Más de siete millones de escolares deberían incorporarse a las clases en Venezuela para el nuevo curso a partir de esta semana. Pero muchos no lo harán.
La crisis que golpea a Venezuela y que está provocando un éxodo a países vecinos se deja sentir también en las escuelas.
Según la Asociación Nacional de Institutos de Educación Privada, durante el último año más de 50% del personal de esas escuelas renunció a sus cargos, mientras un 40% de los alumnos abandonaron sus aulas.
Tres cuartas partes de estos estudiantes se marcharon del país. El grupo restante se fue a escuelas públicas al no poder hacer frente al pago de las matrículas.
Pese a las evidencias sobre la migración masiva de venezolanos, el ministro de Educación, Aristóbulo Istúriz, señaló la semana pasada que este año habrá un incremento de 16,37% en el número de estudiantes en relación con el período anterior.
El ministro señaló que el éxodo que ocurre ahora es de estudiantes que pasan de la escuela privada a la pública, un fenómeno por el cual responsabiliza al aumento en el precio de las matrículas y a la llamada «guerra económica», la supuesta estrategia que -según el gobierno de Nicolás Maduro- aplica la oposición venezolana y el gobierno de Estados Unidos para derrocarle.
Con motivo del inicio del nuevo año escolar, BBC Mundo habló con Dayana Rodríguez, una maestra de educación primaria de un colegio de Fe y Alegría, una institución creada por los jesuitas, constituida por laicos y religiosos, fundada en la década de 1960 y que en la actualidad gestiona en Venezuela 176 escuelas con casi 100.000 alumnos.
Rodríguez es maestra en el colegio Andy Aparicio, ubicado en La Vega, un populoso sector de clase humilde en el oeste de Caracas.
Este fue su testimonio para BBC Mundo.
«Sin nada en el estómago»
«El año pasado hubo mucha deserción, muchos emigraron. Yo comencé con 38 niños y terminé con 30. Cuatro se fueron del país sin terminar el año escolar, buscando mejor calidad de vida. A otros cuatro los cambiaron para escuelas públicas porque allí les dan una merienda y, entonces, con eso pueden compensar. El factor alimentación nos ha afectado mucho.
También hubo muchas inasistencias. Por ética y por ley, tenemos que hacer seguimiento a esas ausencias. Nos entrevistamos con los representantes y lo que nos manifiestan es que, lo primero, es el factor alimentación. Los padres nos dicen que no van a enviar a los niños al colegio si no tienen para darles el desayuno.
Afirman que (es duro) ver a los otros niños comiendo cuando ellos no tienen para darle y que teniéndolos en casa pueden resolver mejor.
Cuando llegamos por la mañana, cantamos el himno, rezamos la oración del día, etc. Eso no lleva más de 20 minutos y en ese tiempo se nos presenta el caso de niños que se ponen pálidos. ’Maestra, me siento mal’, dicen y lo primero que uno les pregunta es si desayunaron o si tienen algo de comer en el bolso.
A veces hasta uno mismo toma el desayuno del docente y lo comparte, porque no podemos tener niños aquí sin comer, sin nada en el estómago. Nosotros mismos, si tenemos una arepa, la partimos en cuatro y la compartimos.
Ellos se levantan a las 6 de la mañana y la hora del desayuno aquí en la escuela es a las 9:30 de la mañana. Son muchas horas. Lo recomendable es que coman algo. A veces no tenían ni siquiera un vasito de leche.
Por eso hacemos hincapié en preguntarles si comieron. ‘No, porque no había’ o ‘Mi mamá está buscando para hacerme algo», responden.
Antes no se permitía la entrada de padres al colegio sino que el niño tenía que venir con el desayuno, pero en los últimos tiempos se está siendo más flexible. Nos dicen ‘Mire, profe, estoy consiguiendo para hacerle la arepita. Ya se la traigo’. Y tenemos que aceptarlo.
En el caso de los niños de cuarto, quinto y sexto grado, que están en pleno desarrollo, se presenta más el caso de que se ponían pálidos o les daban ganas de vomitar pero solo botaban la bilis porque no tenían nada en el estómago.
La situación más difícil es a la hora del recreo, cuando todo el mundo sale a desayunar y vemos algunos que no comen. Da tristeza.
A veces hablas con el representante porque te llama la atención que el niño o la niña no traiga nunca desayuno y la mamá te explica que lo que tenía para darle era arepa sola y le daba vergüenza que la llevara para el colegio.
Tuve niños que por la alimentación pasaron hasta un mes sin venir. Cuando la inasistencia es muy prolongada es por la comida. Hubo cuatro que se ausentaron por periodos bastante largos. Uno faltó un mes completo.
También se me presentó el caso de dos niños que no tenían zapatos. Entonces, yo les hice como una guía escolar para que ellos hicieran los ejercicios en la casa y la mamá me los traía. Así no se atrasaban académicamente. Hubo un niño que duró 15 días sin venir».
Reducir las porciones para rendirlas
«La situación es fuerte para todos pero para algunos más porque en esta zona las familias son muy numerosas. Mi esposo y yo somos profesionales. Él tiene dos trabajos y yo también. Únicamente tenemos dos niños y vivimos en una casa propia y, sin embargo, a veces nos cuesta.
Imagínate esas familias que tienen 4 o 5 niños, con la mamá que no trabaja porque está pendiente de los niños y el papá gana sueldo mínimo. ¿Cómo estiran el dinero para cubrir al menos la alimentación?
A nosotros nos ha pegado (la crisis) pero no hasta el punto de que los niños se hayan ido a dormir sin comer. Prefiero dejar de comer yo, pero sí hemos tenido que reducir las porciones para rendirlas. Y sin hacerle ver a mis hijos que tenemos una situación tal. Los niños no tienen la culpa. Somos los adultos los que tenemos que resolver.
A mis hijos no les hago ver ciertas situaciones que hay en la casa. Sin embargo, ellos se dan cuenta.
Yo estoy acostumbrada a comprarles al menos media docena de medias (calcetines) para cada uno y este año fuimos al mercado y les compré un par de medias para cada uno y les dije que no se las pueden poner porque son para el inicio del año escolar. Esas son exclusivas para el colegio. Todo tiene un fin.
¿Por qué? Porque los recursos no alcanzan».
Esperanza y necesidad
«Emigrar no es fácil. De irme, yo tendría que hacerlo con mi esposo y ver cómo es el panorama afuera para después llevarme a mis hijos. Y yo jamás los he dejado. Es fuerte. Son muchos sentimientos encontrados.
Sí lo hemos pensado pero uno tiene la esperanza de que las cosas tienen que cambiar y de que los males no duran 100 años.
Tengo una compañera que se fue un mes a trabajar a Colombia y trajo dinero pero ella dejó a la niña aquí sola y la niña se enfermó. Hay muchos factores.
No te creas que no hay días que dices ‘estoy que tiro la toalla y me voy’ pero el factor familia pesa. Yo, mamá, me pongo a pensar en mis hijos, nunca me he separado de ellos. Las consecuencias que me puede traer…
La gente que no se ha ido de aquí es porque todavía tiene esperanzas y no tiene los recursos para irse, porque si no, creo que muchísimos más hubiésemos desertado.
Este trabajo es por vocación. Mis padres también son profesores y lo primero que me dijo mi papá fue que yo tenía que estar clara que con esta carrera no me iba a hacer rica e iba a vivir al día. Yo asumí mi reto y me gusta.
Cuando me preguntan por qué estoy aquí, digo que los niños, a pesar de todo, te reciben con esa alegría, con ese abrazo y ese cariño. Al seguir quizá yo no les voy a solucionar sus problemas pero puedo aportar mi granito de arena para salir adelante de esta situación que estamos viviendo».