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El proyecto que quiere devolver la vida el mar que desapareció en Asia

por Avatar EL NACIONAL WEB

La desaparición del mar de Aral en Asia central es un desastre ecológico. Tóxicos químicos en el que una vez fue suelo marino causan graves problemas de salud.

Pero, ¿podrá el ambicioso proyecto de plantar millones de árboles salvar al pueblo de los karakalpak en Uzbekistán?

Almas Tolvashev, un viejo pescador de 78 años, arrastra los pies por las arenas hacia el casco oxidado de un barco pesquero.

El faro que se yergue entre la derruida flotilla de unas 10 embarcaciones es un crudo recuerdo de que Moynaq fue en una época un próspero puerto de pescadores sobre el mar de Aral.

«La historia de los karakalpak empieza con el mar», dice el otrora pescador. «Lo primero que un padre le enseñaba a sus hijos era cómo pescar».

Moynaq yace en el corazón de Karakalpakstán, una república semiautónoma dentro de Uzbekistán. En su apogeo, proveía el 98% del pescado del país.

«Yo fui el primer capitán musulmán en Moynaq y mi barco era el Volga. Generalmente, los capitanes era rusos étnicos», afirma Almas con orgullo.

«Aquí había 250 embarcaciones. Yo solía atrapar entre 600 y 700 kilos de pescado todos los días. Ahora, ya no hay mar».

El mar de Aral empezó a reducirse en los años 60, cuando los soviéticos desviaron el agua de dos de los principales ríos que desembocaban en el Aral para irrigar nuevos y extensos cultivos de algodón.

Con el auge de la producción de algodón, el Kremlin se negó a reconocer el problema. La población local se vio obligada a colocar varas con marcas para demostrar que la costa estaba desapareciendo.

A medida que descendía el volumen de agua se incrementaba la concentración de sal,envenenando todo lo que se encontraba en el mar.

«La abundancia de peces disminuyó y, al final, lo único que sacábamos era pescado muerto. Ahora los jóvenes tiene que irse a otros países para buscar trabajo».

El mar de Aral se ha reducido al 10% de su tamaño original, un área marina casi del tamaño de Panamá se ha perdido. Pero no es solo un estilo de vida el que se vió afectado.

El capitán alza los brazos sobre su cabeza: «Ya no es como antes. El tiempo es malo, siempre hay polvo en el aire».

Vidas en peligro

Cuando el doctor Yuldashbay Dosimov vino a trabajar por primera vez en el hospital de Moynaq en los años 80, la costa ya se encontraba a 12 km de distancia.

Recuerda cuáles eran las enfermedades específicas de la región: «Problemas respiratorios, tuberculosis y problemas renales eran generalizados. Hasta hace poco, muchos niños morían de diarrea».

Las entonces autoridades soviéticas, que expandieron la industria de algodón de Uzbekistán y Kazajstán, no previeron que los herbicidas y pesticidas de los nuevos cultivos se verterían en los ríos aledaños y terminarían en el mar de Aral.

El agua contaminada para beber causó muchos problemas.

A medida que el mar se secó, los químicos tóxicos de la industria del algodón quedaron expuestos sobre el lecho marítimo.

Estos fueron propagados a la atmósfera por tormentas de arena y acabaron siendo inhalados por los habitantes de una vasta región.

La población local experimentó problemas de salud que van desde retrasos en el crecimiento, fertilidad reducida y problemas cardiopulmonares hasta tasas más altas de cáncer. Un estudio concluyó que la incidencia de cáncer se dobló entre 1981 y 1991.

Otra investigación encontró que para finales de los años 90, la mortandad infantil era de entre 60 y 110 por cada 1.000 nacimientos, una cifra mucho más alta que en el resto de Uzbekistán (48 por 1.000) y Rusia (24 por 1.000).

Durante décadas, estas enfermedades fueron un secreto a voces. Las autoridades reconocieron la desaparición del mar de Aral con la caída de la Unión Soviética.

Cuando identificaron el problema, empezaron a trabajar en una solución, un proyecto que el doctor Dosimov espera que mejore radicalmente el bienestar de los karakalpak.

«Tienen que disminuir el impacto del mar seco sobre la salud del pueblo. Para eso están sembrando árboles saxaul (haloxylon)».

Bosque en el lecho del mar

A varios kilómetros de Moynaq, dos tractores se mueven a la par en el horizonte. Están abriendo surcos en el salitre de un lecho marino que hace 40 años hubiera estado a 25 metros bajo el agua.

En la parte posterior de cada tractor, un joven toma un puñado de semillas y las coloca en la pequeña trinchera.

«Llueva o haga sol, tenemos dos semanas para una hectárea», dice uno de los hombres. «Ha llovido y hecho frío últimamente, pero no nos iremos hasta que alcancemos nuestra meta».

Están sembrando semillas de saxaul, un arbusto nativo de los desiertos de Asia central que es ahora la primera línea de defensa contra el cambio climático en Uzbekistán.

«Un sauxal completamente maduro puede restaurar hasta 10 toneladas de suelo alrededor de sus raíces», explica Orazbay Allanazarov, un especialista en forestación.

Los árboles evitan que el viento levante la arena contaminada del lecho marino y que la esparza en la atmósfera. El plan es cubrir todo el antiguo lecho marino con un bosque.

«Casi uno de cada dos árboles aquí ha sobrevivido. Eso es bueno». No esconde su entusiasmo a medida que acaricia uno de los arbustos grisáceos que se alza a menos de un metro de altura. Es un proyecto a largo plazo, este surco de sauxales se sembró hace cinco años.

«Optamos por los sauxales porque pueden sobrevivir en suelos secos y salados», dice.

Proyecto a largo plazo

Los árboles están sembrados en surcos, con 10 metros de separación, para que cuando maduren y suelten sus semillas por sí solos, los espacios entre los surcos también se pueblen.

Hasta ahora, alrededor de medio millón de hectáreas del desierto fueron plantadas de sauxales. Pero todavía quedan más de tres millones de hectáreas por cubrir.

Al ritmo actual, tomaría 150 años plantar esa extensión de bosque.

«Somos lentos», reconoce Allanazarov. «Necesitamos agilizar el proceso. Pero, para eso, necesitamos más dinero, más inversión extranjera».

Como el curtido capitán Almas Tolvashev, Orazbay Allanazarov sabe que el mar de Aral tal vez nunca regresará.

Pero ahora hay un poco de esperanza en que la calidad de vida de los karakalpak pueda mejorar, décadas después de que una decisión política eligiera el algodón sobre el pescado.