Cuando un habitante de Rivera, una ciudad fronteriza uruguaya, vaya al supermercado local esta semana, verá que el precio de un tubo de pasta de dientes de 180 gramos es de 243 pesos (US$6,20).
Si va a un supermercado brasileño -algo para lo que solo se necesita cruzar la calle, porque la ciudad continúa sin barreras con el nombre de Sant’Ana do Livramento-, esa misma pasta dental -igual marca, igual peso, igual versión, producida en la misma planta en São Paulo- la puede comprar por 6,99 reales (US$1,28).
La pasta de dientes es solo un ejemplo -tal vez uno de los más notorios- de que Uruguay es un país caro.
El importador la ingresa al país a un valor, pero cuando llega al público su precio promedio casi se triplica, de acuerdo a una investigación realizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED) a pedido del Banco Central de Uruguay y publicada en febrero.
Más pronunciada es la diferencia en una barra de jabón o un desodorante, cuyo precio en una tienda o supermercado se multiplica hasta por 6 respecto al valor al que entró en el país.
Con base en datos recopilados por el Banco Mundial, el CED comparó los precios de unos 600 productos en Uruguay y otros 43 países a lo largo del tiempo, y encontró que en promedio eran 27% más caros en el país sudamericano.
Más aún, países desarrollados europeos como Francia, Alemania o Reino Unido mostraron precios menores que los que se pagan en Rivera o Montevideo.
Solo nueve -Japón, Finlandia, Israel, Irlanda, Suecia, Dinamarca, Suiza, Noruega e Islandia- eran más caros.
Comparado con América Latina, los productos en Uruguay costaban más del doble que en Bolivia, 80% más que en México y 20% más que sus vecinos Brasil y Argentina, socios en el Mercosur y desde donde llega sin aranceles buena parte de las importaciones.
En productos de higiene y limpieza, Uruguay es 58% más caro que el promedio de países, según el estudio. En alimentos y bebidas no alcohólicas, 55%. Y en artículos de informática y electrónica, 43%.
«Efecto país»
Este fenómeno se da con mayor fuerza en rubros en los que prácticamente no hay producción nacional -o directamente no existe- y se deben importar, le explicó a BBC Mundo Ignacio Umpierrez, economista e investigador del CED.
Y la lista de artículos que no se producen en Uruguay es muy larga.
Umpierrez agregó que los precios más altos que pagan los uruguayos no tienen que ver con una cuestión coyuntural del valor del peso uruguayo frente a otras monedas, sino que es un hecho que ha perdurado a lo largo del tiempo.
«Es algo que responde a un efecto país», afirmó.
Por «efecto país» se refiere a algunas condiciones que hacen que el país sea caro.
El investigador y un grupo de colegas hallaron que el mercado uruguayo -que es pequeño porque en el país viven 3,5 millones de personas- se concentra en pocas empresas que suman gran parte de esas importaciones.
«En mercados concentrados, el poder de fijación de precios de las empresas es mayor», señaló.
Como consecuencia de esa falta de competencia, encontraron que la ganancia por producto era casi siempre más de la mitad del precio que paga el consumidor final. Es decir, algo que se importó a 10, el ciudadano de a pie lo paga a más de 20.
Umpierrez calificó esos márgenes como «relativamente elevados», aunque dijo desconocer por cuántos intermediarios pasan los productos entre el importador y el consumidor final.
El economista uruguayo Sebastián Fleitas, profesor de economía de la Universidad Católica de Chile especializado en temas de competencia y mercados, señaló un aspecto del comercio internacional que el país no puede cambiar: «Uruguay está lejos del mundo, y por eso tiene costos de transporte y logística mayores» cuando los productos no provienen de sus vecinos.
Añadió que con la mayoría de países existen aranceles y tasas más altos que en otras regiones del mundo, además de la obligación de contratar a un agente de aduanas para cada importación.
Y todo va sumando.
Barreras contra la competencia
Fleitas le dijo a BBC Mundo que Uruguay es caro por «dos problemas centrales»: la falta de competencia y los sectores regulados por el Estado, «donde la regulación tiene serios problemas».
«Es un país chiquito, donde nos conocemos todos y donde hay muchísima interacción entre regulados y reguladores, que no es ilegítimo pero que pone algunos desafíos adicionales para la defensa de la competencia, en legislaciones de control de lobby y ese tipo de cosas que hacen que desarmar esto del país caro sea un conjunto de batallas chicas, pero que cada una demanda un montón de capital político», argumentó.
El experto dijo que hay mucho camino por recorrer, pero que existen cosas que se pueden hacer para que el país sea más barato.
Estas regulaciones generan barreras, como los registros sanitarios de alimentos, bebidas, productos de higiene y demás.
«Para poder ingresar un producto a Uruguay, tiene que estar registrado sanitariamente ante el Ministerio de Salud Pública», explicó Umpierrez. Pero las grandes empresas «básicamente son dueñas de su ficha técnica por temas de exclusividad o por acuerdos comerciales», agregó.
Eso implica que, por ejemplo, si una empresa uruguaya cualquiera quisiera importar esa pasta de dientes comprándola a US$1,28 a un supermercado o almacén mayorista brasileño, el Estado uruguayo no se lo permitiría porque la empresa no tiene la ficha técnica del producto.
Y no importa que sea exactamente la misma pasta de dientes que ingresa la filial de la multinacional.
«Si no estamos protegiendo una industria, no estamos protegiendo empleo, ¿acaso estamos protegiendo la renta monopólica de un importador?», se preguntó el economista Alfonso Capurro, de la consultora local CPA/Ferrere.
Capurro subrayó que hay regulaciones que «buscan genuinamente proteger al consumidor», pero que existe «inercia y hay un conjunto de acumulaciones de distintas regulaciones que se han ido construyendo en el tiempo en forma de sedimento».
«Nadie se aseguró de que ese conjunto de regulaciones se estaban solapando e impidiendo que el mercado funcionara mejor», sostuvo.
CPA/Ferrere elaboró otro estudio a pedido del Banco Central, en este caso respecto a los precios de frutas y verduras.
Capurro, uno de los economistas que trabajó en esa investigación, le explicó a BBC Mundo que la importación de algunos de estos alimentos está prohibida por reglas fitosanitarias, por lo que se debe comercializar solamente la producción local.
Pero según dijo, esa regulación no se utiliza con fines de salud sino como medida proteccionista, ya que en momentos de escasez interna los gobiernos han habilitado el ingreso.
«Eso hace que las frutas y verduras sean más caras en promedio de lo que podrían haber sido si se importaran, y eso es un precio en exceso que pagamos los consumidores», aseguró.
El estudio analizó el valor de determinadas frutas y verduras en los mercados mayoristas a lo largo del tiempo en Uruguay y Brasil. El tomate, por ejemplo, se paga el triple en Uruguay.
«Si a los productores les quitás esas protecciones, el sector desaparece. Es un subsidio encubierto», remarcó Capurro.
Al mismo tiempo, los productores uruguayos de frutas y verduras tienen que trabajar en un sistema con altos costos, puntualizó Capurro.
El sistema de impuestos y altos costos de los energéticos
Capurro explicó que otro de los factores que incide en los precios elevados es el sistema tributario uruguayo.
Además del IVA, algunos productos son gravados con otros impuestos que los encarecen.
«Nuestro sistema tributario es un poco antiguo, está muy basado en impuestos directos al consumo y no tanto en impuestos a las personas. Se paga menos en impuestos como el de la renta, pero se pagan directamente en los bienes que se consumen», explicó Capurro.
Un ejemplo de ello son los combustibles. Uruguay tiene el litro de gasolina más caro de América Latina y el decimoquinto en el mundo -casi la mitad del precio son impuestos-.
También es caro el diésel, porque un porcentaje del precio por litro se destina a subsidiar el transporte público, algo que luego se traslada a los costos de transporte y distribución de cualquier producto.
A su vez, los márgenes de ganancia de distribución -transporte y expendio- son elevados porque «los camioneros y las estaciones de servicio no están dispuestos a competir», explicó Capurro.
Algo similar sucede con la electricidad; las tarifas están entre las más altas del mundo, en parte por las inversiones que se hicieron en la década pasada para aumentar la producción de energía de fuentes renovables por fuera de la hidráulica.
País de ingresos altos
Uruguay es el país de América Latina con mayor Producto Interno Bruto per cápita, de unos US$22.000, y eso lo coloca en la categoría de países de ingresos altos, según la clasificación del Banco Mundial.
En cada hogar uruguayo ingresan mensualmente unos US$2.500 en promedio, según el Instituto Nacional de Estadística.
Pese a lo alto de los salarios en la comparación regional, los uruguayos sienten que vivir en su país es muy caro.
En España, por ejemplo, ingresan unos US$3.200 al mes, y no es solamente que ganen más, sino que las compras cuestan 25% menos que en Uruguay, de acuerdo a la comparación del CED.
Incluso en la comparación con los países que son más caros que Uruguay, el sudamericano sale perdiendo.
«Copenhague es caro, pero por buenos motivos. La gente vive muy bien ahí, cobra muy buenos salarios y están contentos con eso», dijo Fleitas.
«Tenemos salarios bajos para el nivel de costo de vida, pero a su vez altos para los niveles de productividad», dijo Umpierrez.
El economista del CED señaló el factor salarial entre aquellos que hacen caro al país, porque los métodos para determinar los sueldos son «bastante más rígidos que en el resto de los países» de su investigación.
Lo que sí es más barato en Uruguay que en los países desarrollados es la vivienda. El precio medio de un alquiler en Uruguay es de unos US$500, mientras que en España es el doble, de acuerdo a cifras oficiales.
Los tres economistas coincidieron en que el Estado de bienestar que provee Uruguay tiene sus costos, y que eso se traslada a precios.
Pero que una parte es beneficiosa para la población y otra no.
«Lo que nos complica es que somos caros por cosas que no generan bienestar a la población, sino que son rentas que se las quedan unos pocos empresarios y unos pocos trabajadores que están en esos sectores» de grandes márgenes de ganancia, resumió Fleitas.