Miles de rocas pueden encontrarse a la orilla de un río, pero solo alguna se destaca por su particular forma y color. Ese es sin duda el efecto que causó Oumuamua, un cuerpo estelar avistado por primera vez en octubre del año pasado durante su visita al Sistema Solar, cuyas peculiares características, entre ellas su forma, alargada y plana, dieron lugar a controversiales hipótesis sobre su origen. La más polémica fue, sin duda, la que plantearon Abraham Loeb, del Centro de Astrofísica de la Universidad de Harvard, y Shmuel Bialy, de la Universidad de Tel Aviv, en un artículo publicado en The Astrophysical Journal Letter, en el que se atrevieron a sugerir que podía ser un artefacto creado de manera inteligente. “Nuestros resultados –señalaron– aplican para cualquier vela solar diseñada para viajes interestelares”.
La inusual conclusión dejó a más de uno boquiabierto, aunque algunas de las propiedades que describieron ya habían llamado la atención de los astrónomos, desde que Oumuamua fue detectado por primera vez con el telescopio Pan-Starrs, del Observatorio Haleakala de Hawai. Allí le dieron el bello nombre que ostenta, que quiere decir, aunque al parecer no hay traducción posible, “mensajero que llegó primero desde un sitio distante”. Se referían a uno de los primeros hallazgos que se hicieron sobre el cuerpo estelar: provenía de confines más allá del Sistema Solar, lo cual lo convertía en el primer visitante interestelar jamás observado.
En principio fue catalogado como un exoasteroide, un cuerpo rocoso similar a los asteroides, pero que no se formó, como ellos, cuando nació el Sistema Solar, hace 4,6 millones de años, sino que se originó fuera de él. Pronto, los científicos se dieron cuenta de que su velocidad era mayor a la esperada, y eso los obligó a inferir que, en cambio, se trataba de un cometa. La desgasificación que sufre ese tipo de viajeros estelares cuando se acercan al Sol podría explicar la aceleración que experimentaba.
Sin embargo, a diferencia de aquellos, Oumuamua no regresará periódicamente, señala el físico y divulgador venezolano Héctor Rago. Aunque se acercó a la Tierra a una distancia de 24 millones de kilómetros –60 veces la distancia que la separa de la Luna– el “intruso”, como lo llamó la Unión Astronómica Internacional, abandonó para siempre el vecindario a una velocidad de más de 150.000 kilómetros por hora. “Tiene una órbita muy particular, perpendicular al plano del sistema solar”, añade Rago.
Interrogantes y metáforas. Otros aspectos seguían faltando para considerar a Oumuamua un cometa. Carecía, por ejemplo, de la característica cola, la nube de polvo y gases que se desprende de ese tipo de cuerpos celestes que orbitan el Sol. Esto, y nuevas mediciones sobre su aceleración anómala, hicieron que se descartara definitivamente esa idea.
En ese punto entraron Loeb y Bialy, quienes concluyeron que a Oumuamua lo impulsaba en efecto la luz solar, pero sus características, entre ellas sus dimensiones, –mide un máximo de 1.080 metros de largo y 80 metros de ancho– obligaban a aventurar otras explicaciones sobre su naturaleza: “Si la presión de radiación es la fuerza de aceleración, entonces Oumuamua representa una nueva clase de material interestelar delgado, producido naturalmente, a través de un proceso aún desconocido… o es de origen artificial”.
Rago señala que la hipótesis es excéntrica “y poco probable”. El prestigio de la ciencia y el alcance de las redes sociales, agrega, se unen para darle proyección a una afirmación que califica, más bien, de “metáfora”. “Estamos tan anhelantes de un resultado así que hasta los científicos, que están imbuidos de una supuesta asepsia, quieren responder de una vez a la pregunta de si estamos solos en el universo”.
Por lo pronto, de Oumuamua solo se sabe lo que la UIA decidió: por primera vez se designará la letra I para catalogar un nuevo tipo de cuerpos celestes, los visitantes interestelares. Lo esperable, advierten, es que pronto se descubran más objetos similares.