Al menos 380 ballenas piloto han perecido tras quedar encalladas en bancos de arena en una bahía de Tasmania, estado insular en el sur de Australia, un fenómeno con precedentes en otras partes del mundo.
Nueva Zelanda es considerada uno de los lugares del mundo más afectados por este fenómeno de cetáceos encallados, algo que sigue sin ser muy bien comprendido por la comunidad científica.
Este tipo de acontecimientos tienen lugar en el archipiélago desde el siglo XIX.
En 1918, mil ballenas quedaron varadas en las islas Chatham, 800 kilómetros al este de la Isla Sur.
Más recientemente, en febrero de 2017, centenares de ballenas piloto, también denominadas «delfines piloto», murieron en las playas de Farewell Spit, en el norte de la Isla Sur, tras quedar varados 700 ejemplares. Otras 150 murieron un año después en Stewart Island.
Uno de los episodios de varamiento masivo más importantes tuvo lugar en octubre de 1946. Se estima que 835 falsas orcas llegaron y encallaron en la costa cercana a Mar del Plata al este de Argentina.
En diciembre de 2015, 330 ballenas se quedaron varadas en un fiordo aislado de la Patagonia. Los científicos hablaron entonces de una visión «apocalíptica».
La debilidad de las pruebas obtenidas, a causa de la antigüedad de los restos en el momento de ser encontrados, siempre había dificultado la determinación de la causa exacta de tal mortandad. La presencia de biotoxinas, sustancias producidas por algas, fue considerada la razón más probable.
Este episodio no fue algo aislado: a comienzos de 2016, una proliferación anormal de microalgas en la región de Los Lagos, al sur del país, provocó la muerte por asfixia de 40.000 toneladas de salmones, equivalente a 12% de la producción anual del país, segundo en este sector en el mundo.
En julio de ese mismo año se encontraron unas 70 ballenas muertas en el sur, a seis horas de navegación de Puerto Chacabuco, en la región de Aysén.
El varamiento en 2008 de un centenar de delfines Electra (Peponocephala electra, o delfín cabeza de melón), en Madagascar, fue imputado por la Comisión Ballenera Internacional (CBI), por primera vez, a un sonar cartográfico de alta frecuencia destinado a la prospección petrolera y utilizado por la empresa ExxonMobil. El gigante petrolero cuestionó estas conclusiones.
En abril de 2015, unos 150 delfines de cabeza de melón quedaron varados a 10 kilómetros de las costas de Japón.
Los científicos habían especulado con la posibilidad de una infección parasitaria que podría haber alterado sus facultades de detección. Otra pista mencionada fue que los ultrasonidos que emiten los delfines para orientarse fueron absorbidos por los bancos de arena.
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