La Organización Mundial de la Salud escogió 2030 como la fecha para declarar erradicada la malaria. Parecía plausible, dada la reducción sostenida en el número de casos de la enfermedad. El informe sobre el paludismo presentado por la OMS en 2017 daba alas al optimismo. “En 2016, 44 países informaron de menos de 10.000 casos de paludismo, en comparación con sólo 37 países en2010”, indica el texto publicado en la web del organismo.
Pese a los buenos pronósticos, todavía se calculaba, hace 2 años, que el mal había causado 216 millones de casos y al menos 445.000 muertes, la mayoría en África subsahariana. La situación, a mediados de 2018, parece complicar las aspiraciones, con una crisis como la de Venezuela, donde se han disparado los casos, que se han esparcido además por varios países de Latinoamérica.
La investigadora Anna Rosanas, del Instituto de Medicina Tropical de Amberes, en Bélgica, señala que los números muestran que, “aunque hubo una reducción importante de los casos y de la mortalidad en los últimos años, ahora ese descenso no solo se detuvo sino que ha habido un incremento”.
Ocurre un mecanismo perverso que conspira contra los logros, reflexiona. “El problema es que una vez que se considera que la enfermedad ya no es un problema de salud pública, los fondos para combatirla disminuyen y vemos entonces cómo los casos se incrementan. Parte del reto entonces es conseguir que los recursos sean altos y sostenibles. La meta de eliminar la malaria dentro de 13 años será posible si garantizamos eso”.
Genes contra el mosquito
Nature Biotechnology publicó en septiembre datos sobre una investigación de científicos del Imperial College de Londres que habían logrado erradicar en cautiverio una población de mosquitos transmisores de la malaria, de la especieAnopheles gambiae, mediante la introducción de un gen que volvía a las hembras estériles. Se trataba de uno de los varios anuncios de pruebas de ingeniería genética para crear armas contra la enfermedad.
Otra investigación de ese tipo fue anunciada por la Fundación Bill Gates, que invertirá 4 millones de dólares para modificar genéticamente los mosquitos Anopheles albimanus, de manera que solo las hembras puedan sobrevivir a la edad adulta. Pese a las reservas que esas pruebas despiertan en ambientalistas, la científica Rosanas señala que tienen un potencial indiscutible. “Uno de los mayores desafíos que afrontamos es cómo controlar la población de mosquitos que pueden transmitir la enfermedad, que pueden hacerse además resistentes a insecticidas, y esta puede ser una vía”.
Parásitos escondidos
La diferencia entre control y eliminación de una enfermedad, señala Rosanas, es que mientras en la etapa de control la meta principal es reducir la mortalidad y la morbilidad, en la fase de erradicación, que intenta conseguir la OMS, se requiere determinar dónde están aquellos individuos que, aún sin tener los síntomas de la enfermedad pueden seguirla transmitiendo. “Se trata de individuos que nadie sabe que están enfermos y aunque la densidad del parásito en su sangre puede ser muy baja, continúan con el ciclo de transmisión”. Ocurre con dos tipos de plasmodium, el vivax y el falciparum, que por cierto circulan en Venezuela, aunque en el caso del primero hay aún mayores posibilidades de esa transmisión silenciosa. “Sin embargo, la data es todavía muy limitada, necesitamos más estudios en este sentido”. También sobre el Plasmodium vivax, Rosanas señala que las últimas investigaciones indican que tiene mayor capacidad de causar cuadros graves que lo que se creía en el pasado.
Pruebas portátiles
La investigación contra la malaria también afronta el reto de poder llevar las pruebas de detección de la enfermedad a zonas remotas, especialmente para encontrar a los portadores asintomáticos, que pueden seguir manteniendo el ciclo de transmisión del parásito pese a que no sufren ninguna de las consecuencias de la patología. Rosanas participa de un desarrollo que intenta llevar a esos lugares poco accesibles herramientas moleculares para diagnosticar con precisión esos reservorios humanos. La tecnología, que recibe el nombre de LAMP, intenta emular la sofisticación de una prueba como la reacción en cadena de polimerasa, conocida como PCR, que permite amplificar fragmentos de ADN. En este caso, hacen uso de un generador de energía pequeño que puede ser portátil y prescinden de los laboratorios sofisticados. Todavía deben resolver problemas como encontrar una solución que permita suministrar energía para hervir agua durante al menos una hora, requerimiento que garantizaría el éxito del procedimiento.
Prevenir en el embarazo
Otra de las preocupaciones en la lucha contra la malaria tiene que ver con la prevención de la transmisión de la enfermedad durante el embarazo. En estudios liderados por la OMS en países como Burkina Faso y Mozambique, se ha tratado de hacer seguimiento a la recomendación de administrar a las embarazadas tres o más tratamientos profilácticos, describe la científica Rosanas. Sin embargo, lo que han encontrado es que pese a los esfuerzos todavía persiste muy baja cobertura de ese tipo de programas.
La medida de prevención adquiere relevancia si se revisan los resultados de una investigación publicada recientemente por BMC Medicine que señala, a partir del seguimiento de 300 embarazos en Burkina Faso, que los bebés que fueron expuestos a la malaria en el vientre materno desarrollarán un riesgo mayor de padecer la enfermedad en los primeros años de su vida, “aunque no se comprende completamente por qué sucede esto”, señala la web del ITM de Bélgica.
Preservar la eficacia
Uno de los puntos críticos en la lucha contra la malaria es controlar el desarrollo de la resistencia contra los fármacos antipalúdicos, reconoce la página web de la OMS, es decir, de la capacidad del parásito de salir indemne del tratamiento. Esto pondría “en jaque los esfuerzos realizados para controlar y eliminar esta enfermedad”. Se sabe, advierte la investigadora Rosanas, que el Plasmodium falciparum ha desarrollado resistencia a la artemisinina, uno de los principales recursos contra la enfermedad. “Estos parásitos resistentes se han expandido desde Camboya a Vietnam, Arabia Saudita, Laos, Tailandia, y el miedo principal es que puedan llegar a África”. La OMS recomienda que, para que los medicamentos conserven la eficacia, es necesario promover el uso de los fármacos adecuados en cada caso, ampliar las pruebas diagnósticas, garantizar la calidad de los tratamientos y conseguir que los pacientes respeten las pautas. Sin embargo, ello puede complicarse en sitios como Venezuela, donde el acceso a los tratamientos completos no está garantizado.