En 2018, cuando la crisis económica que golpea a Venezuela tocaba fondo, Deilyn Bracho decidió buscar un mejor futuro en el extranjero, como ya lo habían hecho millones de sus compatriotas.
«La situación era crítica. No había trabajo, no había comida, no había nada», recuerda la mujer de 35 años en entrevista con BBC Mundo.
Su esposo y su hermana ya se habían ido, así que no lo pensó dos veces.
Agarró su pasaporte y, con sus tres hijos, abandonó Valera, una población en el estado Trujillo, en el occidente de Venezuela, con destino a Tucupita, en el extremo oriente del país.
Tras el viaje en buses, que le tomó casi dos días, cerca de Tucupita la estaba esperando un bote que la llevaría a Trinidad, una isla de la que conocía muy poco.
Trinidad y Tobago es un país insular a tan solo unos 11 kilómetros de la costa nororiental venezolana.
Muchos migrantes venezolanos han muerto en el trayecto.
Debido a su cercanía, se ha convertido en una de las naciones con la tasa per cápita más alta de migrantes venezolanos en el mundo. Son cerca de 40.000 migrantes nacidos en Venezuela en un país con una población de 1,4 millones de habitantes.
En su tierra natal, Deilyn siempre fue una mujer trabajadora y emprendedora, pero no veía la manera de ingresar al mercado laboral trinitense, pues no tenía muchos contactos ni dominaba el inglés, la lengua oficial de la antigua colonia británica.
Además, asegura que tuvo que lidiar con la «discriminación» que, según dice, las venezolanas migrantes sufren en la isla.
«Muchos trinitarios piensan que las venezolanas solo vienen a trabajar en bares o de prostitutas. Tristemente, las venezolanas en Trinidad tienen reputación de robamaridos», señala.
«Claro que hay prostitutas, como en todo el mundo. La mayoría de las venezolanas somos mujeres profesionales que solo queremos trabajar y salir adelante con nuestras familias», prosigue.
Trata de personas
Efectivamente, la experiencia de muchas venezolanas en Trinidad ha sido distinta.
Las razones van desde la falta de oportunidades en un país que poco ofrece a los migrantes hasta redes de tráfico de personas que, según diversas fuentes, operan entre Venezuela y Trinidad.
Un estudio publicado en 2020 por Justine Cleophas Pierre, investigador y experto en trata de personas, reveló que muchas mujeres venezolanas han sido vendidas como esclavas sexuales a criminales en Trinidad y Tobago.
Según la investigación, la población local parecía preferir a las mujeres venezolanas más jóvenes y de tez más clara.
Durante años, las autoridades de Venezuela han intentado acabar con múltiples redes de tráfico de personas que operan entre Venezuela y Trinidad, algunas de ellas encargadas de enviar víctimas a Trinidad y Tobago, donde son explotadas sexualmente, según denunció en 2021 el fiscal general venezolano Tarek William Saab.
La trata de personas entre Venezuela y su isla vecina típicamente consta de tres etapas: reclutamiento en estados en el oriente venezolano, luego transporte hacia Trinidad y finalmente explotación en los centros urbanos de la isla.
Discriminación salarial
La historia de Deilyn es diferente.
Pese a haber realizado estudios de educación psicológica en Venezuela, alentada por su papá, que le insistía que tenía que tener un título, su pasión siempre fue la organización de eventos.
«Yo hacía piñatas en Venezuela desde que tenía 18 años, me disfrazaba para entretener a los niños en fiestas infantiles y a eso me dediqué toda mi vida. Pero aquí en Trinidad comencé limpiando casas, un oficio que hice por un mes».
Pronto se dio cuenta de que la discriminación también era salarial.
«A los migrantes venezolanos en Trinidad no les quieren pagar el día como se lo pagan a un local. Por poner un ejemplo, en un trabajo en el que típicamente le pagan a un local 250 dólares trinitarios, a un venezolano quieren pagarle 150 o 120».
Dice que esa fue la gota que colmó el vaso. Decidió que lo mejor sería montar su propio negocio.
Emprendedoras venezolanas
Tras varios tropiezos, Deilyn quiso continuar haciendo lo que sabía hacer y abrió su pequeña empresa «Qué detalle», un nombre que luego tuvo que cambiar para atraer clientes trinitenses.
«Era el nombre que tenía en Venezuela, pero solo llegaban clientes venezolanos, al ser en español. Por eso ahora mi negocio se llama Balloon Decorations By Deilyn».
Conociendo de primera mano la situación laboral precaria que viven muchas migrantes venezolanas, Deilyn también lanzó un proyecto para apoyar a otras mujeres migrantes emprendedoras en la isla.
El 5 de marzo del año pasado creó el grupo «Venezuelan Business Women» (Mujeres de negocios venezolanas), una red para aconsejar, compartir ideas y apoyar los emprendimientos de sus integrantes.
Inicialmente el grupo contaba con 17 mujeres que, como Deilyn, pusieron todos sus ahorros para abrir negocios de peluquería, decoración, pastelería, comida rápida y animación de fiestas infantiles, entre otros.
«Actualmente solo quedan 11, pues muchas se han regresado a Venezuela o se han ido a otro país», explica Deylin, quien desea que más mujeres se sumen.
La mayoría de las integrantes del grupo son especialistas que continúan haciendo los trabajos que desempeñaban en su tierra natal, pero otras han aprendido oficios nuevos para lograr ingresar en el mercado laboral trinitense.
«Algunas de nosotras damos cursos y enseñamos a otras mujeres nuestros oficios», prosigue.
«También hacemos actividades como zumba, con una profesora, con el fin de fortalecer la comunidad y tratar de alentar a otras migrantes a que se sumen al grupo para que aprendan sobre emprendimiento».
Racismo y xenofobia
«El emprendimiento es un aspecto interesante de la inmigración venezolana en otros países de América», asegura Sebastian Alsina, un investigador de la London School of Economics (LSE), quien analizó en un estudio el fenómeno de las venezolanas emprendedoras en Estados Unidos y Trinidad y Tobago.
«Muchas profesionales terminan trabajando en fábricas, debido a que sus títulos no tienen validez en otros países y a la barrera del idioma, pues no dominan el inglés», continúa el experto en migraciones internacionales.
«Esas son las razones por las que principalmente deciden emprender».
Alsina afirma que muchas venezolanas en Trinidad también se enfrentan a un gran estigma que persiste y que se ha acentuado en los últimos años.
«Las mujeres con que la hablé me contaron que sufren de racismo, por tener la piel más clara, y que algunas trinitenses las ven como una amenaza».
«Otras que habían trabajado en la industria de la hostelería me dijeron que recibían insultos racistas de parte de los clientes. También me contaron que querían pagarles menos por ser inmigrantes, y por eso vieron el emprendimiento como la única salida», agrega el investigador.
Un reporte de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) de 2019, en el que se entrevistaron a 2.166 migrantes venezolanos en Trinidad, arrojó que el 70% se sentía discriminado debido a su nacionalidad.
Inspirar a otras mujeres
Yamis Fernández fue una de las primeras integrantes del grupo «Venezuelan Business Woman» y hoy es su vicepresidenta.
Llegó de Barlovento, una región al este de Caracas, a Trinidad en 2018 y comenzó limpiando casas en San Fernando, una ciudad en el oeste de la isla.
Meses después, gracias a contactos en la localidad, consiguió un trabajo como repostera en una panadería, en donde aprendió a hacer tortas profesionalmente.
Y tras la pandemia decidió abandonar la panadería y abrir su propio negocio, «Yamis Bakery».
«El mercado laboral para los migrantes en Trinidad es muy precario. Sí se consigue trabajo, pero son mal pagados», le cuenta la joven de 28 años a BBC Mundo.
Para ella, la misión del grupo «Venezuelan Business Woman» no es solamente ayudar a sus compatriotas a emprender.
«Estamos tratando de acabar con los estigmas, de demostrar que existen las mujeres venezolanas luchadoras y emprendedoras, a quienes es importante darles visibilidad».
Deilyn, por su parte, también desea inspirar e impulsar el emprendimiento femenino.
«Queremos ser un ejemplo para otras migrantes en América Latina. Yo tengo amigas que han emigrado a otros países sudamericanos, como Ecuador, Perú o Chile, y algunas me cuentan que son discriminadas», añade.
«Quizá estas historias de emprendimiento pueden inspirar a otras mujeres a hacer lo mismo».
Si bien por ahora se siente a gusto en Trinidad, con un negocio que está prosperando, a veces le gustaría poder regresar a Venezuela.
«Pero luego pienso en el futuro de mis hijos y escucho historias de la situación actual del país, y siento que pasarán muchos años antes de que pueda volver a Valera».
De igual forma, Yamis asegura que independientemente de los «muchos obstáculos» que puede haber, es posible salir adelante como migrante en Trinidad y en otros países de la región.
Su sueño ahora es abrir una panadería, lo cual espera cumplir el año próximo.