¿A su país llegó una colonia de gente que habla duro, ríe todo el día y pone en riesgo su trabajo? ¿No sabe cómo tratarlos y en su interior hasta ha llegado a despreciarlos? Pues no se preocupe. Le explico cómo entender a un venezolano:
Si le tocó recibir a uno y quiere hacerle una cortesía turística, no pierda el tiempo llevándolo a un museo. Con solo dejarlo en un supermercado común y corriente le hará el día. Saldrá maravillado al ver tantos productos.
Si necesita empatizar con un venezolano rápidamente, sustituya el nombre de cualquier cosa por la palabra “vaina”. Nosotros entendemos, perfectamente, cuando alguien dice: “Estaba montado en esa vaina cuando me picó una vaina, que me sacó esta vaina y ahora mira… estoy metido en tremenda vaina”.
Aunque parezca, no todos los venezolanos consumimos marihuana. Si nos reímos de nada todo el día es porque somos un pueblo alegre. En Venezuela alguien te relata un tiroteo que vio y lo hace sonriendo. De hecho, cuando Colón pisó nuestra costa, sus primeras palabras fueron: “Tierra de gracia”.
Si está pensando preguntarle a un venezolano cómo está la cosa en su país, le advierto. Si usted tiene apuro, no toque el tema. Perderá 20 minutos de su existencia. Si en cambio quiere subirle el ego al venezolano, haciéndolo sentir un entrevistado de CNN, pregúntele.
¡Un consejo muy importante! ¡Por favor no bote comida frente a un venezolano! Podría presenciar el despertar de una bestia iracunda desconocida hasta ahora.
Si de casualidad el venezolano vive en su casa, enséñele a darse baños cortos y a apagar las luces. ¡Los servicios cuestan plata! Entienda: venimos de un país sin agua y cuando la ponen, es subsidiada (como todos los otros servicios). Nos han mal acostumbrado. Discúlpenos.
Si al conversar con un venezolano observa que éste se pone rojo, se le infla la cara y suda, no se alarme. No es un ACV ni un infarto. Usted seguramente acaba de decir un doble sentido sin darse cuenta. Lamentablemente, nuestro cerebro está configurado para detectar estas frases de inmediato. Si usted dice cosas como “¿Quiere la salchicha grande?”, “Me llegó por detrás” o “¿A dónde le echo la leche?”, espere este tipo de reacciones.
Si trabaja con un venezolano, por favor no lo denuncie por acoso sexual. Los venezolanos somos tocones. Abrazamos, besamos, agarramos… Es algo normal en nosotros. ¡Y créame! Cuando hacemos eso, no nos pasa ningún pensamiento lujurioso por la cabeza.
Si al hablar con un venezolano se llega a sentir ofendido, alégrese. El cariño en Venezuela se expresa insultando. Le ayudo con este glosario, fíjese:
Si el venezolano le dice “maric@”: lo aprecia.
Si le dice “no seas huevón” o “huevona”: ese venezolano valora enormemente un chisme que usted posee.
Si sonríe y le dice “Eres una rata”: le admira.
Y si sonríe y le dice “Eres un coño ‘e madre”: le admira profundamente.
Si usted se llegase a enamorar de una venezolana, tenga en cuenta lo siguiente. Ella viene del país más ganador de concursos de belleza del mundo (211, para ser exactos). Está convencida de haber heredado un mínimo rasgo de reina de belleza. Entonces trátela como tal. Asúmase como un mayordomo cuyo pago es el amor. Aunque vale una importante aclaratoria: la venezolana no es feminista. ¡Le es imposible! Le encanta cuando le abren la puerta, le cargan las cosas, le pagan la cena y la acompañan a comprar sostenes bonitos. Todo lo contrario a una feminista.
Estas son las recomendaciones. Sígalas. Le prometo una mejor relación con su venezolano de turno. Así mismo le pido paciencia. No estaremos toda la vida en su país. Cuando esto pase, volveremos a Venezuela y usted tendrá casa, comida y agua caliente en uno de los países más bellos del planeta. Y al llegar ese día, no se sorprenda. Quizás comience a extrañar esa colonia de gente que habla duro, ríe todo el día y pone en riesgo su trabajo.
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