Han pasado cuatro décadas, pero Oswaldo Olivares lo recuerda todavía con tal precisión, que pareciera mucho menos el tiempo transcurrido.
El Gago tenía entonces 24 años de edad y era una de las figuras del Magallanes, en pleno descalabro de la temporada 1978-1979. El recordado Cookie Rojas, leyenda del beisbol cubano, era el manager de los turcos y la divisa sufría en el último lugar de la tabla, para desvelo de su alto mando y sus seguidores.
Rojas es el padre de Mike Rojas, el actual piloto de los Leones. Tenía una trayectoria impecable como jugador y técnico, que incluía varias participaciones en la LVBP. Pero a menudo los timoneles pagan los pecados de los peloteros y de la oficina, además de sus propias culpas.
La anécdota se ha contado muchas veces, pero sigue siendo entretenida y vigente. A Olivares, miembro de nuestro Salón de la Fama, le ha estado dando vueltas en la cabeza desde que los Navegantes, el equipo de sus desvelos, salió del experimentado Omar Malavé y puso al frente a Luis Dorante, bajo cuyo mando los bucaneros ganaron los primeros cinco duelos, para saltar a la segunda posición de la tabla.
“Cookie tenía el mismo perfil de Luis Aparicio”, rememora el zurdo. “Sabio, disciplinado, buena persona. Cuando él decía: a las 4:00 pm todos uniformados, seas estrella o no, si no te uniformabas, o te multaba o te llamaba a la oficina”.
Aquellos bucaneros tenían grandes nombres. Olivares, Félix Rodríguez, Manuel Sarmiento entre los criollos más notables; Joe Cannon, Mitchell Page y Willie Horton entre los importados.
“Estábamos peor que hoy en la tabla de posiciones”, relata el Gago. “El clubhouse no era como el de ahora, era muy diferente. Y como yo era uno de los regulares del equipo, Cookie me llamó a su oficina. Ozzie, me dijo, tienen un buen equipo y no lo he podido sacar adelante. Por eso, renuncié”.
Lo que siguió es historia: la célebre reunión en una pollera, Asados Palacios, a la que asistieron los directivos Alberto Parjús y Alberto Raidi, el narrador Felo Ramírez, el comentarista Carlitos González y tres peloteros: Horton, Page y Olivares. Entre todos, “a golpe de la 1:00 de la mañana”, precisa el caraqueño, decidieron el rumbo a seguir. Horton sería el nuevo estratega, sin perder su condición de jugador, y los filibusteros tratarían de echar el resto, en la esperanza meterse entre los cuatro clasificados.
Así nació la leyenda del Brujo, el manager que tomaba las decisiones más inesperadas, arrancando las hojas del “librito” y arrojándolas a la papelera, torciéndole el cuello a la suerte y a la lógica, metiendo a la nave en los playoffs, en la final, en la Serie de Caribe y en las crónicas más brillantes del beisbol venezolano.
“¿Pasará la misma historia de hace 40 años?”, se pregunta Olivares, divertido. “¿El nuevo manager lo ganará todo?”. Y con un giro de picardía, se pregunta otra vez: “¿O acaso Mike Rojas podrá hacer lo que no hizo su padre hace 40 años, pero con el Caracas?”.
Se cumplen cuatro décadas de ese episodio. Mike, como apunta Olivares, tiene la oportunidad de conmemorar el aniversario con una revancha familiar, si acaso logra la corona con los Leones. Y Dorante tiene el chance de revivir el recorrido triunfal de Horton, así sea apelando a sus métodos, mucho más ortodoxos.
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