Cuando al actor Tahar Rahim le ofrecieron el papel principal en «El mauritano» (The Mauritanian), el filme que trata de los 14 años que pasó Mohamed Ould Slahi encerrado en Guantánamo sin tener una condena, él sabía sobre esta prisión lo mismo que el espectador promedio para el que se había hecho esta película.
Rahim había escuchado en las noticias sobre la base naval de EE UU en Cuba, incluidos los reportes de maltrato hacia los prisioneros, pero honestamente no podía creer que un país «como EE UU les permitiera a sus soldados tratar de esa forma a otros seres humanos».
Una vez lo contrataron para protagonizar la película, dirigida por el británico Kevin Macdonald, el actor hizo su propia investigación y su visión sobre los hechos cambió notoriamente.
«Leí el guion, leí el libro, miré documentales y hablé con Mohamed, así que estoy muy contento de haber conseguido este papel», le dijo Rahim a la BBC.
«Pero a la vez estoy furioso y muy decepcionado, porque ahora sé que esto es una historia real», añadió
El contexto
Antes del 11 de septiembre de 2001, tal vez la única película conocida que mostraba la base de Guantánamo era A Few Good Men («Cuestión de honor» o «Algunos hombres buenos», en español), estrenada en 1992.
El filme fue una adaptación de una obra teatral del mismo nombre escrita por el guionista ganador del Oscar Aaron Sorkin. Interpretado por Tom Cruise, Demi Moore y Jack Nicholson, es un drama judicial de un crimen ocurrido en dicha base.
El argumento se centra en el juicio de una corte marcial de dos soldados de la base de Guantánamo que habían causado la muerte de un compañero, el soldado William T. Santiago, y es recordada por el mítico enfrentamiento entre Cruise y Nicholson en el punto más álgido de la película.
Cruise interpreta al teniente Kafee, el abogado defensor de los acusados, mientras que Nicholson es el coronel Jessep, comandante de la base en Guantánamo. Cruise quiere que Nicholson admita su influencia en la muerte del soldado Santiago y la responsabilidad en el encubrimiento del crimen.
«Quiero la verdad», grita Cruise, a lo que Nicholson le responde: «¡Tú no puedes con la verdad!».
E inicia un sermón para justificar su accionar: «Hijo, vivimos en un mundo que tiene muros y esos muros tienen que ser custodiados por hombres con armas. ¿Quién lo hará? ¿Tú? No tengo tiempo ni ganas de explicarme ante un hombre que se levanta y duerme bajo el manto de la misma libertad que yo proporciono, y luego cuestiona la manera en que la proporciono. Preferiría que dijeras ‘gracias’ y siguieras tu camino».
Pues fue algo profético que la base de Guantánamo sirviera como contexto para que Nicholson, en su papel, entregara su acto final de pontificación.
Desde que, en 2002, el expresidente de EE.UU. George W. Bush estableció en la base un centro detención para albergar a las personas que se creía estaban involucradas en los ataques del 11 de septiembre, el sitio ha estado en el centro de un debate sobre el poder del ejército de EE.UU. y la polémica presunción de que el fin justifica los métodos.
Evidencia en la pantalla
Esta es una discusión que se ha llegado tanto a la televisión como a las películas.
En 2005, el canal público de EE UU PBS transmitió uno de los primeros documentales que hablaba sobre lo que estaba pasando en Guantánamo. Se llamó «La cuestión de la tortura», que hacía parte del programa Frontline.
En el documental se examinaban los esfuerzos de la administración Bush para crear el marco legal para las técnicas mejoradas de interrogación usadas en los detenidos de Guantánamo, al igual que en las bases estadounidenses en Afganistán e Irak.
En ese mismo tono se hicieron otros filmes como Gitmo – The New Rules of War («Gitmo: Las nuevas reglas de la guerra»), de 2006; Taxi to the Dark Side («Taxi al lado oscuro»), de 2007; Explorer: Inside Guantánamo («Explorer: Dentro de Guantánamo»), en 2009, y The Guantánamo Trap («La trampa de Guantánamo»), de 2011.
Estos documentos ofrecen testimonios de detenidos, militares, abogados y denunciantes que ayudaron a pintar una imagen de los controversiales métodos de interrogatorio que se estaban utilizando contra 780 personas, la mayoría de ellas originarias de Medio Oriente, el sureste asiático y el norte de África, algunos de los cuales llevan más de 18 años encerrados por el gobierno de EE.UU. en ese lugar.
Es cierto que hay más documentales que películas de ficción sobre este sitio, pero el director británico Michael Winterbottom intentó juntar ambos géneros en el docudrama The Road to Guantanamo («El camino a Guantánamo»).
En esta película el director provee una plataforma para que los llamados Tipton Three (tres ciudadanos británicos que estuvieron recluidos en la base) cuenten los eventos que llevaron a su captura en 2001 en Afganistán y su posterior encierro durante dos años.
A la vez, el director también dramatizó esta situación dentro del filme, con actores como Riz Ahmed.
El filme de Winterbottom es una rareza porque solo ofrece la perspectiva de Ruhal Ahmed, Asif Iqbal y Shafiq Rasul, y no incluye a sus captores o las personas que les ayudaron a recobrar su libertad.
Sin embargo, otros filmes sobre Guantánamo, Camp X-Ray (2014) y The Report («El reporte»), de 2019, se enfocan más desde la perspectiva de EE.UU.
El primer filme cuenta la historia de una soldado, interpretada por Kristen Stewart, quien poco a poco se desilusiona de sus comandantes después de ver el trato inhumano hacia uno de los presos en particular: Ali Amir, interpretado por Peyman Moaadi.
Amir es un musulmán alemán secuestrado al inicio del filme en la ciudad donde vive, Bremen.
A este personaje se lo muestra como una especie de «noble salvaje»: su amor por Harry Potter y su postura progresista hacia las mujeres lo distingue de los otros cautivos que, en comparación, echan espuma por la rabia misógina y la intolerancia.
Pero mientras Camp X-Ray perpetúa los estereotipos negativos sobre los musulmanes detenidos, «El reporte» los deshumaniza totalmente.
La película, dirigida por Scott Z. Burns, está basada en la historia de Dan Jones, interpretado por Adam Driver, el investigador líder del informe de los casos de tortura que elaboró el Comité de Inteligencia del Senado de EE.UU. sobre el programa de la Agencia de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en detenciones e interrogatorios desde 2002 hasta 2008.
Jones es retratado como un «caballero blanco» que le muestra al público estadounidense la verdad sobre los métodos de tortura, incluido el ahogamiento (waterboarding o submarino, como se lo conoce en español), que fueron usados contra miembros de Al Qaeda como Abu Zubaydah.
Considerado como el primer prisionero que fue sujeto a las «técnicas mejoradas de interrogatorio», después de su captura en Pakistán en 2002, Zubaydah continúa encerrado por las autoridades de EE UU en Guantánamo sin haber tenido un juicio.
Sin embargo, y aunque la descripción que Burns hace de las experiencias de Zubaydah es cruda, también peca de superficial.
Este personaje se presenta como un villano de una sola dimensión y, a la vez, como un «saco de golpes» para la CIA, lo que para muchos críticos provoca una brecha en la empatía que siente por él el espectador, que no puede identificarse con el trauma visceral que la cámara le obliga a mirar.
Daphne Eviatar, directora de la oficina de Derechos Humanos de la organización Amnistía Internacional en EE.UU., señala que a menudo esas narrativas fallan a la hora de retratar a los detenidos como seres humanos.
«Es difícil proporcionar suficiente contexto y comprensión de su vida cotidiana cuando eso es solo el fondo de una película de dos horas», le dice Eviatar a BBC Culture.
«Cuarenta hombres siguen detenidos indefinidamente allí y la mayoría de los estadounidenses no saben quiénes son. Desconocen los lugares y culturas de donde proceden o cómo podrían haber sido arrestados y entregados a las autoridades con fines políticos o corruptos», agrega.
«Además de poner a estos hombres fuera del alcance de la ley estadounidense, encarcelarlos en Guantánamo los puso fuera del alcance del imaginario estadounidense», concluye.
El problema del «salvador blanco»
Con sus presentaciones compasivas de soldados estadounidenses, abogados y congresistas tratando de ayudar a los detenidos, ambos dramas mencionados también pueden ser vistos como parte de la llamada tradición de filmes sobre el «salvador blanco», que se enfocan en protagonistas blancos que ayudan a las minorías y centran el relato en su figura redentora y no en el problema que intenta solucionar.
Estas historias también en cierto modo absuelven al público blanco de la culpa, a la vez que tratan de vender entradas para contarle historias sobre comunidades o problemas que no conocen en profundidad.
«El mauritano» también hace parte de esta narrativa, pero solo hasta cierto punto.
Enfocándose en el tenebroso viaje de Slahi desde su país, Mauritania -donde fue arrestado dos meses después de los ataques del 11 de septiembre acusado de trabajar para Al Qaeda- hasta la base de Guantánamo, también deja espacio para mostrar a las fuerzas legales trabajando a su favor y en su contra, siempre en nombre de la justicia.
Jodie Foster, en el papel de la abogada defensora Nancy Hollander, lucha por su libertad y Benedict Cumberbatch, quien interpreta al coronel Stuart Couch, quiere a su vez por condenarlo a la máxima pena, hasta que nuevas evidencias salen a la luz.
Y aunque convocaron a estrellas blancas del cine para la película, los productores siempre quisieron limitar su tiempo en pantalla, según afirman.
«Por lo general, los actores intentan que sus papeles se vuelvan más grandes, pero en este caso fue casi al contrario», le dice el director de producción del filme, Michael Carlin, a BBC Culture.
«No querían hacer nada que pudiera restarle importancia a la historia de Mohamed porque por eso hicieron la película. No la hicieron por dinero», añade.
Slahi fue acusado de terrorismo porque había apoyado a al Qaeda durante la década de los 80, en la insurrección en Afganistán.
Pero después de varios años de tortura física y psicológica en la prisión de Guantánamo, en 2010 Hollander le ayudó a ganar una batalla judicial por la que se declaró ilegal su detención por parte del gobierno de EE.UU.
Él nunca fue acusado de un crimen, pero estuvo tras las rejas otros seis años antes de ser liberado, en 2016, y ni Foster ni Cumberbatch querían que el foco de la película se corriera de la historia de Slahi.
Y Slahi confió en Macdonald no solo por su experiencia en documentales como Touching the Void («Tocando el vacío»), de 2003, o «Marley», de 2012, sino también por su película «El último rey de Escocia», protagonizada por Forest Whitaker en el papel de Idi Amin, el exlíder de Uganda en los años 70.
«Esa película fue muy convincente», dijo el autor.
La película depende mucho de la figura de Slahi para llevar autenticidad a la historia.
El exdetenido pudo darle una descripción detallada a Macdonald y a Carlin de sus años en aislamiento, usando su cuerpo para conocer las dimensiones exactas de las pequeñas jaulas y celdas donde estuvo detenido, de modo que ellos pudieran replicar la prisión en sets construidos por ingenieros en Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
Para recrear Guantánamo, la producción confió en fotos de agencia, imágenes que los soldados habían publicado en internet y supuestos documentos y manuales militares obtenidos por asesores militares, donde Slahi pudo separar el trigo de la paja.
«Algunos de los asesores que utilizamos en la industria cinematográfica parecen fetichistas de los militares, por lo que su información debe tomarse con cautela. Pero Mohamed pudo ayudarme a identificar qué fotos eran reales, cuáles no lo eran y cuáles eran apropiadas para contar su historia «, explica Carlin.
«Todo se trata de privaciones y eso es a lo que tratamos de llegar».
Una descripción humana
Lo que el equipo creativo del filme no quería era caer en la trampa de quitarle humanidad a Slahi.
«El mauritano» muestra la tortura que se le aplica, pero apenas la violencia irrumpe la película comienza a mostrar fragmentos de la vida del detenido antes de que llegara a la cárcel.
«Tan pronto como torturas a un personaje, se vuelve antipático… lo cual es extraño», dice Carlin.
«No queríamos hacer pornografía de la tortura, así que el director y los guionistas lo sacaron de ese espacio en el que estaban sucediendo esas cosas horribles y lo llevaron a su pasado, lo que te permite seguir viéndolo como un ser humano», añade.
Rahim, el actor, pasó tiempo con Slahi para entender su experiencia y tener una idea más cabal de su personalidad y sus manerismos, pero también acepta que se sintió «estúpido» al hacer algunas preguntas.
«Me sentí mal cuando hablamos del tema y vi los efectos del estrés postraumático en su rostro», anota el actor.
«Yo pensaba ‘no quiero hacer esto’. Él ha sufrido durante mucho tiempo, así que paré y comencé a hablarle de otras cosas para poder conocer su personalidad, la forma en que se mueve, en que habla, cómo responde preguntas, la forma en que hace bromas. Me ayudó a meterlo a él dentro de mi papel», agrega.
Rahim -conocido por su participación en el drama carcelario francés de 2009 A Prophet («Un profeta») y la miniserie de 2018 The Looming Tower (donde interpretó al agente del FBI en la vida real Ali Soufan, quien también apareció en la película «El reporte»)- ha hecho todo lo posible por evitar los personajes de islamistas creados para el cine y la televisión durante los últimos 20 años.
Pero al leer el guion de «El mauritano» descubrió que tenía «una mirada compasiva de un protagonista musulmán en el corazón de un filme estadounidense» y, como resultado, se sintió empoderado y dijo sí al proyecto.
«Necesitaba saber que él era inocente, si fuera un terrorista no creo que hubiese hecho esta película», dice Rahim.
«No estoy diciendo que no haya terroristas. Un pequeño grupo de estas personas está llevándose toda la atención, ni siquiera vemos a los demás y esta gente está sufriendo mucho», señala.
Y agrega: «Mohamed ganó su caso, es inocente. Y estas películas son testimonios para la próxima generación. No me importa si el director es blanco, negro o asiático. Estas películas necesitan ser contadas y estas historias deben verlas los espectadores o estamos condenados a repetirlas».
Por su parte, Slahi no quiere revivir los peores momentos de su cautiverio y por eso ha evitado ver las escenas más traumáticas de la película.
Pero, ahora que su libro se ha convertido en un largometraje que gana importancia en los circuitos de cine, cree que es un claro ejemplo de que la pluma es más poderosa que la espada.
«No creo en la violencia, pero toda mi historia fue de violencia contra mi cuerpo, mi inocencia, los miembros de mi familia, y yo nunca le hice nada a Estados Unidos», anota.
«Mi película es una victoria de la no violencia, es una victoria de la pluma», añade.
El hecho, sin embargo, es que si bien muchos largometrajes, documentales, programas de televisión, libros y reportajes han mostrado la realidad de Guantánamo, el campo de prisioneros aún permanece abierto. El gobierno de Barack Obama prometió cerrarlo y fracasó en su intento.
Ahora, el presidente Joe Biden ha dicho que quiere clausurarlo antes de que termine su mandato.
Entonces, con un nuevo presidente en la Casa Blanca, ¿podría «El mauritano» ser la película de Guantánamo que presagia el fin del centro de detención?
Rahim quiere que el público se lleve un mensaje de «esperanza y perdón, por encima de la ira», mientras que Eviatar dice que «cualquier película que represente la tragedia de Guantánamo, la forma injusta y a menudo azarosa por la que muchos hombres terminaron allí, y por lo tanto sirva para presionar al gobierno de EE UU para que lo cierre, estará haciendo un gran servicio».
Slahi, a quien le siguen negando la entrada a EE UU y Reino Unido cinco años después de su salida de Guantánamo sin compensación ni disculpa, espera que la película muestre al mundo occidental que él es un hombre inocente y que las percepciones negativas de Oriente Medio y los ciudadanos del norte de África deben erradicarse.
«Quiero que la gente conozca mi versión de la historia y me siento honrado de que se haya convertido en una gran película», dice.
«No tengo armas, no tengo a la policía. No tengo drones… pero tengo mis palabras y quiero que se debata el discurso negativo en torno a África y el mundo árabe. No podemos ya ser secuestrados, no podemos ser torturados».