Por años, ha sido tal su influencia en la política que fueron consideradas las «intocables».
Pero últimamente, las cosas parecen tomar otro rumbo.
Más de 40 estados presentaron a mediados de mayo una demanda contra grandes compañías de medicamentos a las que acusan de conspirar para subir artificialmente los precios de las medicinas comunes.
Poco antes, el gobierno de Donald Trump, que prometió desde su campaña bajar el precio de los medicamentos, anunció que, a partir del verano, las farmacéuticas deberán incluir los precios en su publicidad.
Además, la Casa Blanca acaba de presentar un plan que permitiría importar a EE.UU. medicamentos desde Canadá, donde son mucho más baratos.
El plan -que de seguir adelante puede ser impugnado en los tribunales- prevé que la importación se haga con la supervisión de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), y los estados, los mayoristas de medicamentos y las farmacias actuaráin como intermediarios para los consumidores.
La discusión sobre el precio excesivo de las medicinas, incluso, ha llegado hasta Congreso, donde altos ejecutivos de grandes farmacéuticas fueron cuestionados por el exorbitante precio de los medicamentos en el país.
En una intervención del pasado mayo que se hizo viral, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez increpó a la farmacéutica Gelead por el precio de Truvada (el medicamento utilizado para la profilaxis preexposición -o Prep- la única terapia hasta hora efectiva para la prevención del VIH) que cuesta unos US$1.700 al mes en Estados Unidos, mientrasque en Australia apenas US$8.
«La gente está muriendo en vano», dijo.
El tema genera tal preocupación en el país que es una de las pocas cosas en las que coinciden en querer cambiar tanto republicanos como demócratas, aunque todavía no logran ponerse de acuerdo en cómo hacerlo.
¿Cuán caros son realmente los medicamentos en EE.UU.?
Según una investigación de la Commonwealth Foundation, el precio de los medicamentos de prescripción en Estados Unidos son más caros que en cualquier otro país.
De hecho, la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OCDE) estima que los estadounidenses gastan, como promedio, unos US$1.200 al año en medicinas recetadas, el gasto por medicamentos más alto del mundo.
Según un estudio de la escuela de Salud Pública de Harvard, el costo per cápita en otras naciones desarrolladas oscila entre los US$466 y los US$939.
Para que se tenga una idea, Gleevec, un tratamiento contra la leucemia, cuesta US$70.000 al mes, mientras en México el precio ronda los US$2.000 y los US$1.100 en Colombia.
Un popular medicamento para el tratamiento de varias enfermedades inflamatorias, Humira, cuesta unos US$822 en Suiza, mientras por las mismas pastillas se pagan US$2.669 en Estados Unidos.
La insulina, que fue descubierta hace casi un siglo, se comercializa por unos US$38 dólares en Canadá. Al sur de su frontera sur los precios superan los US$200.
Otros medicamentos de última generación, como Kymriah, usado para tratar un tipo de linfoma, asciende a los US$475.000 y terapias actuales para la hemofilia varían entre los US$580.000 y US$800.000 al año.
Una nueva medicina génica para bebés con atrofia muscular espinal, una enfermedad que los deja postrado de por vida, oscilará entre los US$1,5 millones y los US$5 millones, lo que lo convertirá en el medicamento más caro del planeta, según estimaciones de The Washington Post
En un comunicado enviado en mayo pasado a BBC Mundo, Phrma, una asociación que representa a las mayores compañías de investigación y fabricación farmacéutica y biotecnológica de EE.UU., negó que los estadounidenses paguen generalmente el precio de venta del fabricante.
«Las comparaciones internacionales a menudo confrontan el precio en Estados Unidos, que casi nadie paga, con los precios artificialmente bajos establecidos por los gobiernos en otros países», señaló la organización.
Según Phrma, esos precios excluyen frecuentes descuentos que negocian los seguros y los llamados administradores de beneficios de farmacia (PBM, por sus siglas en inglés), un tercero que se encarga de mediar para bajar los precios entre las farmacéuticas y las aseguradoras.
«Tenemos un sistema de atención de salud único que tiene diferentes programas públicos y opciones privadas de cobertura según las necesidades y la capacidad de pago de un paciente», añadió Phrma.
Sin embargo, durante años, organizaciones civiles han denunciado que el estratosférico precio de los medicamentos en Estados Unidos está dejando a millones de personas en riesgo de muerte.
Según un análisis de la Fundación Kaiser Family, unos 27 millones de estadounidenses no tienen o no pueden costear un seguro de salud, por lo que, generalmente, tendrán que pagar de su bolsillo el valor de las medicinas de prescripción.
Pero si bien cerca del 90% de la población tiene seguros médicos, que cubren gran parte del costo, esto no implica que los enfermos estén exentos de los pagos.
De hecho, según diversos estudios, el precio final que se debe pagar en las farmacias -los llamados deducibles y copagos- hace que muchos opten por no comprar sus medicinas, viajen al extranjero para adquirirlas o tomen una dosis menor a la indicada.
¿Cómo se justifican esos precios?
Según, Phrma, los precios se justifican en buena medida por los gastos para la innovación y los estudios que realizan las farmacéuticas.
«La ciencia que tiene lugar en los laboratorios biofarmacéuticos en todo el país se habría considerado ciencia ficción hace diez años», señala.
Sin embargo, una investigación de la Universidad de Pittsburg publicada a inicios de este año sugiere que los aumentos de los precios anuales de los medicamentos en Estados Unidos no se dan solo en tratamientos de última generación, sino en algunos que llevan décadas en el mercado.
«Es cierto que en los medicamentos más novedosos sí hay innovación, pero en los medicamentos de marca de toda la vida nada justifica esa subida de precios todos los años después de que llegan al mercado», explica a BBC Mundo Inmaculada Hernández, profesora de farmacia en la Universidad de Pittsburg y autora principal del estudio.
«Un ejemplo son las insulinas, que fueron descubiertas hace muchísimos años y las que tenemos ahora están en el mercado desde hace más de 15 años. Pues bien, han subido el precio en más del 30%. Es difícil pensar en otros productos que hayan experimentado una inflación tan grande», agrega.
¿Cómo se explican los altos precios?
Hernández señala que uno de los factores esenciales es el fragmentado sistema de salud de Estados Unidos.
«En muchos países, existe un sistema sanitario nacional que cubre a la mayoría de los pacientes y por tanto la venta de la mayoría de los medicamentos va por ese sistema sanitario», explica.
De acuerdo con la experta, eso significa que las autoridades tienen poder para negociar precios, dado que todas las ventas pasan a través de ellos.
En EE.UU. la historia es diferente: hay seguros federales, estatales y privados y en todos los casos los PBM son los encargados de negociar con las farmacéuticas el precio de las medicinas para los seguros.
«Esto aumenta la opacidad del sistema en el sentido que la aseguradora subcontrata otra para los medicamentos. Entonces esto hace al sistema muy complejo, muy opaco, en el que no sabemos cuánto de los descuentos se está quedando cada uno», opina Hernández.
Aaron Kesselheim, profesor de la División de Farmacoepidemiología y Farmacoeconomía de la Universidad de Harvard explica que en Estados Unidos existen muy pocos mecanismos para controlar los precios de los medicamentos: son los fabricanteslos que los fijan.
«El gobierno permite que sean las farmacéuticas las que pongan los precios en el mercado y hay varias restricciones, algunas legales y otras prácticas, que limitan la capacidad de negociar los precios con los fabricantes, que controlan con sus patentes la exclusividad del mercado por decenas de años», comenta a BBC Mundo.
Esta situación conlleva a que no exista tampoco una competencia que obligue a bajar los precios.
«Es fácil para ellos mantener los precios altos porque no hay un contrapeso en el mercado estadounidense que les impida hacerlo y los fabricantes tienen la presión de sus accionistas de obtener las máximas ganancias que razonablemente puedan obtener del mercado en el que se encuentren», agrega Kesselheim.
¿Qué pasa con las patentes?
Para Kesselheim un elemento central son también las patentes, que permiten a las farmacéuticas, en su criterio, convertirse en monopolios de medicamentos.
De hecho, uno de los argumentos tradicionalmente usados por las farmacéuticas es que muchos de los medicamentos en Estados Unidos están bajo patente, mientras en el resto del mundo son genéricos.
En su criterio, las diversas entidades en la cadena de suministros farmacéuticos, incluidos los fabricantes y distribuidores mayoristas, han logrado encontrar lagunas reglamentarias que les permiten maximizar los beneficios.
Hernández, por su parte, señala que en Estados Unidos, a diferencia de la mayoría de los países, no existen incentivos para que lleguen medicamentos genéricos al mercado.
«Tradicionalmente, ha habido una falta de regulación de la Administración de Alimentos y Medicamentos sobre lo que se debe hacer para desarrollar medicamentos genéricos y en muchos casos, las farmacéuticas llegan a acuerdos y pagan para que los genéricos no se comercialicen», señala.
¿Quién paga las investigaciones que llevan a producir los medicamentos?
Uno de los argumentos que más debate generó sobre el tema recientemente es quién está detrás de las investigaciones que llevan a tratamientos innovadores en Estados Unidos.
En la discusión en el Congreso, Ocasio-Cortez le recordó que fue fueron dos universidades estadounidenses quienes descubrieron la efectividad del Prep, en dos investigaciones financiadas con fondos públicos.
«Nosotros, el pueblo, nosotros, la gente, fuimos quienes desarrollamos este medicamento, quienes pagamos por este medicamento,» señaló.
Diversos críticos han cuestionado a lo largo de los años que las investigaciones que dan paso a muchos tratamientos innovadores son realizados por universidades o centros de investigación que son financiados con los impuestos de los contribuyentes y cuyos resultados son luego patentados por las farmacéuticas.
Es el caso, por ejemplo, de una revolucionaria terapia génica contra el cáncer, conocida como CAR-T, que fue desarrollada por la Universidad de Pensilvania y que luego fue comprado por la farmacéutica Novartis, que ahora comercializará el medicamento a unos US$475.000.
Sin embargo, de acuerdo con Hernández, también existe mucho desconocimiento sobre qué parte de cada investigación se financia con fondos públicos.
«Es algo que depende de cada medicamento: hay muchos que han sido totalmente desarrollados en las farmacéuticas desde el principio, pero también hay algunos que fueron investigados usando fondos públicos y luego se vendieron a la empresa privada», señala.
Sin embargo, según la experta, es muy difícil estimar qué parte se pagó con impuestos y qué parte pagó la empresa privada.
«En esto, como en todo torno a las empresas farmacéuticas hay mucha oscuridad en todos los sentidos. Hasta que eso no termine será muy difícil que se puedan resolver todos los problemas asociados a los altos precios de los medicamentos», considera.