La llaman la enfermedad de los Nobel, el efecto Nobel, el síndrome Nobel y hasta nobelitis.
Y aunque hay quienes dicen que ganar este prestigioso galardón no es condición sine qua non para sufrir este «trastorno», la extensa lista de premiados por la Academia Sueca que han sucumbido a este mal es, no obstante, llamativa.
Desde Pierre Curie (Física, 1903) hasta Santiago Ramón y Cajal (Medicina, 1906), pasando por Richard Smalley (Química, 1996) y Luc Montagnier (Medicina, 2008), por nombrar solo a algunos.
¿Pero qué es exactamente esta «enfermedad» que puede llegar a afectar a personas de una inteligencia notable?
Lejos de ser un diagnóstico oficial, se trata de un término un tanto irónico que se utiliza con frecuencia para referirse al hecho de que ser muy inteligentes y capaces en un área de conocimiento no significa necesariamente que lo seamos en otra.
«Uno no esperaría que la gente verdaderamente inteligente haga cosas estúpidas. Pero el hecho de que existan científicos con un premio Nobel que son conocidos también por apoyar ideas extrañas y sostener creencias erróneas, pone en evidencia que hay una desconexión entre la inteligencia o el éxito científico y la racionalidad», le explica a BBC Mundo Sebastian Dieguez, investigador de neurociencias del Laboratorio de Ciencias Cognitivas y Neurológicas de la Universidad de Friburgo, Suiza.
El sorprendente número de galardonados con el Nobel que abrazan teorías que rayan lo absurdo, añade Shauna Bowes, estudiante de doctorado en psicología clínica en la Universidad de Emory, Estados Unidos, muestra básicamente que «el pensamiento crítico está ligado a un área de conocimiento específico y no al conocimiento en general».
Es decir, uno (no necesariamente un Nobel) puede tener un gran conocimiento de biología, historia, psicología o lo que fuere, pero esto no significa que por ello aplicaremos un pensamiento crítico poderoso cuando se trata de astrofísica u otros temas fuera de nuestro alcance.
Esto se debe a que cuando se trata de temas ajenos a nuestro dominio solemos recurrir a prejuicios o atajos mentales para tomar decisiones o darle sentido al mundo, y no sometemos estos conceptos a una valoración estricta (como haríamos con temas que nos resultan afines).
«De hecho, aplicar el mecanismo de pensamiento crítico toma mucho más esfuerzo y conciencia de lo que probablemente nos resulte cómodo admitir», dice Bowes.
En síntesis: la inteligencia no nos inmuniza contra las ideas descabelladas.
Aún más, agrega Bowes, «muchas investigaciones muestran que el pensamiento crítico está bastante separado de la inteligencia».
«Mientras que la inteligencia es una habilidad que nos ayuda a resolver problemas y adquirir información, el pensamiento crítico tiene que ver con qué hacemos con esa información y qué sentido le damos».
«La inteligencia hace más factible que podamos pensar críticamente, pero ciertamente no asegura que vayamos a ser buenos pensadores críticos, sobre todo cuando entran en el panorama las emociones y la intuición».
El premio que te vuelve «inmortal»
Si bien todos podemos caer en la trampa de discutir con aplomo temas que escapan a nuestra comprensión, Eleftherios Diamandis, profesor y jefe de Bioquímica Clínica del Departamento de Medicina de Laboratorio y Patobiología de la Universidad de Toronto, Canadá, cree que el caso de los Nobel es especial y circunscribe la nobelitis exclusivamente a este premio.
«El Nobel es muy diferente a cualquier otro premio que un científico pueda ganar. Si bien cualquier otro galardón es por supuesto bienvenido, el Nobel es una distinción única que te vuelve ‘inmortal’. Nadie se acordará de ti si ganaste un gran premio en otra parte, pero todo el mundo te recordará si eres un premio Nobel», le dice a BBC Mundo.
«Este reconocimiento hace que se trate a los galardonados de forma diferente, como si fueran una celebridad, y el peligro es que algunos, no todos, creen que la medalla les de la oportunidad de encarar proyectos y actividades con las que no están familiarizados», continúa.
«Un ejemplo clásico es del Frederick Banting, que descubrió la insulina en los primeros años de la década de 1900. Apenas curó a algunos pacientes con diabetes, pensó que podía después curar el cáncer».
«Lo intentó, pero como sabía tan poco sobre el tema, por supuesto no tuvo éxito», dice.
Para Diamandis, la nobelitis es básicamente un comportamiento narcisista (similar al síndrome de hubris o hibris, un concepto que describe el orgullo extremo, la arrogancia y la confianza excesiva asociada con el poder), que asumen algunas de las personas premiadas, que creen que tienen poderes sobrehumanos y pueden resolver cualquier problema que se le plantee.
Ejemplos de premios Nobel con ideas absurdas
Linus Pauling (1901-1994)
Científico estadounidense y ganador de dos Nobel (Química en 1954, Paz en 1962), fue pionero de la química moderna por sus descubrimientos en la naturaleza de los enlaces químicos y la estructura molecular de la materia, aplicando la mecánica cuántica. Pauling no dudó en aseverar que altas dósis de vitamina C podían ser efectivas para curar enfermedades como el cáncer y la gripe común. Sus estudios contenían múltiples errores, y nunca se demostró dicha efectividad.
James Watson (1928-presente)
Científico estadounidense, obtuvo el Nobel de Medicina en 1962 (que compartió con Maurice Wilkins y Francis Crick) por su descubrimiento de la estructura de doble hélice del ADN, un hallazgo considerado como uno de los momentos clave en la ciencia moderna. El polémico biológo sostiene que las personas de raza negra son menos inteligentes que las blancas, y que las diferencias de coeficiente intelectual se deben a factores genéticos. Señaló también que la exposición a la luz solar en las regiones cercanas al Ecuador aumentan el impulso sexual y que la gente gorda es menos ambiciosa.
Luc Montagnier (1932-2022)
El virólogo francés Luc Montagnier obtuvo el premio Nobel de Medicina en 2008 por haber logrado aislar por primera vez el virus de inmunodeficiencia humana (VIH). Un año después de ser honrado con este galardón, sostuvo sin prueba alguna que el agua puede recordar unas ondas electromagnéticas supuestamente emitidas por el ADN de virus y bacterias. También recomendaba la papaya fermentada contra el mal de Párkinson y criticó las vacunas contra la covid-19, a las que acusaba sin fundamento de ser las causantes del surgimiento de nuevas variantes del virus.
Ivar Giaever (1929-presente)
Físico estadounidense de origen noruego, compartió el Nobel de Físca con Leo Esaki y Brian Josephson en 1973, por «sus descubrimientos sobre fenómenos de túneles en sólidos». En repetidas ocasiones, el investigador manifestó su escepticismo frente al calentamiento global, del cual dijo que no representaba un problema y al que calificó de «nueva religión».
Por otro lado, Diamandis, señala que este galardón suele otorgarse varias décadas después de que el investigador hizo su descubrimiento, que no es precisamente cuando sus capacidades cognitivas están en su mejor momento, una observación con la que coincide Dieguez.
«La edad promedio de premio Nobel es de alrededor de 70 años. Los años más brillantes de esta gente ya han pasado», dice el neurocientífico, quien además pone en tela de juicio a los Nobel como signo de inteligencia o genialidad.
«Uno puede descubrir algo porque sencillamente tuvo suerte, por ser la persona justa en el lugar preciso».
«También ha habido un creciente número de críticas al Nobel, al menos dentro del ámbito científico, porque premia al individuo, y sabemos que la ciencia es por lo general un proceso social», afirma Dieguez.
El mayor problema, sostiene, es que algunas de estas personas con conocimientos profundos en un área muy pequeña que la mayoría de nosotros no comprende, se han vuelto una voz confiable e importante en el debate público.
«Pero el hecho que hayas hecho un descubrimiento importante en un tema muy puntual, no te da derecho a pensar que tienes mejores ideas que los demás en otras áreas», concluye Dieguez.
La humildad, hasta el momento, sigue siendo uno de los mejores antídotos.
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