«Nadie esperaba que empezara la guerra como lo hizo, de la noche a la mañana», le dice a BBC Mundo Álvaro Casavilca.
A este estudiante peruano de 26 años la invasión de Ucrania ordenada por el presidente ruso, Vladimir Putin, lo sorprendió en Moscú, donde cursa una maestría en gobernanza de la ciencia.
Pero el estallido de la guerra los ha dejado a él y a otros estudiantes latinoamericanos en Rusia en una situación precaria.
«Desde que se impusieron las sanciones a Rusia, mi tarjeta de crédito ha dejado de funcionar en muchos lugares. Y como el rublo no para de devaluarse, para los que trabajamos resulta más difícil enviar dinero con el que ayudar a nuestras familias».
El suyo es solo uno de los casos de estudiantes latinoamericanos a los que la situación derivada de la guerra los ha agarrado en Rusia.
De acuerdo a cifras oficiales rusas, alrededor de 278.000 estudiantes internacionales se matricularon en el país en 2017, el último del que hay datos públicos.
Y según un informe de la página oficial Study in Russia, «el índice de crecimiento más alto es de América Latina, que tuvo un aumento del 28% (4.404 personas)».
La mayoría llega de Ecuador, Colombia y Brasil.
Una crisis inesperada
Álvaro convive con varios de ellos en la Escuela Superior de Economía de Moscú, uno de los centros académicos más prestigiosos del país.
La historia de la mayoría es muy parecida. Eligieron estudiar en Rusia porque les atraía el país y accedieron a becas del gobierno ruso.
Pero ahora se han encontrado en el centro de un torbellino geopolítico de desenlace imprevisible.
El paraguayo Marcelo Chelo estudia una maestría en Ciencias Políticas en la misma universidad moscovita.
Cuando llegó a la capital rusa el pasado diciembre, no se imaginaba algunas de las escenas vividas en los últimos días.
«Cuando se anunciaron las sanciones, muchos rusos fueron presas del pánico y se lanzaron a los cajeros a retirar todo su dinero», cuenta.
«El primer día de sanciones tuve que ir hasta cinco cajeros distintos para sacar dinero».
Después llegaría un goteo de problemas añadidos. «Ya casi no se puede pagar nada con el teléfono y han dejado de funcionar Apple Pay y otras aplicaciones de pago», señala Casavilca, que como los otros estudiantes latinos ahora tiene mucho más difícil recibir dinero de sus familias.
Ya se ha dado cuenta del impacto que las sanciones tienen en los ciudadanos en general. «Yo tenía algunas entrevistas de trabajo, pero me las han cancelado todas».
Buscando alternativas
La guatemalteca Mónica López, que estudia en Moscú una maestría en Gerencia Internacional, ha desarrollado su propia estrategia.
«Temo un día llegar al cajero y no poder sacar dinero, así que guardo un colchón en efectivo y tengo lo demás repartido en los bancos que no han sido sancionados», le dijo a BBC Mundo.
Según su relato, en muchos cajeros ya hay restricciones a la retirada de efectivo. «Pero el problema principal es la devaluación del rublo; muchas empresas están sufriendo aquí por eso».
También muchos estudiantes como ellos.
«Muchos decidieron marcharse aconsejados por sus embajadas, sobre todo los europeos, que fueron los primeros en irse», comenta Casavilca, que ve con envidia que los estudiantes de otros países cuentan con apoyo de sus gobiernos.
«Nos hemos dirigido al Consulado peruano en busca de una solución o de apoyo, pero hasta ahora no hemos tenido ninguna respuesta concreta».
El gobierno peruano envió un avión militar para evacuar a sus nacionales en Ucrania, pero no hay iniciativas para apoyar a quienes se encuentran en Rusia.
Habrá sido el cierre a una experiencia académica de lo más accidentada.
El primer curso en muchos programas de posgrado se dedica íntegramente al aprendizaje de la lengua rusa, pero en 2020 la pandemia obligó a que se cursara de manera totalmente virtual.
Después de la pandemia, ha llegado la guerra.
Atrapados
Si conseguir dinero se ha vuelto difícil, también se ha complicado salir del país.
«El cierre del espacio aéreo europeo por las sanciones nos ha dejado con menos rutas y ha encarecido los billetes», lamenta Casavilca.
Mónica López, que tiene previsto regresar a su país para completar unos trámites, ha tenido que encajar muchas piezas para completar el trayecto: «Volaré de Moscú a Turquía, de ahí a Estados Unidos y finalmente a Guatemala». No había otra manera.
Pero quizá lo peor para ellos es la preocupación.
«En la primera semana de la guerra no pude ir a la universidad porque no podía concentrarme», afirma Marcelo Chelo.
Y esa preocupación llega a sus familiares en sus países de origen.
Emilio Villaseñor, estudiante mexicano de Relaciones Internacionales, dice: «Los tuve que tranquilizar, porque vieron algunas noticias amarillistas y piensan que la guerra está a punto de llegar a Moscú».
En 2019 la Embajada rusa en México lo invitó a participar en un encuentro literario en Artet, en la disputada península de Crimea, y le gustó tanto la experiencia que se decidió a pedir una beca para estudiar en Rusia que finalmente le concedieron.
Ahora tiene muchos amigos rusos. «No conozco a nadie que esté a favor de la guerra», cuenta.
«Los rusos tienen miedo de que esto pueda llegar a mayores y un enfrentamiento directo con las potencias occidentales», asegura.
Aunque todos describen una situación de relativa calma en la capital rusa, Mónica ahora evita salir de la universidad por las noches para esquivar las protestas espontáneas que se organizan en diferentes puntos de la ciudad.
Casavilca asegura que «los jóvenes rusos son los que más se oponen a la intervención en Ucrania y los que más están protestando».
«Los estudiantes están molestos porque sienten que hay puertas que se les cierran con esta guerra y las sanciones», señala Mónica López.
Para los estudiantes latinoamericanos tampoco hay ventajas en la situación actual.
«Vinimos aquí con un proyecto en busca de oportunidades en un país desarrollado y ahora vemos que ese proyecto se trunca», lamenta Casavilca.
Pero, pese a que muchos otros decidieron marcharse, ellos han optado por quedarse en Moscú.
«Si la situación cambia, entonces tomaría medidas, pero por ahora me siento segura aquí y seguiré centrada en mis estudios», concluye Mónica López.