A nivel mediático, en los últimos días se ha orquestado una campaña propagandística que sugiere la existencia de una alianza entre Donald Trump y Vladimir Putin. En las redes sociales, algunos han llegado a afirmar que Trump es una marioneta de Putín y que está al servicio de los intereses de la Federación Rusa, la cual supuestamente tiene un plan imperialista y hegemónico sobre el resto del mundo. Según un sector importante de la prensa estadounidense, el presidente de la única superpotencia del mundo se habría arrodillado al primer mandatario de una de las superpotencias emergentes del mundo. La ex-candidata presidencial Hillary Clinton ha sido una de las principales defensoras de la teoría de que Donald Trump es una marioneta rusa. Ambos líderes son exitosos, carismáticos, polémicos y muy poderosos… ¿pero de verdad sería viable una alianza entre Trump y Putin… o solo se trata de una fantasía?
Si analizamos cuidadosamente el estilo de ambos gobernantes, vemos que el principal punto en común ha sido el lenguaje. Las reacciones que esto ha generado en la comunidad internacional y la opinión pública, sobre todo después de la reunión del 16 de julio en Helsinki, han sido polarizadas. Para los simpatizantes de Trump, este gesto ha sido un logro del presidente republicano, quien ha logrado mejorar las relaciones con Rusia, por lo menos en algunos aspectos. Para sus oponentes, esto ha sido interpretado como sinónimo de debilidad, y hasta rendición. Lo que ignoran, sin embargo, es que no todo es el lenguaje. En el mundo, las acciones hablan tanto o más que las palabras.
En la planificación y ejecución de políticas públicas orientadas al sector energético y de recursos minerales, uno de los ejes centrales de los intereses de la Federación Rusa, la administración de Donald Trump no ha beneficiado al Kremlin. Los principales recursos de influencia internacional y mantenimiento de la estabilidad interna para el gobierno ruso son el petróleo y el gas. La presión de Trump sobre Arabia Saudita con el propósito de bajar los precios del petróleo no ha beneficiado a Rusia; menos aún su tajante insistencia en que Europa cancele el Nordstream-2, uno de los más ambiciosos proyectos de la era Putin, no solo en materia económica, sino estratégica-geopolítica. Después de todo el dinero y el esfuerzo que Rusia ha invertido en el proyecto, en términos tanto financieros como diplomáticos, sería una gran pérdida que se cancelara. La administración de Trump está detrás de esto. “Permítanme aclarar un punto clave. Estados Unidos nunca usará el sector energético como una herramienta de coacción a otras, y no podemos permitir que otros lo hagan”, dijo Trump en una visita a Polonia, en el año 2018.
Stephen M. Walt, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Harvard, considera que el interés de Trump en mejorar las relaciones con Rusia es positivo, aunque opina que el presidente estadounidense ha tenido una posición permisiva y condecendiente con Putin. “Para ser claros: Trump tiene razón al decir que las relaciones entre Estados Unidos y Rusia están en un mal momento y deberían mejorarse. También creo que tiene razón al reconocer que Estados Unidos es en parte responsable de ello, debido a la toma de políticas inadecuadas como la expansión de la OTAN. Y seamos honestos por un segundo: a Estados Unidos nadie le reprocha cuando trata de interferir en la política interna de otros países y tiene un rol activo en el mundo del ciberespionaje. Sin embargo, ninguna de estas consideraciones legitiman que un presidente de los EE. UU. ignore la posibilidad de que otro Estado [en este caso el ruso] haya interferido activamente en el proceso electoral nacional y continúe haciéndolo todavìa. El hecho de que Estados Unidos haya interferido en otros países en el pasado no es excusa para permitir la intervención de Rusia”, dijo Balt en un artículo publicado en Foreign Policy.
Es un hecho que las recientes investigaciones realizadas en Estados Unidos en contra de Donald Trump han demostrado que un sector del Partido Republicano tiene lazos con el Kremlin. El caso de la Torre Trump en Rusia sigue dando todavía mucho de que hablar. Nadie sabe aún con exactitud cuál es el nivel de cooperación que existe entre algunos políticos estadounidenses y rusos, más allá de lo que se ha especulado. Por los momentos, parece que se trata de áreas, intereses y personas muy puntuales y específicas. Aún si Donald Trump fuera de verdad una “marioneta rusa”, lo cierto es que él no es el único que toma decisiones relevantes en los Estados Unidos de América. Por más que él ejerza el cargo de presidente, existe un sistema que busca salvaguardar el ideal de la independencia y el equilibro de los poderes públicos. John Bolton, por ejemplo, no tiene exactamente la misma línea de Donald Trump, si bien existen importantes coincidencias.
En 2018, la ciudadana rusa Maria Butina se declaró culpable ante la justicia estadounidense. Butina admitió el cargo de conspiración en su contra, habiendo sido acusada de espía por los fiscales federales. Butina reconoció haber estado involucrada en un proyecto orquestado por funcionarios del gobierno ruso, que tenía como fin estrechar los lazos entre los Estados Unidos de América y la Federación Rusa. Según las declaraciones de Butina y las investigaciones realizadas, el propósito era abrir líneas de comunicación y crear redes de contacto en el Partido Republicano y la National Rifle Association.
No obstante, el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, ha declarado que Maria Butina no trabajaba para el gobierno que preside. Según Putin, Butina se vio obligada a declararse culpable, bajo fuertes amenazas y presiones. “No entiendo qué podría ella confesar si no estaba realizando ninguna labor gubernamental. (…) No entiendo para qué la encarcelaron. No hay razón”, ha dicho el presidente de la Federación Rusa. A su juicio, este es un caso prefabricado que busca minar la confianza y la influencia internacional en Rusia, cada vez más poderosa.
Lo primero que hay que resaltar a la hora de hablar de Estados Unidos es que este es, todavía, el país más poderoso del mundo. Aunque China, Rusia e India son superpotencias emergentes con gran potencial, es todavía inverosímil imaginarse que Estados Unidos perderá su estatus de única superpotencia mundial a mediano plazo. Las acusaciones en contra de Donald Trump sugieren que, además de ser este un criminal, es también un traidor a los “grandes ideales que han hecho de Estados Unidos la gran y única superpotencia en el mundo”.
Si bien en el mes de noviembre de 2018, una comisión le entregó al Congreso un reporte que señalaba que Estados Unidos podría perder, en el futuro, una guerra en contra de China y Rusia, lo cierto es que todavía muchos analistas se muestran escépticos ante ese escenario y hasta han sugerido que el interés del informe podría ser justificar un aumento del presupuesto nacional destino al sector defensa. Si consideramos la brecha relativa que el sector naval estadounidense le lleva a los de China y Rusia, no es fácil imaginarse una derrota de los estadounidenses. No es que sea imposible, pero no parece ser el escenario más probable.
Los gobiernos de los Estados Unidos de América y Rusia siguen siendo rivales, aún en el hipotético caso de que efectivamente se hayan abierto líneas de contacto entre los funcionarios de una administración y la otra. Más allá de la propaganda anti-rusa y anti-Trump de algunos medios de comunicación, los intereses de ambas potencias todavía chocan. Rusia es, después de todo, una candidata a superpotencia. Ahora no lo es, pero tiene el potencial.
Es en función de este contexto, que debemos interpretar la relación de Donald Trump y Vladimir Putin, quienes son rivales y no enemigos. La distancia que existe entre un término y otro no debe desestimarse. En agosto del año 2018, ambos mandatarios se reunieron en Finlandia, con el fin de discutir la agenda mundial. “Putin representa a Rusia, y yo represento a los Estados Unidos. Él es mi rival. El [Putin] no es mi enemigo, pero espero que algún día se pueda convertir en mi amigo”, dijo Trump en esa ocasión.
Durante la reunión de Donald Trump y Vladimir Putin, se discutieron diversos temas, con menor o mayor nivel de discrecionalidad. Los más relevantes fueron los casos de Siria, Irán y, particularmente, Ucrania. Sobre este último, aún cuando Trump tuvo la disposición de llegar a mejores acuerdos con Putin, las expectativas no fueron favorables por ser un asunto que dependía, en gran medida, de las decisiones del Congreso. Previo a la reunión de ambos mandatarios, llama la atención que durante la cumbre de la OTAN en Bruselas, Trump evitó fijar una posición en el caso de Crimea y no dio una respuesta exacta. “Lo que le sucederá a Crimea ahora, no puedo decírtelo. No lo sé”, fueron las palabras exactas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En esta reunión, más allá de los temas anunciados públicamente, lo cierto es que Trump y Putin decidieron la agenda global.
A la hora de evaluar la acusación de que Trump es una marioneta de Putin, hay que considerar que el rango real de influencia de la Federación Rusa es sobreestimado por unos y subestimado por otros. A pesar de su enorme potencial, el PIB nominal de Rusia es aproximadamente del tamaño del Estado California en los Estados Unidos de América. Rusia es el país más rico en recursos naturales a nivel mundial, pero todavía está en proceso de modernizar y desarrollar su economía. El país eslavo se ha caracterizado por su resiliencia: ha aguantado las sanciones en su contra e incluso se ha reinventado. No nos extraña, entonces, que la administración de Trump lleve meses evaluando la eliminación de las sanciones en contra de la Federación Rusa. El día miércoles 19 de diciembre de 2018, el Congreso Estadounidense recibió una notificación oficial del Departamento del Tesoro sobre esta decisión.
En un reporte de prensa del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, publicado el 26 de septiembre de 2018, se afirma que las sanciones a Rusia son un caso muy complejo. “La economía de Rusia es grande y está bien integrada en la economía global, el sistema financiero internacional; y las cadenas de suministro y comercio a nivel internacional”, señala el reporte del Tesoro de EE. UU. Aunque las sanciones le han costado aproximadamente un 10% de lo que podría haber sido su PIB en estos momentos, han servido para desarrollar áreas emergentes de la economía.
Ya sea por ignorancia o por la intención de subestimar a la Federación Rusa, muchos ignoran que un país puede tener gran influencia geopolítica, a pesar de un limitado desempeño económico. El mejor ejemplo es Cuba, que aún estando muy lejos de ser una potencia económica regional, tiene una muy importante influencia sobre América Latina. Nicaragua, México, Brasil, Argentina, Venezuela, Bolivia y Honduras, son algunos de los tantos países latinoamericanos que han firmado importantes convenios de cooperación con Cuba en las últimas décadas, desde el sector salud hasta el sector militar/defensa. Los cubanos, sin disponer de una renta petrolera como la venezolana o del gran parque industrial de los líderes de la región, han ejercido su poder en toda la región, al extremo de haber llegado a dirigir, a través de asesorías, importantes áreas estratégicas de Venezuela, alguna vez considerada “potencia media”. Este es un pequeño detalle que, con frecuencia, ignoran los que subestiman el liderazgo de Vladimir Putin. Las relativas debilidades de la economía rusa no necesariamente afectan, de forma decisiva y determinante, el potencial que tiene ese país para influenciar en el resto del mundo. Y a pesar de los retos, el Foro Económico Mundial (WEF) ha considerado que Rusia, durante la era Putin, ha tenido una economía fuerte.
La Federación Rusa tiene gran influencia en Europa, sobre todo en las repúblicas ex-soviéticas. El poder blando ruso es notable aún en aquellos países que pasaron por revoluciones de colores, como es el caso de Ucrania y Rusia. Las regiones Centro, Este y Norte de Europa están conectadas cultural e históricamente al pueblo ruso. Y más allá de estas fronteras, los rusos igualmente ejercen su influencia: los expertos en marketing político del país eslavo son envidiados en todo el mundo. Sin tener plena consciencia de ello, muchos ciudadanos de países vinculados con Occidente son continuamente influenciados por Rusia.
A lo largo de la historia, las relaciones entre los Estados Unidos y Rusia han tenido muchos altibajos. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, Estados Unidos y Rusia (en ese entonces parte de la Unión Soviética) habían comenzado a acercarse. En una nota publicada en 1985 en el diario El País, Alvaro Sierra dice: “Las ilusiones de los soviéticos en el mercado son tan desmesuradas, que hace poco un instituto estadounidense, por fuera de toda sospecha de simpatía con el socialismo, se vio obligado a prevenirles que el capitalismo no es la panacea. El principal responsable de esas ilusiones es Boris Yeltsin, quien ha pregonado el mercado anunciando el futuro de Rusia como una especie de nuevo sueño americano.”
Es un hecho que los Estados Unidos y el G7 financiaron los programas de ajuste de Yeltsin durante los noventa. Tanto antes como después de su caída y disolución, las visitas de diplomáticos norteamericanos a la Unión Soviética fueron muy simbólicas y trascendentes nada ocurrió aislado. En el caso de que Trump y Putin consideraran de verdad una alianza entre sus países, el primer paso sería orientar, por lo menos hasta cierto punto, la acción de sus gobiernos en la misma dirección. Hoy en día, no están dadas las condiciones para ello.
A largo plazo, más allá de que gobierne Donald Trump o no, el objetivo más ambicioso de Occidente es, todavía, la consolidación de una democracia liberal en Rusia. Es un asunto geopolítico-estratégico para los Estados Unidos. Ese sigue siendo el proyecto para Rusia, aún cuando la transición hacia el modelo democrático liberal-occidental no fue exitosa en los noventa, ya sea por la mala aplicación de políticas públicas o porque ese modelo no encaja bien con la cultura del pueblo ruso, sin negar las importantes y valiosas raíces liberales de la Revolución Rusa del año 1905, anterior a la comunista.
La Rusia de hoy dista mucho de aquella de los años noventa, no sólo en términos de estabilidad y gobernabilidad, sino en otras variables como la cohesión nacional, por ejemplo. Aún si Donald Trump y Vladimir Putin tuvieran una fructífera amistad y se demostrara la presunta existencia del pacto que le entregaría a Putin el control de los Estados Unidos en bandeja de plata, estas dos naciones no son aliadas. Más allá de las especulaciones, hay que evaluar los hechos con objetividad: Vladimir Putin y Donald Trump son dos hombres exitosos que entienden de qué se trata la política, mas no son precisamente aliados. Y así es que tiene que ser: estamos hablando de los presidentes de dos de las potencias más importantes del planeta.
Hasta que las investigaciones no terminen, es temerario afirmar que Donald Trump es en realidad una “marioneta de Putin”. La administración de Trump tiene importantes lazos con el Kremlin… ¿pero no es cierto que también los tiene con el resto del mundo? Putin y Trump son dos grandes rivales que entienden el valor y la importancia de la negociación. Después de todo, la política desde la antigüedad ha vivido del diálogo entre adversarios que buscan acuerdos. La esencia de la política es esa: la negociación.
Autor: Vicente Quintero Príncipe
Vicente Quintero es Licenciado en Estudios Liberales de la Universidad Metropolitana de Caracas, con énfasis en los estudios políticos. También ha realizado cursos de política, cultura, literatura e historia en la Universidad Politécnica Estatal de San Petersburgo (Rusia). Quintero es analista-colaborador del Centro Internacional Anti-Crisis con sede en San Petersburgo, el cual publica sus artículos en los idiomas inglés, francés y ruso. Quintero es columnista y articulista de El Nacional Web (Venezuela), The Global World (España), American Herald Tribune (Estados Unidos), WTC Radio (Venezuela), ProEconomia (Venezuela-España), Entorno Inteligente (Venezuela) y La Trenza (México). En el año 2018, ha tenido la oportunidad de presentar sus obras de arte en el Museo Alejandro Otero (Fundación de los Museos Nacionales de Venezuela). A través del arte, Quintero expresa la realidad política y económica del mundo. Quintero habla cuatro idiomas: español, inglés, ruso y alemán.
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