«¿A todos se les ocurrió venir ahora? ¿A los haitianos? ¿A los venezolanos? Es que ya son demasiados».
La queja de Rosi González sobre la inmigración es ubicua en el Valle del Río Grande, una región de Texas colindante con México donde más del 90% de sus 1,4 millones de habitantes habla español y tiene algún vínculo de sangre con el país vecino.
Sus antepasados también cruzaron la frontera hacia el norte, pero esta trabajadora doméstica niega que por ello su postura ante los indocumentados sea incoherente, menos aún hipócrita.
«En todas partes hay reglas, ¿no? ¿Qué quieren, las puertas abiertas? Nuestros abuelos, nuestros padres vinieron por la vía legal, siguiendo las normas. ¿Por qué ellos no? Llegan aquí a aprovecharse, porque para ellos todo es gratis».
Así de tajante contesta a la salida del centro de votación anticipada de Edinburg, una de las pequeñas ciudades que salpican la región, contribuyendo a un paisaje en el que contrastan los ranchos centenarios y los centros comerciales de reciente construcción.
Acaba de votar con antelación para las elecciones de medio mandato del 8 de noviembre, cruciales para el rumbo que tomará el país ya que se redefine el control de los partidos Republicano y Demócrata en el Congreso. Tras años de abrazar a los demócratas, se ha inclinado, por segunda vez, por el Partido Republicano.
Y casos como el suyo son cada vez menos la excepción en esta zona que lleva más de un siglo siendo bastión azul.
Giro que empieza con Trump
Mientras el apoyo a los demócratas fue sólido en las presidenciales de 2012 y 2016, en 2020 Joe Biden se impuso a Donald Trump por un margen mucho más apretado. Más de 3.000 centros electorales viraron a la derecha.
Y el pasado junio el sur de Texas envió al Congreso de Estados Unidos su primera representante republicana.
«La pandemia le ayudó a Trump a hacer avances en la zona», le explica a BBC Mundo Álvaro J. Corral, profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Texas Valle del Río Grande.
«Puso las discusiones culturales en un segundo plano y la contienda se centró en la economía, porque la covid golpeó muy duro, y eso les dio a los republicanos un espacio que no habían tenido en esta población».
Pero las ganancias más recientes son «el resultado de la combinación de una dura retórica antiinmigración y de crisis fronteriza que empezó Trump con un acertado reclutamiento de candidatas y un mensaje que apela a los valores conservadores», añade Corral, experto en las dinámicas electorales en el estado y el voto latino, coincidiendo con el análisis de otros especialistas.
Y de «todo el dinero oscuro» que los republicanos han invertido en la zona, apunta Richard Gonzalez, presidente ejecutivo del Partido Demócrata en el condado de Hidalgo, el más poblado de los cuatro que conforman el Valle.
Se refiere a los «millones de dólares» provenientes de donantes de distintas partes del país y destinados a propaganda, mientras ellos, los demócratas de Hidalgo, apenas reciben nada de las arcas nacionales del partido.
«Frontera cerrada, familias seguras»
Nadie encarna mejor todo lo anterior que Mayra Flores, la republicana de 36 años que en junio llegó de Brownsville a Washington a ocupar en la Cámara de Representantes el escaño correspondiente al distrito 34 de Texas.
Había quedado vacante en marzo cuando el demócrata que lo ostentaba se fue a una firma de lobby y Flores lo conquistó en una elección especial, y fugaz, caracterizada por la baja participación, en la que solo votaron 28.990 personas.
Técnica en cuidados respiratorios de profesión, ha ocupado el curul desde entonces, y ahora se presenta a la reelección para un mandato completo con una campaña que conjuga los mismos elementos que cuatro meses atrás le garantizaron la victoria. Aunque los expertos le auguran menos suerte, ya que se enfrenta esta vez a un reconocido demócrata.
«La inmigración ilegal fomenta y financia el tráfico de personas y niños. Yo inmigré legalmente a Estados Unidos cuando tenía seis años», es una de sus frases más recurrentes.
Nacida en México, en el municipio de Burgos, Tamaulipas, llegó a Estados Unidos de forma legal, tal como aclara cada vez que se refiere al tema.
Sus primeros años no difieren mucho de los de millones de mexicanos que buscan en el norte una vida mejor: trabajó junto a sus padres en la recogida de algodón en los campos de Memphis, Texas.
A ellos les debe «el más grande regalo, el de convertirse en una orgullosa ciudadana de Estados Unidos», cuenta su biografía oficial, la posibilidad de cumplir su «sueño americano».
«Vivir en el sur de Texas ofrece una perspectiva única sobre la inmigración ilegal y cómo afecta al sustento de los ciudadanos estadounidenses. Debemos asegurar nuestra frontera para mantener fuera a los individuos malos y fomentar la inmigración legal», defiende ahora.
Su esposo, un agente de la Patrulla Fronteriza, es una referencia recurrente en sus mensajes a los votantes.
Y protagoniza junto a ella y sus dos hijas un anuncio en el que le recrimina al Partido Demócrata por «haber creado una crisis humanitaria en la frontera, silenciando, culpando y quitándole fondos a la Patrulla Fronteriza».
Ella, por el contrario, promete proveer de más recursos al cuerpo —un gran empleador en la región y para muchos la vía más rápida hacia la clase media— para que «asegure la frontera y así mantenga seguras a nuestras familias».
De acuerdo con las autoridades electorales, la candidata invirtió más de un millón de dólares en comerciales como ese para televisión, un medio con mucha penetración en la zona. Mientras, el demócrata Dan Sanchez, su oponente en junio, solo logró reunir US$200.000.
«La triple amenaza»
Con recursos similares han contado otras dos latinas republicanas del Valle del Río Grande que compiten por cargos legislativos: Monica de la Cruz, quien busca hacerse con el escaño correspondiente al distrito 15 de Texas (McAllen) y Cassy Garcia, quien pelea por el del distrito 28 del estado (Laredo).
Los propios republicanos las llaman «la triple amenaza» porque las suyas, se prevé, serán las contiendas más reñidas en el estado en estas elecciones.
Comparten agenda y asesores, han realizado mítines de campaña y eventos de recaudación de fondos juntas y han salido a tocar las puertas de sus vecindarios.
Y para quien visite el Valle del Río Grande, se hace obvio que sus mensajes están calando en parte de la población.
— Los migrantes ya son demasiados. Este año han roto todos los récords.
Así comienza la conversación con Myriam Gonzalez, la conductora de Uber nacida en Reynosa, México, y que lleva dos décadas viviendo en McAllen, mientras me lleva a un parque desde el que se puede acercar a escasos metros del muro de Trump.
— ¿Pero en qué les afectan exactamente a los residentes ese cruce sin precedentes de indocumentados?
— Personalmente no me afecta, y tampoco creo que vengan a quitarnos empleo. Hacen trabajos que generalmente los ciudadanos estadounidenses no quieren hacer.
— ¿Entonces?
— Afectan al país en general. Nuestros impuestos van a ellos. Es cuestión de prioridades. Y en ese sentido, otra cosa que hay que valorar es cuánto dinero se destina a otras guerras, a otros países, y cuánto se invierte aquí, en Estados Unidos, donde hay niños que se mueren de hambre.
El comentario sobre el estado de la economía y «lo poco que Biden ha hecho al respecto» es también ubicuo en esta región de clase trabajadora, donde siguen existiendo focos de profunda pobreza.
Más adelante John, un californiano que perdió su trabajo en el sector metalúrgico y se mudó hace dos décadas al Valle del Río Grande siguiendo a su esposa, ahonda en el mismo argumento sin contrastar: «Los inmigrantes saturan los servicios de salud, las ayudas para la alimentación, el transporte, afectan el tejido en general».
Tampoco falta quien menciona el aumento de la violencia como posible consecuencia de la inmigración, citando un par de balaceras registradas en la zona de bares de McAllen, a pesar de que las encuestas más recientes revelan una disminución de la criminalidad.
«Táctica del miedo»
Los republicanos «están usando la táctica del miedo, pero no es eso lo que nosotros sentimos en nuestras colonias», le dice a BBC Mundo Martha Sanchez, representante de la Unión de Campesinos.
La poderosa organización sindical que ha decidido apoyar a Michelle Vallejo, la demócrata progresista que se batirá en las urnas con Monica de la Cruz.
«Nosotros conocemos la realidad de nuestras colonias, nuestras ciudades. Tenemos que platicar con nuestra gente sobre estas tácticas y no dejar que la TV nos convenza de mentiras», zanja.
Pero por mucho que le pese, dice entender por qué el mensaje, «aunque sea el equivocado», está calando en ciertos sectores.
«Aquí hemos sido demócratas por generaciones, durante décadas esto ha sido una máquina que funciona sola y no ha habido inversión, ninguna iniciativa organizando», explica.
No es la única que apunta a que el Partido Demócrata se ha «dormido en los laureles» en la región, dando por sentado el voto de la mayoría latina.
Richard Gonzalez, el presidente executivo de los demócratas en el condado de Hidalgo, también lo reconoce en parte.
«El cambio de color en el voto es una consecuencia del mensaje que empezó con Trump: a los demócratas nos pintan como unos ultraliberales que queremos las fronteras abiertas, retirarle los fondos a la policía, que damos limosnas a diestro y siniestro, que queremos quitarle a la gente sus armas».
«Los medios a nivel nacional se han hecho eco de ese discurso republicano, y creo que mi partido no ha hecho lo suficiente para contrarrestar ese mensaje», concluye quien ocupa el cargo ad honorem desde junio y lo compagina con su trabajo de abogado.
«Dios, familia, país»
En medio de esa falta de voz demócrata, los republicanos han aprovechado para dirigir otro mensaje a sus potenciales votantes en el Valle del Río Grande, y parece estar teniendo tanto eco o más que el referente a la inmigración.
«Somos pro-Dios, provida, profamilia, trabajamos duro. Ese es nuestro ADN, somos conservadores, y esos valores se alinean mejor con el Partido Republicano», han repetido incansables De la Cruz, Flores y Garcia.
«Es que el latino es inherentemente conservador», le dice a BBC Mundo Hilda Garza-DeShazo, la secretaria del Partido Republicano en el condado de Hidalgo, en su sede de McAllen.
El miércoles es lo que llaman action day y allí se reúnen los voluntarios para responder dudas, hacer llamadas o ir puerta por puerta para animar a los ciudadanos a votar por su candidata.
«Los hispanos aquí han sido mayoritariamente demócratas, pero un demócrata del sur de Texas no es como un demócrata de Nueva York, ni como uno de Austin, aquí los demócratas siempre han sido más conservadores que progresistas: su centro siempre ha sido la fe, la familia, el trabajo», explica.
«Así que están hartos de la locura woke, no les gusta la defensa del derecho al aborto, no están de acuerdo con el cambio de sexo o como quiera que se le llame (reafirmación de género). No son ellos los que han dejado al Partido Demócrata, sienten que es el partido el que los ha abandonado».
No solo los voluntarios republicanos trabajan en amplificar ese mensaje, las iglesias también funcionan como caja de resonancia.
El ejemplo más claro es quizá la evangélica City Church de Harlingen, una localidad ubicada en el distrito electoral por el que pelea Flores.
Su pastor, Luis Cabrera, se dice el «consejero espiritual» de la nuevamente aspirante a congresista. Se conocieron hace dos años y medio en los eventos a favor de Trump y conectaron.
Tras las elecciones presidenciales del 2020, Flores se le acercó, le habló de sus planes de cara a legislatura y le pidió prestado para su campaña un lema que él había inventado, Make America Godly Again («Volvamos a Estados Unidos piadoso de nuevo», un juego de palabras con el Make America Great Again de Trump).
Y, generoso, le ofreció organizar la acción desde su iglesia, a la que acude una feligresía —según sus cálculos— 96% latina y 100% republicana.
«Mayra es congresista pero sobre todo es una embajadora de Cristo. Está aquí para representar el reino de Dios. Es una latina que ama a Dios, a su familia y a su país y que está poniendo sus valores y su moral por delante», explica, y repite después la retórica en torno al conservadurismo y en contra de la inmigración a la que ya hemos dado espacio en este artículo.
Pero estos mensajes no calan en todo el valle y BBC Mundo también ha escuchado los argumentos de aquellos que aseguran seguirán votando por el Partido Demócrata.
«Me parece que los republicanos no hacen suficiente por el medioambiente, creo en el derecho de la mujer a abortar y que la religión debe mantenerse al margen de la política. Y los republicanos lanzan leyes basadas en escrituras de la Biblia», dice Manuel Lince, treintañero nacido en el Valle del Río Grande pero que pasó toda su infancia y juventud en distintas ciudades de México.
Y a lo que más se opone es a la política del Partido Republicano para con las armas, subraya.
Con él coinciden Marlinda Estrella y Vilma Ramirez, una matrimonio de mujeres con una hija adolescente que dicen sentirse más inseguras desde que Trump pasó por la presidencia, pues «los mensajes de odio son ahora más abiertos y menos pudorosos».
Cuando se les pregunta por quién votarán, no dudan: «Para gobernador, por Beto (O’Rourke, demócrata)».
Al fin y al cabo, por mucho que se estén registrando algunos giros hacia la derecha entre los votantes, por el momento los republicanos siguen siendo minoría en la región.
El año pasado un republicano fue elegido alcalde de McAllen, la segunda ciudad más poblada del Valle, y un legislador estatal demócrata de la ciudad de Río Grande se pasó al Partido Republicano. Pero los demócratas aún dominan la gran mayoría de los cargos electos locales.
Por ello, Gonzalez, el presidente ejecutivo del Partido Demócrata en Hidalgo, dice sentirse «cauto pero optimista» de cara a las elecciones.
«El 70% de los votantes registrados, tal vez más, son demócratas, así que lo que necesitamos es que salgan a votar», dice. «Eso es lo que les digo a los votantes: que vayan a las urnas para mandarle un mensaje claro a la derecha radical: que no es bienvenida aquí, que esto sigue siendo un mar muy azul».
«Hay un giro en cómo está votando la gente aquí», dice por su parte Corral, de la Universidad de Texas Valle de Río Grande. «Pero el debate no es tanto sobre si existe o no, sino sobre la dimensión del cambio: si es algo chico, puntual, gradual, incremental o si terminará siendo radical, enorme».
Los resultados de las elecciones del 8 de noviembre arrojarán más luz sobre el asunto.