Uno podría decir que los argentinos despertamos cada mañana verificando tres datos esenciales para nuestras actividades cotidianas: el clima, el estado del tránsito y la cotización del dólar.
Yo lo hacía cuando vivía en mi país y, aunque con menor fervor, lo sigo haciendo también en el exterior.
«El valor de la moneda estadounidense integra la información básica que comunican los medios argentinos. En especial, en épocas de turbulencias monetarias», cuentan Mariana Luzzi y Ariel Wilkis en su libro «El dólar. Historia de una moneda argentina (1930-2019)».
Esta ironía del título del libro, como reconoce la autora, se perdería si finalmente el país se dolarizara, como ha propuesto el candidato Javier Milei, el político libertario que disputará la presidencia contra el ministro de Economía, Sergio Massa, en la segunda vuelta del 19 de noviembre.
En entrevista con BBC Mundo, Luzzi explica que el dólar tiene dos vidas en Argentina. Una privada, que es su condición de moneda con la que los argentinos ahorran o adquieren bienes como casas o departamentos; y otra pública que ella considera más importante:
«Esta es la que hace que en todos nuestros teléfonos celulares esté la cotización del dólar, que nos llegue por la aplicación del banco donde tenemos la cuenta o por la billetera electrónica que usamos, que prendas la televisión y aparezca en el mismo lugar de la temperatura desde las 10 de la mañana cuando abre el mercado. Y que esté en la boca de la gente, en el chiste, en el meme».
Pero el asunto no es sólo cuántas vidas tiene el dólar en Argentina, sino también, la cantidad dólares distintos que hay en el país.
«Hay una obsesión con el dólar que está fundada en hechos económicos, pero también hay una cosa ilusoria: la gente te dice ¿cómo está el dólar hoy? ¿cómo se levantó? Es como una bestia que crece sola. Y además tienen múltiples facetas, porque hay muchas cotizaciones de dólar. Ya ni sé cuántas hay», me dice Patricio Barton, comunicador y conductor de programas de radio.
Le pido entonces que haga memoria:
Las cotizaciones de dólar que recuerda Patricio Barton.
Está el dólar oficial, que sería como el punto de partida, con el que se hacen las operaciones de exportaciones e importaciones.
Después está el dólar blue que lo duplica; es el referente de la calle, el dólar ilegal que con un eufemismo algunos medios llaman informal.
Tenemos el dólar turista, que es el que compran los turistas. Hay un dólar Catar, que era la cotización con la que se manejaban los gastos de tarjeta de los argentinos que fueron al Mundial. El dólar lujo que es para para bienes de lujo que se compran desde la Argentina. Hay un dólar soja para los productores de soja.
El dólar liqui que son dólares de encajes bancarios. Por supuesto, el dólar futuro, que es una profecía de cómo va a estar el dólar dentro de un año. El dólar Coldplay, que fue una cotización para la banda que hizo como 10, 15 estadios, es decir, levantaron un montón de plata que había que pagarle.
Está el dólar cabeza grande y el dólar cabeza chica, que es ni más ni menos que los próceres que están en los billetes de dólar. Y acá no te toman los de cabeza chica, que son de curso legal, o te dan menos plata.
Inclusive se da ponerle nombres a dólares que no existen. Si vos venís y me querés cambiar dólares, y digo “bueno, este es el dólar amigo”, es porque te lo estoy dando con un margen amistoso.
El verde y los arbolitos
No solo las cotizaciones tienen nombres propios en Argentina; alrededor del dólar, así como de la gente que lo compra y lo vende, el lugar donde se produce la compra y la venta, y la acción de comprarlo y venderlo también se ha creado un lenguaje particular.
«Verde: dólar, unidad monetaria de Estados Unidos». La definición pertenece a la tercera edición del diccionario de la Academia Argentina de las Letras.
«Es raro tener lexicalizada una palabra coloquial para una moneda extranjera. La lexicalización quiere decir que una palabra que tenía un significado adquirió otro completamente distinto. Es un fenómeno potente», le dice a BBC Mundo Santiago Kalinowski, director del Departamento de Lingüística de esta Academia.
«Verde», además, sirve para nombrar otra de las pasiones argentinas: el mate.
Pero hay muchas otras palabras que surgen de la pasión de los argentinos por el dólar:
El ABC del dólar en la lengua argentina según Santiago Kalinowski.
A: Arbolito
B: Bicicleteo
C: Cueva
La primera acepción de arbolito era «persona que recibe apuestas clandestinas» pero los hablantes suelen aprovechar algo que ya tienen para referirse a una realidad que es novedosa.
La segunda acepción se aplica a la gente que en la calle, sobre todo en los alrededores de la city porteña, el sector financiero de Buenos Aires, ofrece cambiar dólares con el pregón «cambio, cambio»:
«Cambista ilegal de moneda que trabaja en la vía pública”.
Para mí tiene que ver con una actitud física en la vía pública que es estar parado ahí como si fuese un arbolito, es estar «plantado en la vereda».
Con la B tenemos «bicicleteo», que viene a referirse a todas estas especulaciones de vender dólares a la mañana, comprar dólares a la tarde; todo este laberinto que tenemos.
Con la C está «cueva», «agencia ilegal de cambio de divisas». También «cuevero», algo «relativo a la cueva de dinero», y «miembro o empleado de una cueva de dinero”.
Aunque la historia sigue: en la letra D, también tenemos «dolarizar» y «desdolarizar»…
¿Por qué?
Luzzi indica que hay dos grandes explicaciones económicas acerca de la obsesión con el dólar en Argentina: una lo atribuye al efecto de la inflación persistente y la otra, que no excluye el factor inflacionario, a la condición de economía periférica.
La segunda alude, básicamente, a que el país «genera a través de la exportación de productos y servicios menos dólares de los que necesita para importar bienes y servicios, y para pagar utilidades».
Esta situación empeora, añade la socióloga, cuando se contrae más deuda externa, «porque a cualquier salida de dólares para, por ejemplo, pagar importaciones, hay que sumarle los dólares que se necesitan para pagar la deuda que contrajo».
Con respecto al factor inflacionario hablé con el economista Fausto Spotorno.
«El dólar es el instrumento que el argentino usó para combatir la inflación, para enfrentar la histórica destrucción del peso por parte de la política económica argentina, que no es de ahora, tiene 80 años», me dice el director de la Escuela de Negocios de la UADE (Universidad Argentina de la Empresa).
Entonces, la única forma de ahorrar para la gran mayoría (excluyendo aquellos que tienen los recursos y los conocimientos para utilizar otros instrumentos financieros como acciones o bonos, o que simplemente no tienen capacidad de ahorro) no ha sido la moneda nacional sino la divisa estadounidense.
Además del ahorro, hay otro uso del dólar, como explica Spotorno:
«Si yo quiero hacer una operación de un inmueble, por ejemplo, tengo que pagar con dólares.
¿Por qué?
Porque si yo quisiera usar pesos, necesitaría alquilar un camión para poner todos los billetes que se necesitarían en una transacción».
¿Desde cuándo?
Para Spotorno no hay duda: todo comenzó en 1946 cuando el gobierno de Juan Domingo Perón nacionalizó el Banco Central.
Dos años antes, los representantes de 44 países se habían reunido en el pueblo de Bretton Woods, Estados Unidos, donde establecieron que el dólar estadounidense sería la moneda para hacer las transacciones internacionales.
«Y a partir del 46, exactamente el mismo año que nacionalizamos el Banco Central, aparece la inflación: 26% ese año y no ha parado hasta que llegamos a una hiperinflación en el 89», indica Spotorno.
Tras esa crisis de 1989, Argentina adoptó la Convertibilidad que, como explica el economista, fue básicamente atar el peso al dólar (1 dólar valía 1 peso).
Esta luna de miel con el dólar terminó en diciembre de 2001 con un divorcio brutal, cuando los ahorros en dólares fueron confiscados por el Estado y devueltos en pesos en el famoso «corralito» (otra palabra que está en el diccionario de la Academia Argentina de las Letras).
Tanto antes de entrar a la Convertibilidad como antes de salir de ella, se especuló con una posible dolarización de la economía, que sin embargo nunca se llevó a cabo.
Pero Luzzi apunta a que el hecho de que Argentina haya tenido inflación desde mediados del siglo pasado, no significa que inmediatamente la gente comenzara a comprar dólares; hizo falta -según dice- un proceso «de familiarización con un elemento que antes estaba completamente fuera del repertorio».
La experta indica que el primer momento en que la divisa estadounidense está en la tapa de los diarios argentinos y se convierte en noticia de actualidad es en enero de 1959 cuando el presidente Arturo Frondizi lanza su plan de estabilización.
«Desde el 31 (primera regulación del mercado cambiario en Argentina) hasta el 59, la discusión acerca de si el Esado tiene que intervenir en el mercado de cambios, o si el tipo de cambio está caro o barato, es una discusión de expertos en economía, de exportadores e importadores, pero no es una discusión de agenda pública», explica.
Es a partir de 1959 -en medio de un debate sobre la inflación pero también sobre la apertura al capital interncional y las inversiones extranjeras- que se produce un proceso de popularización del dólar, que ya no hizo sino aumentar.
Y se volvió incluso un objeto de bromas.
Ya en 1962, el humorista Mauricio Borensztein, más conocido como «Tato» Bores, se preguntaba en un famoso monólogo televisivo por qué el dólar siempre estaba en alza:
«Cuando Boca (Juniors) pierde, el dólar sube tres mangos (pesos); el domingo que Boca gana, el dólar sube cuatro mangos. Anuncian fríos para agosto, trácate, el dólar se pierde de vista. Renuncia un ministro, la gente se asusta, el dólar ocho pesos más caro. Viene un ministro nuevo, la gente compra dólares hasta las orejas».
En la segunda parte de la década de los 70 -con la liberación del mercado de cambio y la política de apertura financiera del régimen militar- Luzzi indica que el dólar pasó de ser información relevante a ser una herramienta de operaciones cotidianas.
El proceso inflacionario que se extendería por una década, incluyendo los siete años de dictadura (1976-1983), puso el broche de oro al ascenso del dólar, que se convirtió en el método de ahorro.
«El peso ya no sirve», sentencia Luzzi.
El peso
No se puede hablar de la obsesión de los argentinos por el dólar sin hablar de su conflictiva relación con su moneda nacional que, además, ha cambiado cuatro veces en el último medio siglo.
Si bien Argentina tuvo la misma moneda (el peso moneda nacional) de 1881 a 1970, a partir de ahí la inflación obligó a cambiar nombres (peso ley, peso argentino, austral, peso) y a sacar ceros de los billetes con una frecuencia cada vez mayor.
Junto con los golpes de Estado (seis en el siglo XX), la constante devaluación de la moneda ha sido uno de los traumas permanentes de este país.
«Para mí la argentinidad padece de trastorno de estrés postraumático. Tenemos una suerte de infancia de maltrato y, sobre todo, del doble mensaje. Si vos querés psicotizar a un niño, dale dobles mensajes. Así vas a crear un psicótico con una incertidumbre crónica», me dice la psicóloga clínica Alicia Blanco.
Los «doble mensajes» (decir algo y hacer otra cosa) han sido muy propios de la historia de los argentinos con el peso y con el dólar.
Un ministro de Economía del último gobierno de facto dijo «el que apuesta al dólar pierde» y pocos días después devaluó el peso un 30%. En el «corralito», un gobierno democrático aprobó una ley de intangibilidad de los depósitos y pocos meses después confiscó todos los depósitos en dólares.
Aprovechando que, además de comprar dólares y tomar mate, muchos argentinos son asiduos visitantes del psicólogo, le pregunto a Alicia Blanco cómo describiría la relación entre los argentinos, el dólar y el peso, si fueran a terapia.
Madame Bobary y el dólar según Alicia Blanco
La argentinidad está unida al peso argentino, un peso que es como que tenés una pareja devaluada 800 veces, maltratada, cambiada de nombre.
El tipo o la tipa no tienen identidad. Lo mirás, la mirás, y decís ¿con quién me casé? ¿A quién elegí?
Entonces empezás a fantasear como en toda relación donde no estás satisfecho, donde no estás contento.
Mirás para afuera y ves al dólar, el rubio de ojos celestes que encima durante 70 años tuvo el respaldo oro.
Entonces lo que ves al magnate y te morís de amor por él, te agarrás una pasión que es lo que yo llamo pasiones destructivas.
Podemos tomar el modelo de Madame Bovary.
Ella tiene un marido y se enamora de un amante que es un chanta que la empaqueta (engaña), que la manipula de todas las maneras posibles, pero ella le cree todo y lo ama profundamente al punto de querer dejar al marido y al hijo abandonados.
Y luego el tipo, cuando ella va en su búsqueda, no está. Y ella se suicida. Este es el modelo de pasión destructiva por excelencia.
Es como una ansiedad, o sea, no puede obtener lo que quiere, pero lo sigue ansiando y el ansia es lo que la sostiene en ese lugar; por el ansia padece, pero por el ansia también recupera esa mirada hacia el amante que es inalcanzable.
Sin brújula
En octubre de 2023, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) de Argentina informó que la inflación de septiembre fue del 12,7%, el valor mensual más alto de los últimos 32 años. Y la tasa interanual superó el 138%.
«Lo que yo creo que pasa con regímenes de inflación tan altos como estos, a nivel de experiencia personal, es que en un momento ya no tenés referencias, los precios relativos se pierden, vos ya no sabés qué es caro y qué es barato», me dice el filósofo Eial Moldavsky.
«Dos pares de zapatillas valen lo mismo que un alquiler. Y vos me decís ¿está mal, está bien? No sé, no tengo forma de decírtelo», ejemplifica.
La ausencia de marcos de referencia impide, según indica Moldavsky, toda posibilidad de planificar:
«Es muy difícil tener un trabajo y saber si con ese sueldo que vos en marzo negociaste, y te parecía bueno, vas a poder atravesar el año de manera razonable, pagando un alquiler y teniendo una vida más o menos normal».
En su sitio de Instagram, donde lo siguen un millón y medio de personas, Moldavsky analiza situaciones cotidianas y temores existenciales como el miedo al rechazo o el sentido de la culpa, mientras plancha su ropa, riega las planta y ordena su casa.
En medio del video introduce el pensamiento de un filólosofo que sirve como marco de referencia para entender esas problemáticas.
Le pregunto, para terminar esta nota, si su video tratara sobre los argentinos y el dólar, a qué filósofo recurriría…
Eial Moldavsky, Hannah Arendt y las islas en un océano de caos.
Es muy difícil la verdad saber qué marco teórico le cuadra a algo tan complicado como esto.
Yo entiendo que la relación de Argentina con el dólar tiene que ver con la dificultad que tuvo Argentina para poder construir estabilidad y previsibilidad; y bueno, el dólar apareció como una respuesta casi intuitiva.
Si quisiera trazar un paralelismo, pensaríamos en algo como lo que dice Hannah Arendt con respecto al futuro, como ese mar completamente infinito, imposible de gestionar y de prever. Lleno de indecisión, de cosas que no controlamos, de cosas que no sabemos.
Y uno va tratando de poner pequeñas islas para tratar de resistir ante ese caos que es el futuro imprevisible.
El dólar pareciera ser algo así, la isla que intuitivamente encontró la ciudadanía argentina ante los momentos de crisis.
Me parece que el dólar apareció como una reserva de estabilidad en medio de todo ese caos.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional