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La profesora de primaria que cambió su identidad de género

Quimey Ramos dicta clases de inglés en una escuela de Buenos Aires. Un día les explicó a sus alumnos que ya no era “el profe” Tomás sino “la seño” Quimey

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Quimey Ramos llegó a la escuela como cualquier otro día. Iba lista, con su guardapolvo y apenas un poco de maquillaje, para decirles a sus alumnos que a partir de ese día ella ya no era el profe Tomás, sino la seño Quimey, la misma que les dio clases de inglés durante todo ese año. Que era una mujer trans.

Fue en noviembre del año pasado. Los chicos estaban en el comedor a la mañana, tomando el desayuno en una escuela de esta ciudad. Apenas entró, notó las miradas de sorpresa. «Ustedes me conocieron como el profe Tomás, pero a partir de ahora voy a venir como la profe Quimey», les dijo, y siguió: «Yo soy lo que ustedes vulgarmente conocen como una travesti, eso significa que yo no nací mujer pero elijo ser mujer».

No, no significa eso. Lo que ustedes dicen es un varón al que le gustan los varones. Y yo no soy mujer porque a mí me gusten los varones. Yo soy mujer porque me siento mujer y por suerte es algo que se puede elegir, cada uno puede ser como quiera ser. Esto es algo que me hace muy feliz.

Durante todo ese día, algunos alumnos se le acercaban y le hacían preguntas: tenés novio, pensás tener hijos. Ella contestaba sin problemas. En ese momento daba clases de inglés a todos los estudiantes de la primaria de la escuela.

La miraban mucho. Uno de sus alumnos, a quien ella define como «de los más bravos», se le acercó y le dijo: «Vos no le tenés que hacer caso a nadie seño, vos tenés que hacer lo que vos tengas ganas, no le hagas caso si alguien te dice alguna gilada (estupidez)». Para los alumnos de primaria ‘profe’ es para varón y ‘seño’ para mujer.

Ese día algunos ya le decían seño.

Cuando los padres se enteraron, sólo hubo dos familias que llegaron a la escuela para quejarse. Las recibió el director, que les dijo: «Acá no hacemos nada más que cumplir con la ley (de identidad de género). Si quieren cambiarlos no tengo problema, lo que no les puedo garantizar es que en la otra escuela no haya otra profe como la profe Quimey». Aunque ella lo supo mucho tiempo después, esa respuesta le hizo mucho bien.

La ley de identidad de género fue sancionada el 9 de mayo de 2012 e indica que todas las personas que lo deseen pueden «solicitar la rectificación registral del sexo, y el cambio de nombre de pila e imagen, cuando no coincidan con su identidad de género autopercibida».

La historia de aceptación que tuvo Quimey en la escuela dista mucho de la que viven la mayoría de las mujeres trans de la región. «La obra social no me reconocía ni siquiera para hacerme análisis de sangre para mi terapia de reemplazo hormonal. Eso no respeta la ley porque te ponen trabas. Entonces me hormoné yo sola y fue un riesgo. No por nada el promedio de vida es tan bajo», contó Quimey a La Nación.

Según un informe de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT) la expectativa de vida promedio de una persona trans es de 33 años de edad y las principales causas de muerte son el VIH (sida) la aplicación de silicona industrial (aceite de avión) y los asesinatos.

Pero el suyo es un gran paso. En la escuela, entre los alumnos y docentes, su identidad está legitimada. Ella es la seño Quimey.

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