es actualmente uno de los trabajos que más satisfacción le ha dado como científica y uno de sus principales aportes a la ciencia.

El CIDA era entonces una pequeña quinta en Carrizal, Mérida, de pasillos estrechos tapizados con los trabajos publicados en revistas de prestigio. Había sólo cuatro investigadores asociados que ya contaban con doctorados, además de los estudiantes y el resto del personal que hacían vida en el centro. El sitio se dividía entre el departamento científico y el técnico, donde se hacía el desarrollo y mantenimiento de los instrumentos del observatorio. “También teníamos algo muy importante, la biblioteca. Una joya tanto para nosotros como para el país, porque era la única biblioteca especializada en Astronomía de Venezuela. Y lo sigue siendo. Se cuidaba con muchísimo celo”, relata.

Gladis Magris con los estudiantes del CIDA | Foto Cortesía

El ambiente que se respiraba en el CIDA era una mezcla entre la rigurosidad científica y la alegría por el trabajo que se realizaba. Magris señala que los fondos que se le otorgaban al centro en aquella época estaban muy bien administrados, aunque eran pocos. “Había una sola computadora con varios terminales y controles administrativos muy estrictos para usarla. El recurso humano era muy bien escogido, cada persona desempeñaba un papel muy importante para la institución; incluso los menos especializados compartían la misma línea de trabajo. Las cosas se hacían de una manera estricta, pero familiar”, explica.

En esa atmósfera se dedicó entonces a estudiar el problema de modelado de espectros de galaxias a partir de la distribución de los tipos de estrellas que la componen. Aunque se le presentó la oportunidad de estudiar su doctorado en el exterior, decidió permanecer en el país.

“Me quedé porque la Universidad Central de Venezuela (UCV) ofrecía el doctorado que quería, tenían buenos profesores y además la oportunidad de tomar algunos cursos con docentes de otros países. Era una formación completa. En ese momento tenía novio, era también una parte importante de mi vida, así que tomé la decisión de no irme porque no iba a perder nada académicamente. Tomé lo mejor de las cosas”, asegura.

Se quedó en el CIDA, en esa pequeña quinta de pasillos estrechos, para hacer su tesis de doctorado y estudiar la distribución de las estrellas de baja masa y su conexión con el exceso de luz ultravioleta en los aspectos de galaxias viejas, eel posgrado de Física de la UCV.

Obtuvo el título doctoral en 1994. También se casó con su novio, Gustavo Sánchez, ingeniero encargado de la instrumentación y desarrollo de los equipos del observatorio. Con él tuvo dos hijas: Oriana, de 27 años de edad, quien está por graduarse en Medicina en la Universidad de Los Andes, y Amanda, de 23 años, quien es ingeniera aeroespacial graduada en Italia. Magris formó una familia que le ha permitido conciliar su vida personal con su formación y desempeño profesional.

Gladis Magris
Gustavo Sánchez, esposo de Gladis Magris con sus hijas Oriana y Amanda | Foto Cortesía

“Con la familia tuve mucha suerte, siempre negociamos, salvo en la etapa de la lactancia, a la que le di absoluta prioridad. Cuando no podía hacerme cargo yo de las niñas, se ocupaba mi esposo. Entre lo personal y lo laboral siempre tienes que priorizar, pero ahí vamos. Lo hemos hecho. Mi hija mayor durmió debajo del escritorio de la cúpula del telescopio Smith durante mucho tiempo en un saquito de dormir, no sabía ni caminar, porque mi esposo también trabaja en el CIDA. Pedíamos que coordinaran nuestra guardia, así que llevábamos a la niña y la poníamos a dormir en el sitio más calentito. Siempre negociamos y creo que hemos tenido éxito”.

Más investigadores

Tras 40 años dedicados al estudio de las estrellas, Gladis Magris asegura que los retos que ha enfrentado como investigadora en Venezuela  han ido cambiando con el tiempo. Poco a poco, la pequeña quinta en las montañas fue mermando en integrantes y la astrofísica vio partir, con nostalgia y alegría, a sus colegas. Muchos de ellos emigraron por la difícil situación del país, la crisis económica, social y humanitaria que ha causado la partida de miles de venezolanos. Para Magris fue un momento difícil la despedida.

Ahora que ya el CIDA es una víctima más de los cortes eléctricos, la falla de los servicios básicos y la falta de financiamiento, Magris revela que hay días en los que dice: “Esto no tiene sentido». Ahora el mayor reto como científica es mantener el ánimo, el optimismo y buscar el camino para seguir”.

Está dispuesta a seguir viendo la luz que emiten las estrellas desde su prisma y evalúa como necesarios no solo un buen financiamiento para la ciencia sino también un fortalecimiento del cuerpo de investigadores del CIDA. El centro pasó de contar con 40 personas, de las cuales 7 eran investigadores y 2 estudiantes de posgrado, a ser una institución que tiene alrededor de 140 personas.

“Hay mucho personal en divulgación que hace trabajos de enseñanza. Pero si eso no está fortalecido el área de investigación queda muy vulnerable. El CIDA necesita fortalecer su planta de investigadores”. En el caso de la astrofísica, por ejemplo, solo quedan tres investigadores en todo el país: el doctor Francisco Fuenmayor, de la Universidad de Los Andes; la vicerrectora de la Universidad de Los Andes, Patricia Rosenzweig Levy, y Magris.

Pero para formar a una nueva generación de relevo hacen falta recursos económicos y acompañamiento de otro tipo. Ahora en el CIDA, por ejemplo, no cuentan con los recursos para invertir en el observatorio y adecuar los instrumentos. Hace poco se compró una cámara, cuenta Magris, pero no es de uso especializado, es un paliativo para darle uso a un telescopio que está detenido.

“Hace falta inversión en personal y en desarrollo tecnológico, las personas que se formaron y sabían se fueron. El CIDA adolece de lo que adolece todo el país, el capital humano se ha ido por condiciones laborales, el ingreso es muy bajo y tampoco hay condiciones ni recursos para trabajar. El poco financiamiento que nos están dando ahora se utiliza para cubrir el mínimo indispensable, pero lo mínimo no alcanza para mantener el instituto”, afirma.

Gladis Magris con su esposo e hijas | Foto Cortesía

Las luces encendidas

A pesar de que las condiciones no sean las mejores, Gladis Magris está decidida a seguir adelante. Actualmente trabaja con cuatro estudiantes de pregrado y dos de posgrado, a quienes ve entusiasmados por continuar formándose. “No puedo dejarlos botados por no tener apoyo y eso que no estamos peor que otros lugares del país, como un ambulatorio, por ejemplo. La crisis es una realidad, no solo en el gremio de la ciencia. Es evidente que no somos una prioridad y dentro de las prioridades, aun dentro del sector de la ciencia, hay otras antes que la astronomía”.

Lo más difícil de ser una científica que trabaja en estas condiciones, asegura, es mantener a flote un espacio de investigación productivo. No es sencillo. “Todos los días nos quitan la electricidad y eso te va haciendo un huequito en el ánimo. Pero las cosas hay que seguir haciéndolas y haciéndolas bien. No tengo otro plan ahora, sigo aquí y seguiré”.

Reconoce que en algún momento pensó en dejar Venezuela, pero ahora ese escenario no está planteado: “Tengo una vida hecha aquí. Desde el punto de vista familiar no hemos encontrado una fórmula que nos garantice que podamos hacer una vida afuera todos juntos. Irse o no sería en este momento una decisión familiar y ahora contamos con los recursos personales mínimos para mantenernos decentemente y cubrir nuestros gastos básicos en el país”, explica.

Gladis Magris con su familia en el punto triple, cima del Roraima en 2013 | Foto Cortesía

Tras 40 años estudiando las galaxias, Magris considera que emigrar sería un cambio con el que perdería más de lo que ganaría. “Si uno va a dar un salto a otro país debería ser para lograr algo mejor. No para todos es la mejor opción y yo siento que aquí todavía puedo hacer cosas, estoy logrando cosas”.

Gladis Magris continuará estudiando las galaxias desde Mérida, donde contempla el firmamento que no deja de asombrarla tanto como aquella primera vez en la Gran Sabana. Cada vez que mira el cielo ve la armonía en movimiento y las fuerzas que actúan para que las estrellas luzcan tan brillantes. “Me puedo acostar a contemplarlas por horas y eso es algo que no deja de maravillarme, no tengo palabras”.


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