Marijul Narváez
@rioverdeoficial @jul_narvaez
Islas en el tiempo, separadas de las tierras bajas circundantes desde hace decenas de millones de años, erigidas sobre muros de entre 1.000 y 2.900 metros de altura. Las cimas de los tepuyes fueron alguna vez la superficie de una gran planicie que, por la acción erosiva del clima y de la geología durante miles de millones de años, fue hundiéndose progresivamente. Se trata de uno de los lugares más antiguos de la tierra, con dos mil millones de años de antigüedad: datan del periodo precámbrico. Bajo esas fantásticas mesetas super abruptas llamadas tepuyes, se pueden observar impresionantes formaciones geológicastípicas del escudo guayanés, que resguardan fauna y flora única.
En total hay unos 60 tepuyes que abarcan varios países latinoamericanos, lo que dificulta su gestión y conservación, su belleza y su singularidad han servido de inspiración tanto a la literatura como al cine. Arthur Conan Doyle ambientó su novela El mundo perdido en este lugar y uno de los tepuyes era la meta que debía alcanzar el protagonista de la película de Pixar Up. Este Gran Paraíso, no deja de inspirar. El complejo y exuberante mundo que ideó James Cameron para Avatar requirió el arte del venezolano Luis Pagés, director de efectos visuales, quien se inspiró en El Salto Ángel, con sus 979 metros de altura, en el Parque Nacional Canaima, para crear las cascadas de la película. Así que Venezuela y sus impresionantes tepuyes fueron admirados por millones de espectadores en todo el mundo y Luis Pagés recogió uno de los tres Oscar que la película ganó en 2010: Mejores Efectos Visuales.
Pero toda su belleza es superficial en comparación con el valor ecológico que tiene para los científicos, un gigantesco laboratorio natural donde, debido a su difícil accesibilidad, las comunidades naturales han evolucionado de forma aislada, albergan una riqueza florística incalculable: 90% de los tepuyes no han sido escalados, algunos han sido visitados mediante avión, globo o helicóptero, pero se puede decir que, en su conjunto, permanecen tan inexplorados, sabemos mucho más de los planetas y satélites de nuestro sistema que sobre los tepuyes. En este sentido, muchas especies de plantas y animales que habitan en los tepuyes aún no han sido clasificadas; se estima que muchas de estas no han sido descubiertas.
En 1956, la Universidad Central de Venezuela realizó una expedición multidisciplinaria al Auyantepui, encabezada por Willy Ossott, vicerrector de la UCV, y por Diego Texera, director de la Escuela de Biología. En esta expedición se colectaron 2.822 insectos, incluía 816 lepidópteros (552 polillas y 264 mariposas) pertenecientes a diversas familias, aves, mamíferos, anfibios, y reptiles han sido descritos por distintas expediciones científica, lo que da cuenta del valor biológico de las tierras altas de Guayana.
En 2010, un equipo de investigadores descubrió la presencia de 13 plantas invasoras en la cima del Roraima. Esas plantas no pertenecían ni al Roraima, ni a ningún otro Tepuy y dos de ellas son especialmente agresivas, las gramíneas Polypogonelongatus y Poa annua. En aquel momento no se le dio mucha importancia, pero en una visita posterior los investigadores han comprobado mediante un estudio profundo y detallado que esas plantas ya se han extendido por varios puntos de la cima del Tepui, las amenazas crecen con la minería presente en las áreas circundantes y el turismo sin control.
Los tepuyes, estos silenciosos testigos del paso de incontables eras geológicas, permanecen allí como mudos monumentos a la evolución, la selección natural y el misterio del remoto pasado de la Tierra, esperando, simplemente, que el hombre se atreva a descubrirlos. El verdadero «mundo perdido» aguarda allí para brindar sus secretos a la ciencia y a la humanidad, sin embargo, para saber con exactitud que se está protegiendo, debemos hacer mayores esfuerzos para conocer y estudiar sus especies y sus intrincadas interacciones, porque conocer es proteger les invitamos a explorar las maravillas de las tierras altas de Guayana.