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La lucha contra el absurdo en Venezuela

por Avatar EL NACIONAL WEB

Albert Camus (1913-1960) rescata la idea de la libertad individual en sus reflexiones sobre la condición humana. Formó parte de la Resistencia Francesa durante la ocupación alemana y se opuso a toda formulación teórica que nos alejara de lo humano con abstracciones que no deriven de una toma de conciencia de nuestro estar en el mundo. Encaró con fortaleza y sin miramientos el extrañamiento con el cual nos vivimos al buscar respuestas coherentes sobre cuál es propiamente la finalidad de la existencia humana y, finalmente, problematizó con lucidez en sus escritos el absurdo que experimentamos a diario en nuestra vida ante un mundo que nos reclama y, a la vez, se resiste a los valores de libertad,  justicia y esperanza.

Premio Nobel de Literatura en 1957, Camus expone y cuestiona sus propias convicciones en sus diversas obras y a través de sus múltiples personajes. Nosotros hoy haremos un recorrido arbitrario por “El Mito de Sísifo” para tratar de otorgarnos luces y respondernos a las siguientes preguntas que nos acompañan día y noche, a saber, ¿qué significa tener esperanzas en la Venezuela herida de hoy? ¿Es esto un absurdo frente al panorama de desolación aplastante que vemos en las calles y que se manifiesta en la angustia que nos comunican nuestros estudiantes en el aula de clase, que nos expresan en las redes sociales o por los pasillos de la universidad? ¿Es un absurdo, un suicidio filosófico en tanto que no es razonable, hablarle de esperanza a mi hijo de 14 años cuando me aborda con preguntas sobre qué le va a pasar a Venezuela y a todos los venezolanos, a los que estamos en casa o a los que han tenido que emigrar a otras tierras? Veamos, pues, nuestro recorrido a la luz de estas preguntas.

¿Por qué para Camus nuestra relación con el mundo está impregnada de un pesar, de un extrañamiento, del absurdo? Para el autor franco-argelino nuestro problema radica en que nosotros vivimos nuestro ser desde una confrontación existencial radical que consiste en nuestro afán por hallar un sentido total, un significado y un propósito incuestionable en la vida que nos guíe en un mundo carente de significados sólidos que nos respalden y que nos otorguen, así, las respuestas indiscutibles que tanto anhelamos. De modo tal que enfrentamos situaciones absurdas porque vivimos en un mundo falto de significados absolutos y, a la vez, sentimos el empuje desesperado por buscarlos. Por ello afirma que “Lo absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo”.

Establecemos una relación absurda con el mundo que padecemos como un mal espiritual: exigimos libertad, justicia y esperanza a un mundo sordo e indiferente frente a nuestras peticiones y que nos dispensa, más bien, con mayor seguridad y en mayor número, actos injustos que atentan contra la esperanza de alcanzar a edificar entre nosotros un mundo menos destructivo, más familiar, con mayores cuotas de sentido y de humanidad. En la Venezuela herida de hoy estamos debilitados por una crisis humanitaria producto de un régimen que ha secuestrado todas nuestras fuerzas democráticas y que se resiste a abrir los canales humanitarios que permitirían enfrentar el absurdo del sin sentido de las muertes de niños, ancianos y enfermos que a diario acontecen en nuestras calles, casas y hospitales.

El sentimiento del absurdo camusiano nos embarga al padecer diariamente fenómenos sociales que atentan contra la dignidad de las personas, situaciones de discriminación y exclusión social que no son razonables, de silencios y de guerras, de confrontación y lucha sin tregua. Estamos en laVenezuela herida de hoy frente a realidades sociales extremas de dolor reflejado en los rostros y cuerpos de nuestros niños, ancianos y enfermos en situación de vulnerabilidad social por falta de alimentos y medicinas, en nuestros presos y exiliados políticos a los cuales se les ha negado su derecho al disenso ante tan monstruosa situación. El absurdo nos envuelve como sociedad porque nuestra cotidianidad está colmada de contradicciones y vejaciones que vulneran nuestra integridad humana y que, además, a su paso trastocan —irremediablemente— nuestra pretensión de hallar en nuestra sociedad —y en nosotros mismos— la paz reconciliada entre lo que aspiramos y lo que tenemos como realidad.

Nosotros los venezolanos aspiramos a la paz social que construye humanidad; paz social producto de la convivencia pacífica auténticamente demócrata, dialógica e inclusiva, con decencia social porque se encuentra inspirada efectivamente en la realización de los Derechos Humanos y que promueva, por lo tanto, en todas sus instituciones y a todos los niveles, los valores de honestidad, solidaridad y encuentro con el otro. Mientras que lo que tenemos es una población diezmada por el padecimiento de la corrupción institucionalizada instalada en las esferas del poder que ha secuestrado y pervertido al Estado de Derecho en Venezuela.

Nos encontramos librando la batalla de nuestra vida demócrata porque no hay justificación racional alguna que sostenga válidamente tantas muertes, tanto dolor social y tanta desazón como la que estamos padeciendo los venezolanos hoy en día, los que se quedan y los que se han tenido que ir. No hay explicación ni justificación alguna plausible que nos convenza de que este lugar de hambre y miseria social en el que se ha convertido nuestra querida Venezuela sea un lugar que merecemos aceptar como realidad social. No, definitivamente, no.

Porque reconocer el absurdo no significa rendirse a él y menos aceptarlo como realidad válida a la cual estamos condenados a padecer in aeternum, más bien, experimentar la absurdidad de las nefastas injusticias que estamos sufriendo como colectivo -condenando nuestro presente y nuestro futuro- nos reclama la acción inflexible, heroica, demócrata y valiente que se sostiene en el coraje espiritual de apostar por la esperanza, por la creación de sentidos humanos y humanizantes, por la apertura de caminos aun cuando los muros del absurdo nos circunden. Se trata de no rendirnos, de liberarnos y de luchar institucionalmente -cuerpo a cuerpo- una contienda justa que implica no renunciar a nuestros derechos a vivir una vida plena y digna, por nosotros mismos y por las personas que amamos, por nuestros hijos, por las generaciones presentes y futuras.

Rescatamos de Camus El mito de Sísifo, protagonizado por un personaje que, a pesar de estar condenado a la eternidad por los dioses al trabajo inútil de empujar una roca hacia arriba mientras ésta vuelve irremediablemente a caer para abajo, halló la dicha de sobreponerse a su fatalidad porque se apropió de su libertad en el mismo momento en que decidió abrazar su destino absurdo, enfrentarlo y edificar desde allí el sentido de su existencia. Nosotros, los venezolanos, no estamos condenados por una fatalidad al absurdo que estamos sufriendo: nuestra realidad es irrazonable e inadmisible, no hay nada que la justifique y tenemos que seguir comprometidos con la vida al rechazar con todas nuestras fuerzas vitales la cultura de la muerte que nos impone el absurdo como única alternativa política, económica y social. Para ello tenemos que seguir formándonos en los valores humanos demócratas que nos permitirán, a cada uno desde sus parcelas y oficios, edificar los sentidos que concederán salud a nuestra mermada sociedad. Porque el sentimiento del absurdo que vivimos cotidianamente nos lleva a no ver salidas posibles a la nefasta situación en la que nos encontramos, tiñéndonos de desesperanza. Más bien, este sin sentido del absurdo en el que estamos reclama nuestra lucidez, no nuestra rendición y entrega, exige nuestra reflexión y la apuesta heroica de una libertad tenaz que reconozca y se enfrente a esta lúgubre realidad venciendo, de este modo,  la batalla al miserable sin sentido que nos quieren imponer como único fatal destino.

No es un absurdo, no es un suicido filosófico hablarle de esperanza a mi hijo, a mis estudiantes, a ustedes lectores, porque está en nuestra acción racional, en nuestras elecciones, en nuestras manos, la posibilidad de la construcción de una sociedad razonable apegada a derecho, la reconstrucción de un futuro próspero a nivel individual y colectivo que rompa con la condena de la barbarie del sin sentido. Sísifo vence su destino porque se sobrepone a él, porque lucha y se esfuerza, porque dice “sí” expulsando con su acción afirmativa al “no” de la terrible condena de los dioses. Se hace dueño de su destino al ejercer su libertad constructiva reparadora de sentidos y no se deja invadir por el resentimiento de la negación. Porque se trata de ser más fuertes que la piedra, que la roca del sin sentido, que la adversidad absurda, pero no volviéndonos piedra, roca o sin sentido, sino, más bien, esforzándonos en ser cada vez más firmes y dichosos en humanidad al crear caminos que nos permitan salir del absurdo que niega nuestros derechos a vivir una vida a plenitud. Sólo así, como Sísifo, emergeremos engrandecidos como personas porque habremos desterrado el mal espiritual del absurdo de nuestra realidad al crear condiciones que nos permitirán el ejercicio de nuestra libertad, única constructora de humanidad y de futuro.

Artículo publicado originalmente en EsferaCultural