Hace poco me llamó un buen amigo (llamémosle John) para pedirme consejo. Se había levantado con fuertes dolores musculares y una gran sensación de fatiga. Como es natural, temía haber contraído la covid-19, y llamaba para preguntarme qué debía hacer: seguir yendo al trabajo, hacerse un test lo antes posible o quedarse en casa. No sabía qué hacer porque no tenía otros síntomas como fiebre, tos o dificultades para respirar. Por supuesto que podía tratarse de otro tipo de infección respiratoria, como una gripe o un resfriado común, pero… ¿y si era covid-19? ¿Qué riesgo había de contagiar a otras personas?
Para saber en qué momento un enfermo de covid-19 resulta más contagioso nuestro equipo de investigadores elaboró un estudio que ha sido publicado recientemente en The Lancet Microbe.
Investigamos tres cosas: la carga viral (para medir la variación de la cantidad de virus en el cuerpo durante la enfermedad), la eliminación viral (el periodo de tiempo en que alguien va expulsando el material genético del virus, lo que no implica necesariamente que esa persona sea infecciosa) y el aislamiento del virus vivo (que otorga un mejor indicador de la contagiosidad de una persona dado que se toma al virus vivo, se aísla, se analiza y se comprueba en laboratorio si puede seguir reproduciéndose).
Descubrimos que la carga viral alcanza sus valores más altos en la nariz (que se piensa que es la principal vía de transmisión) y en la garganta durante los primeros momentos de la infección. Concretamente, entre el primer día con síntomas y el último. Y esto ocurre incluso en los pacientes con síntomas leves.
También descubrimos que, durante varias semanas, puede detectarse material genético del virus en muestras extraídas de la garganta y en muestras de heces. Pero no se detectó presencia del virus vivo en ninguna muestra recogida nueve días después de que el paciente empezara a manifestar síntomas.
Sin embargo, algunas personas, en especial aquellos que ya padecían enfermedades graves o que tenían el sistema inmunológico debilitado (por estar recibiendo quimioterapia, por ejemplo), tenían posibilidades de experimentar procesos de eliminación viral más prolongados. En cualquier caso, los resultados apuntan a que los infectados con SARS-CoV-2 tienen propensión a resultar contagiosos en el periodo comprendido entre unos pocos días antes de empezar a desarrollar síntomas y los cinco días posteriores.
En comparación, la carga viral del SARS alcanza su punto álgido entre 10 y 14 días después de que empiecen los síntomas, y el MERS lo hace en un periodo de entre 7 y 10 (hay que tener en cuenta que tanto el SARS como el MERS son enfermedades causadas por un virus que pertenece a la familia de los coronavirus).
Esto explica por qué la transmisión de estos dos patógenos fue contenida de forma eficaz a través de la localización y aislamiento inmediato de las personas que manifestaban síntomas. Y también explica por qué está siendo tan difícil contener el COVID-19, pues este se expande de forma muy rápida en las fases tempranas de la infección.
El rastreo de contactos y las simulaciones muestran, de igual modo, que el nivel máximo de transmisión se da en los cinco primeros días que siguen al comienzo de los síntomas. Según un estudio publicado recientemente, el periodo de mayor contagiosidad corresponde a esos cinco días.
Otro estudio de rastreo de contactos desarrollado en Reino Unido y Taiwan determinó, de forma análoga, que a la mayoría de las personas les contagiaron la enfermedad en los cinco días posteriores al comienzo de los síntomas por parte del contagiador.
La mayor parte de las personas que se hace un test recibe los resultados cuando ya ha superado el periodo de mayor contagiosidad. El hecho de que el pico de carga viral se dé al comienzo de la enfermedad apunta a que, para romper la cadena de transmisión, una persona con covid-19 debería confinarse tan pronto como empiece a manifestarse los síntomas, sin esperar a los resultados de la prueba.
John se autoconfinó de forma inmediata y llamó a todas las personas con las que había tenido contacto en los días anteriores. Al día siguiente se levantó con un poco de fiebre. No pudo hacerse la prueba de forma inmediata, ya que tuvo que esperar para conseguir cita, pero obtuvo los resultados al quinto día de empezar los síntomas. Dio positivo por covid.
Por suerte, John consiguió aislarse durante el periodo en el que resultaba más contagioso y sus contactos hicieron cuarentena de forma inmediata.
John fue afortunado en la medida en que pudo trabajar desde casa y por lo tanto le siguieron pagando. Pero según un informe publicado en Reino Unido, solo una de cada cinco personas puede permitirse un autoconfinamiento. Entre los impedimentos se incluye tener un niño dependiente a cargo, tener bajos ingresos, las enormes dificultades económicas generadas por la pandemia o ser un trabajador esencial, como por ejemplo una enfermera o un profesor.
Los gobiernos podrían hacer más
¿Cómo podría ayudarle el resultado de un test si sus circunstancias personales le impiden autoconfinarse, si por ejemplo tiene un trabajo que no se pueda hacer desde casa, o si éste no le permite una baja por enfermedad? ¿Y de qué le servirían dichos resultados si su familia dependiera de su sueldo, o si su derecho a la atención médica estuviera vinculado a mantener su empleo?
Estas preguntas hacen hincapié en el hecho de que debemos concentrarnos en ayudar a las personas infectadas de COVID-19 para que puedan autoconfinarse en las etapas tempranas de la enfermedad. Aquí proponemos cuatro formas de ayuda:
- Asistencia económica para que haya menos presión para ir a trabajar cuando se está enfermo.
- Proporcionar soluciones de alojamiento a grupos desfavorecidos, en especial a aquellas personas que están en casas donde reside mucha gente y también a aquellas que conviven con personas vulnerables. Se trata de una medida que se ha llevado a cabo con éxito en Vermont (Estados Unidos).
- Prestar servicios de apoyo a las personas que están autoconfinadas, como se hace en Nueva York y en numerosos países del sureste asiático.
- Eliminar las barreras de acceso a la cobertura sanitaria y considerar la reducción de los periodos de cuarentena (rebajarlos a entre cinco y siete días después de que aparezcan los síntomas). Con dicho periodo se podrían abarcar los días de mayor contagiosidad y se facilitaría que la gente cumpliera la cuarentena. El pasado mes de septiembre Francia rebajó el periodo de cuarentena a siete días, y Alemania medita rebajarlo incluso a cinco. Los beneficios sociales de reducir este periodo deberían compensar cualquier posible riesgo.
Si implantamos estas medidas, estaremos en mucha mejor posición para vencer la pandemia.
Müge Çevik, Clinical Lecturer, Infectious Diseases and Medical Virology, University of St Andrews y Antonia Ho, Clinical Senior Lecturer, University of Glasgow
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.