Mientras el poderoso emperador francés Napoleón Bonaparte pasa revista a sus tropas en una llanura en el norte de Italia, dos jóvenes criollos —hijos de prestantes familias españolas nacidos en las colonias de América— se acercan lo más que pueden a él.
Están asombrados por la grandeza del espectáculo, pero sobre todo, por la sencillez del hombre al que tienen a pocos metros de distancia.
“Quizás Napoleón, que nos observa, va a sospechar que somos espías”, comenta uno.
Pero el otro está estático, paralizado. “Yo”, le relataría años después el libertador Simón Bolívar al militar Luis Perú de Lacroix, quien publicó los testimonios en su libro Diario de Bucaramanga, “ponía toda mi atención en Napoleón, y solo a él veía entre toda aquella multitud de hombres que había allí reunidos”.
“Mi curiosidad no podía saciarse, y aseguro que entonces estaba muy lejos de prever que un día sería yo también objeto de la atención, o si se quiere, de la curiosidad de casi todo un continente y puede decirse también del mundo entero”.
A pesar de no haber participado directamente en las gestas independentistas de los territorios que conocemos como América Latina, Napoleón jugó un papel fundamental en su desencadenamiento, más allá de inspirar a jóvenes próceres como Bolívar.
La invasión a España
Para 1807, Napoleón tenía un control casi absoluto sobre Europa continental después de derrotar a las tropas del zar Alejandro I y Francisco I de Austria en la batalla de Austerlitz, y había alcanzado un acuerdo con España para invadir Portugal.
Este último país era el único del continente que aún mantenía rutas comerciales con Reino Unido, y al cerrarlas, Francia lograría dejar a Gran Bretaña cercada y aislada del continente.
Envalentonado por sus consecutivas victorias militares, Napoleón decidió que le convendría más apoderarse de España que asociarse con ella, y así consolidar el control absoluto sobre la Península Ibérica.
En mayo, Napoleón invitó al rey Fernando VII y a su familia a Bayona: le obligó a abdicar para instalar en su lugar a su hermano José Bonaparte.
Estos hechos desencadenarían la cruenta guerra de la Independencia Española, en la que durante cinco años tropas españolas, británicas y portuguesas se enfrentarían a los invasores franceses.
“Esto es muy complicado de entender para nosotros, porque nunca hemos vivido bajo un reinado, pero si piensas como un español de la época, para quien los reyes eran una especie de semidioses, la ausencia del rey genera muchísimas incertidumbres”, le explica a BBC Mundo Rubén Torres, politólogo de la UNAM en México y experto en historia latinoamericana.
Esas incertidumbres llevaron a un proceso de grandes transformaciones internas en España que, a su vez, tendrían repercusión directa en las colonias americanas.
“Y es esta crisis política que se vivió entre 1808 y 1814 la que va a derivar en la independencia de muchas naciones, casi de la mayoría de las naciones latinoamericanas”.
Vacío de poder
Los ideales de la Revolución francesa y la Revolución estadounidense de finales del siglo XVIII pudieron ser los precursores del sentimiento independentista latinoamericano, pero sin el vacío en el poder que se dio en España con la invasión francesa, los hechos pudieron haber sido muy diferentes.
El historiador Jean Meyer aseguró que Napoleón había sido un “accidente histórico” que terminó por precipitar unas independencias “prematuras”.
“(Napoleón) es un terremoto. No solo secuestra a la familia real, creando un vacío político y dejando a América huérfana, sino que además, conquista España”.
Bajo la ocupación francesa, el poder en España se dividió en “juntas”, órganos locales que ejercían el poder legislativo y ejecutivo en sus territorios en oposición al régimen impuesto por Francia y que desconocían la autoridad del rey José Bonaparte. Para septiembre de 1808, se conforma una Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino, como depositaria del poder legítimo español.
Entre 1808 y 1810 en la mayor parte de las colonias de América Latina los criollos promovieron también la instauración de juntas de gobierno locales fieles a la persona de Fernando VII.
Tras la guerra, y pese al regreso al trono de Fernando VII, el triunfo en el seno de estas juntas de las ideas liberales y republicanas hizo que se fueran adoptando reformas políticas, económicas y administrativas que desembocarían en las independencias de las naciones hispanoamericanas.
El apoyo inglés
En 1807, con su país invadido por las tropas francesas, la familia real de Portugal —los Braganza— tomaron una decisión sin precedentes: protegidos por buques británicos, se trasladaron a su colonia en el nuevo mundo, y convirtieron a Río de Janeiro en el centro de gobierno.
Esto le abriría a Reino Unido una puerta invaluable al comercio con Brasil, escapando del bloqueo que Napoleón le había impuesto en Europa.
Al mismo tiempo, Londres presionó a las autoridades españolas durante la guerra para que permitieran el libre comercio de las colonias americanas con proveedores británicos.
Esto le dio a América Latina un nuevo aliado con el que comerciar sin tener que depender de España, lo cual dejó enormes ganancias tanto para los británicos como para las colonias, que aprovecharían las nuevas riquezas para promover los esfuerzos de independencia.
En el año del fallecimiento de Napoleón, en 1821, el apoyo inglés a las independencias latinoamericanas era tal que el canciller británico de la época, George Canning, aseguró: “La América española es libre, y si no nos equivocamos tristemente con nuestros asuntos, es inglesa”.
Napoleón y Bolívar
A pesar del inmenso impacto que tuvo en un joven Simón Bolívar ver a Napoleón en persona, el profesor Torres asegura que había una gran diferencia entre ambos.
“Ambos debieron haber sido personajes sumamente carismáticos, sumamente inteligentes (…) pero lo que lo va a caracterizar (a Bolívar) es que es un libertador con ideas: esto es muy evidente en sus textos, en la carta de Jamaica, en el discurso de Angostura, en el manifiesto de Carúpano, o sea, es un tipo que sí tiene una visión”.
Torres explica que las ideas y las preocupaciones de Bolívar lo hicieron ir “más allá” que el resto de los libertadores que estaban intentando construir naciones “sobre la marcha, sin tener claro hacia dónde iban”.
“(Bolívar) intentó ir más allá del resto de los libertadores en la construcción de naciones modernas, de lo que llamaríamos Estados naciones modernos. Bolívar se planteaba la generación de instituciones políticas, o sea, Parlamentos, Asambleas, Congresos. También tuvo preocupaciones como la salud o el aprendizaje. Sí fue un líder fuera de época, en muchos sentidos”.
A pesar de haber expresado su admiración por Napoleón, sería Bolívar mismo quien contaría lo que sintió cuando este se autocoronó como emperador, según cuenta la biógrafa Marie Arana en su libro Bolívar: Libertador de América.
“Consideré la corona que Napoleón se puso en la cabeza como una reliquia lamentable y obsoleta. Para mí su grandeza estaba en su aclamación universal, en el interés que su persona podía inspirar”.
“Confieso que todo esto solo sirvió para recordarme la esclavitud de mi propio país, la gloria que le correspondería a quien lo liberara. Pero estaba lejos de imaginar que yo sería ese hombre”.