El Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania anunció que no tiene intención de retener permanentemente la pequeña porción de territorio ruso de la que se apoderó durante la última semana.
Pero el país se enfrenta a una difícil elección: mantener sus fuerzas allí para ejercer la máxima presión sobre Moscú o retirarse ahora.
Golpeada diariamente por los drones, misiles y bombas de Rusia, y con sus exhaustas topas de primera línea retrocediendo lentamente en el Donbás, Ucrania necesitaba urgentemente buenas noticias este verano.
Con esta incursión extraordinariamente audaz y bien ejecutada en la región del oblast ruso de Kursk, lo consiguió.
«Lo más sorprendente de esta incursión», dijo una fuente militar británica de alto rango que pidió no ser identificada, «es lo bien que los ucranianos dominaron la guerra de armas combinadas, desplegándolo todo, desde defensa aérea hasta guerra electrónica, así como blindados e infantería. Impresionante».
Los ucranianos también parecen haber utilizado algunas de las armas modernas suministradas por Occidente -como el Marder alemán y otros vehículos blindados- de manera bastante más efectiva que en la fallida ofensiva del verano pasado para expulsar al ejército ruso de las provincias del sudeste de Ucrania.
Entonces, ¿hacia dónde va a partir de aquí la incursión de Ucrania en Rusia?
Habrá quienes en el extremo más cauteloso del espectro argumentarán que Ucrania ya ha dejado claro su punto, que la guerra elegida por Putin ahora debe traer algo de dolor a los rusos y que, a pesar de los recientes reveses en el campo de batalla en el Donbás, Kyiv ha demostrado ser capaz de montar un sofisticado asalto con armas combinadas utilizando todos los elementos de la guerra moderna.
En otras palabras, retirarse ahora con honor, después de haber hecho sangrar la nariz al Kremlin, antes de que Rusia traiga fuerzas suficientes para matar o capturar a los invasores ucranianos.
El dilema
Pero la retirada anularía dos de los objetivos aparentes de la incursión de Ucrania: ejercer suficiente presión sobre Rusia para que se vea obligada a desviar algunas de sus propias tropas en el Donbas y conservar suficiente territorio ruso como para utilizarlo como moneda de cambio en cualquier futuro proceso de negociaciones de paz.
«Si Kyiv conserva territorio ruso», dice David Blagden, de la Universidad de Exeter, «puede negociar la devolución de su propio territorio desde una posición de mayor fuerza. Kyiv también habrá tratado de cambiar la impresión entre los rusos de que el régimen de Putin es todopoderoso y alentar al Kremlin a buscar un acuerdo que no pongan en peligro su control del poder».
Una cosa está clara. La presencia en suelo ruso de fuerzas extranjeras de Ucrania -un país que el presidente Putin ni siquiera cree que deba existir como nación independiente- es intolerable.
Pondrá todo lo que pueda en este problema y, al mismo tiempo, mantendrá la presión sobre Ucrania en el Donbás y castigará a los ucranianos con aún más ataques con drones y misiles.
Su irritación era evidente en las imágenes de la televisión rusa en las que se le ve presidiendo una reunión de emergencia en Moscú esta semana.
Entonces, ¿ha dado sus frutos la apuesta de Ucrania?
Todavía es demasiado pronto para decirlo.
Si sus fuerzas permanecen dentro de las fronteras de Rusia, Ucrania puede esperar sufrir una ferocidad cada vez mayor de ataques rusos a medida que la reacción de Moscú se acelere.
Blagden advierte que «las demandas de personal, equipo y logística para intentar mantener la incursión y luego controlar el territorio tomado serán significativas, especialmente a medida que se alarguen las líneas de suministro».
Esta ha sido sin duda la medida más audaz de Ucrania este año. También ha sido la más arriesgada.