Muchos líderes mundiales, y especialmente los aliados de Washington, habrán visto los eventos de esta semana en Capitol Hill con asombro y alarma.
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, fue uno de los primeros en responder, tuiteando: «escenas impactantes en Washington DC. El resultado de esta elección democrática debe ser respetado».
¿Quién podría haber imaginado tal comentario, proveniente del máximo funcionario de la alianza, dirigido a su principal Estado miembro?
Es el tipo de cosas que uno esperaría que Stoltenberg le dijera a Bielorrusia o Venezuela.
El episodio dice mucho sobre la posición de Washington en el mundo después de cuatro años de la presidencia de Donald Trump.
Estados Unidos ha perdido tanto influencia como poder blando.
Se ha retirado de los acuerdos de control de armas, del acuerdo nuclear de Irán y de un importante acuerdo climático.
Ha tratado de reducir sus enfrentamientos militares en el extranjero ofreciendo pocas alternativas diplomáticas.
Países como Israel, Arabia Saudita y Turquía han tenido, hasta cierto punto, que garantizar su propia seguridad, conscientes de que la capacidad de atención del presidente de Estados Unidos es limitada.
De hecho, Donald Trump a menudo parece considerar a los líderes autoritarios como anfitriones más cordiales que los jefes de gobierno de muchos de sus aliados democráticos.
Las fuerzas de atracción que hicieron del país un modelo para los aspirantes a demócratas en todas partes están empañadas, sus fisuras están a la vista de todos.
Hoy, como señala el analista Ian Bremmer: «Políticamente, Estados Unidos es, con mucho, el país más disfuncional y dividido de todas las democracias industriales avanzadas del mundo».
Esto es importante porque, en los últimos años, el sistema internacional claramente ha sufrido por la decisión de Trump de seguir una política de America First (Estados Unidos Primero).
Autoritarismo en auge
Los autoritarios están en auge. Tanto China como Rusia sienten que su influencia se ha reforzado durante los años de Trump.
Las instituciones del orden liberal, como la OTAN, la ONU y muchas de sus agencias, enfrentan distintos grados de crisis.
Los ciberataques y las llamadas operaciones de la zona gris -que están cerca debajo del umbral de la guerra-, se están convirtiendo en algo común.
El mundo enfrenta crisis agudas como la pandemia y el cambio climático y, bajo la supervisión de Trump, Estados Unidos simplemente no ha cumplido su deber.
Seamos claros aquí. Este no es un llamado al dominio de Estados Unidos sobre el mundo.
A menudo, una política exterior estadounidense de amplio alcance ha sido tanto parte del problema como parte de cualquier solución.
Pero la política de seguridad y defensa de Estados Unidos no está en un buen lugar.
Todo el tejido de los acuerdos de control de armas heredados de los años de la Guerra Fría, desde el tratado INF (Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio) hasta el Tratado de Cielos Abiertos, se está desmoronando.
De hecho, un último intento para renovar el último acuerdo que limita los arsenales estadounidenses y rusos de armas nucleares estratégicas, el Tratado Nuevo Start (Tratado de Reducción de Armas Estratégicas), será uno de los primeros puntos de la agenda del presidente electo Joe Biden.
El control de armas está adquiriendo mayor importancia a medida que se desarrollan nuevos y letales sistemas de armas como los misiles hipersónicos de alta velocidad, sin mencionar la creciente militarización del espacio.
El Occidente tiene que lidiar con el surgimiento de una China más resuelta y el regreso de una Rusia más agresiva.
Euforia de los enemigos
Por lo tanto, la participación, el liderazgo de Estados Unidos, como se quiera llamar, es esencial incluso para comenzar a lidiar con los problemas subyacentes involucrados.
Todo esto plantea enormes problemas para la administración entrante de Biden.
Los enemigos de Washington están eufóricos después del asalto al Capitolio.
El nuevo presidente llega al poder con la economía de China ya recuperándose de la pandemia, mientras que la respuesta de Estados Unidos al covid está fallando gravemente con tasas de mortalidad masivas e incertidumbre sobre la efectividad del lanzamiento de la vacuna.
De hecho, la pandemia es un tema que el presidente Trump ha ignorado en gran medida desde su derrota electoral.
No es de extrañar entonces que el presidente chino Xi Jinping esté convencido de que esta crisis ha demostrado la superioridad de su sistema.
Rusia puede ser más una molestia que un competidor estratégico para Washington, pero las operaciones de desinformación y piratería que marcaron los años de Trump son algo radicalmente nuevo en escala e impacto.
Joe Biden estará al frente de una administración en la que muchas de sus agencias están utilizando sistemas informáticos que han sido penetrados por los rusos.
Nadie sabe aún qué tan profunda o permanente puede ser esta intrusión.
Incluso entre los amigos de Estados Unidos, es poco probable que la trayectoria de la nueva administración sea sencilla.
Por supuesto, el nuevo presidente será recibido calurosamente por los aliados de Washington en el extranjero, especialmente dentro de la UE y las agrupaciones del G7.
Otros, como los sauditas, los turcos y los israelíes, están triangulando o reajustando rápidamente sus políticas, buscando tener un nuevo diálogo con el equipo de Biden.
Pero no esperemos que la luna de miel de la nueva administración estadounidense dure mucho.
Las divisiones dentro de la alianza atlántica, por ejemplo, pueden disimularse con bastante rapidez.
Pero Biden impondrá exigencias a sus socios europeos tal como lo hizo la administración Trump.
También va a querer más gasto en defensa y, además, políticas concertadas y duras hacia Irán, China y Rusia.
Crear estas nuevas coaliciones de políticas no será tan fácil como podría parecer a primera vista.
Hay que mirar el reciente tratado de inversión entre la Unión Europea y Pekín, algo que muchos en el equipo entrante de Biden esperaban que se retrasara.
¿Realmente es ese acuerdo comercial -preguntan-, la manera de responder a la represión de la democracia por parte de China en Hong Kong, su acoso a los uigures o su chantaje económico dirigido a Australia?
No es exactamente un comienzo auspicioso.
¿Una pausa de cuatro años?
Las diferencias políticas, los lazos comerciales y el propio deseo de Europa de un mayor grado de autonomía estratégica complicarán las relaciones con Washington.
Pero más allá de esto, hay otro factor potente que contribuye a la tensión.
Está muy bien que la administración de Biden coloque la reconstrucción de alianzas cerca de la cima de su agenda de política exterior, pero muchos de esos aliados no están seguros de que el trumpismo se haya ido para siempre.
No es solo conmoción por el asalto al Capitolio.
Temen que Biden proporcione solo una pausa de cuatro años, después de la cual una nueva forma de trumpismo podría regresar al poder.
¿Evitarán correr riesgos algunos de los aliados de Washington, por si acaso?
Este es un momento en el que la política interna de Estados Unidos se ha convertido quizás en el elemento más crucial para ayudar a orientar su enfoque en el exterior.
De hecho, incluso se podría decir que toda la política actual en los Estados Unidos de Biden es nacional.
Esto se aplica en dos criterios fundamentales.
La importancia de reconstruir la «marca Estados Unidos»
La reconstrucción de la democracia estadounidense, para convertirla en una sociedad más igualitaria y menos febril, es esencial para reconstruir la «marca Estados Unidos» en el exterior.
Solo si sus aliados (y enemigos) se aseguran de que EE.UU. está realmente de regreso en un camino diferente y consistente, podrán tener confianza en el liderazgo de Washington para el futuro.
Pero esta centralidad de la política interna funciona en ambos sentidos.
Si el presidente electo Biden quiere tener éxito en el extranjero, necesita ganarse a su país dividido para lograr el apoyo a su política exterior.
Tomemos a China por ejemplo. Biden quiere tanto competir como cooperar con Pekín siempre que sea posible.
La política comercial aquí es casi más importante que la moneda tradicional que se usa en la estrategia: buques de guerra o bases en el extranjero.
Y la base de una política comercial exitosa hacia China solo puede ser una que los estadounidenses comunes consideren que sirve a sus intereses, que devuelve puestos de trabajo e igualdad de condiciones en el comercio internacional.
Restaurar el estado de la unión puede ser el factor más importante para respaldar cualquier éxito que Biden logre tener en el extranjero.
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