¿Cuán felices somos a lo largo de la vida?
Es una pregunta difícil de contestar pues, por supuesto, todos estamos a merced de los impredecibles altibajos de la salud, el dinero, la familia y la carrera, que tienen un gran impacto en nuestro bienestar.
Pero si nos fijamos en millones de personas, ¿surgirá patrón subyacente a pesar de todo?
¿O será la felicidad es demasiado resbaladiza y subjetiva para eso?
En la década de 1990 se habían recopilado grandes conjuntos de datos en Estados Unidos y Europa generados tras preguntarle a miles de personas elegidas al azar, cada año durante más de dos décadas, cuán felices o satisfechas estaban.
Y aunque quizás no es el tipo de asuntos de los que uno esperaría se ocuparan los economistas, un grupo se interesó por la relación entre trabajo y felicidad.
Entre ellos estaba Andrew Oswald, profesor de Economía y Ciencias del Comportamiento en la Universidad de Warwick, Reino Unido, quien persuadió a David Blanchflower, economista laboral y académico de Dartmouth College, EE.UU., a que le echara un vistazo a los datos de felicidad.
«Me llamó mucho la atención pues surgen patrones singulares», le dijo a la BBC Blanchflower.
Algunos ya son familiares, como que países como Dinamarca y Suecia y otros parecían ser los más felices.
Pero «el mayor resultado que surge es que las personas desempleadas son increíblemente infelices», sin importar cuán ricos o pobres sean, destacó el experto.
Se preguntaron si habría otros patrones interesantes y sólidos por descubrir.
Blanchflower y Oswald analizaron los datos más a profundidad.
«Estábamos tratando de entender los patrones de felicidad humana en EE.UU. y Reino Unido, y en particular, como estábamos muy centrados en la economía, queríamos saber si el dinero realmente hace más feliz a la gente», explica Oswald.
Empezaron tratando de eliminar el efecto de la edad en la felicidad, para ver la influencia de otros factores con mayor claridad.
Pero en el proceso, descubrieron algo curioso, oculto en esos datos de miles de vidas individuales diferentes: la edad parecía tener una estrecha relación con la felicidad.
«Había un fenómeno muy poderoso que parece indicar que los humanos se deslizan por esta forma de U gigante de bienestar mental a lo largo de sus vidas, alcanzando un mínimo generalmente a finales de los 40 y luego subiendo nuevamente hasta más allá de los 70″.
Estadísticamente felices
Blanchflower y Oswald se habían topado con la curva en U de la felicidad, una sola línea en un gráfico que contiene una multitud vertiginosa de historias de triunfos y fracasos, un coro que habla al unísono sobre épocas de mayor y menor bienestar.
«El punto de partida es que las personas son muy felices cuando tienen 16 años, y luego esa medida de felicidad disminuye constantemente y alcanza un punto bajo alrededor de los 48-50 años», explica Blanchflower.
Probaron esta curva en U de varias maneras: primero utilizando datos de 500.000 personas de EE.UU. y Europa occidental. Más datos la confirmaron en Asia, América del Sur y Europa del Este y, finalmente, encuestas de personas en otros 72 países mostraron el mismo patrón: la felicidad parecía tener una forma definida.
La tendencia además resultó ser extraordinariamente consistente en diferentes razas, estilos de vida, culturas e incluso entre diferentes géneros.
Por supuesto, la U no es omnipresente; de hecho, sería sospechoso si apareciera un solo patrón en un panorama inmensamente variado de encuestas, países, generaciones y análisis.
Aún así, aparece con demasiada frecuencia como para ignorarla.
Varios investigadores encontraron lo mismo, entre ellos la economista del desarrollo Carol Graham, quien ahora trabaja en la Institución Brookings, EE.UU.
La autora de «La felicidad en el mundo: la paradoja de los campesinos felices y los millonarios miserables» (2010) había estado observando a peruanos que habían salido rápidamente de la pobreza y quiso saber cómo se sentían.
Le sorprendió descubrir que las circunstancias objetivas no determinaban la satisfacción subjetiva de la vida; en Perú, como en otros países, muchas personas que habían salido de la pobreza se sentían peor que quienes permanecían pobres.
Se sumergió en datos de encuestas y encontró el mismo patrón en forma de U, primero en América Latina y luego en el resto del mundo.
Se trataba de una regularidad estadística, que decía algo sobre la condición humana.
¿Pero qué?
Momento de crisis
¿Qué tiene la mediana edad -que se extiende desde mediados de los 40 hasta principios de los 50- que lleva a la gente a ser, en promedio, menos feliz?
Aún no se sabe con certitud.
Las encuestas generan datos pero son menos adecuadas para obtener explicaciones.
«Hay varias teorías», señala Oswald.
«Una popular tenía que ver con la noción de que cuando llegas a la mediana edad te das cuenta de si vas o no a ser un gran científico, o a ganar el Premio Nobel, o a ser CEO.
«El argumento era que en ese momento la mayoría de la gente está a la altura de las aspiraciones que tenía en la juventud, y eso es psicológicamente doloroso».
Cualquiera que sea la explicación, la parte inferior de la U se expresa en más que decepción.
A finales de los años 40 es el momento en que varias formas de angustia aguda alcanzan su punto álgido.
«Si le pregunto en mis conferencias, ¿qué grupo de edad creen que es más propenso al suicidio? Casi siempre responden: ‘Los jóvenes’. Y eso es totalmente erróneo.
«Un hombre de 46 años tiene aproximadamente tres veces más probabilidades de quitarse la vida que un joven de 18 años».
También es cuando el diagnóstico de depresión es más común y cuando la muerte por sobredosis de drogas alcanza su nivel más alto.
La crisis de la mediana edad, aseguran los economistas, es real e importa.
Y en la búsqueda de explicaciones plausibles, probablemente hay que tener en cuenta aspectos como el que los hijos hayan dejado el hogar, el divorcio o la frustración con el trabajo.
Pero, ¿qué pasa si se considera un grupo para el que ninguno de esos factores está en juego?
Ellos también
En 2010 Oswald se interesó por un aspecto cuyo estudio despertó asombro, para bien y para mal.
«Descubrí que había investigadores en el mundo que estaban recopilando datos sobre lo que podríamos llamar el bienestar mental de los grandes simios en chimpancés y orangutanes».
Los orangutanes tienen diferentes personalidades, toda la gama de emociones humanas y son muy inteligentes. Y eso incluye la inteligencia emocional.
Al igual que nosotros, tienen rabietas, buscan mimos para consolarse y se ponen de mal humor cuando tienen hambre.
Esas similitudes llevaron a algunos investigadores a preguntarse si también sufrían una crisis de la mediana edad.
«Un día llamé a un distinguido psicólogo llamado Alex Weiss de la Universidad de Edimburgo y le dije: ‘No sabes quién soy y esto puede sonar loco, pero me pregunto si podríamos comprobar los datos de los animales'», recuerda Oswald.
Resulta que los responsables de cuidar a los orangutanes y chimpancés deben llevar un registro del bienestar de sus animales.
«Una de las preguntas que se les hace es: ‘Si tú fueras ese animal, ¿qué tan feliz te sientes?
«Por alguna razón, nunca podré olvidar la simplicidad, tal vez la extrañez, de esa pregunta».
Trabajando con cuidadores de zoológicos y primatólogos de todo el mundo, Oswald reunió puntuaciones de felicidad para más de 500 chimpancés y orangutanes a lo largo de sus vidas… y ¿adivina qué?
«Unos dos años más tarde, publicamos un artículo en una de las revistas científicas estadounidenses titulado: «Evidencia de una crisis de mediana edad en los grandes simios consistente con la forma de U en el bienestar humano«.
Si el mismo patrón se encontró en chimpancés y orangutanes, ¿habremos estado imaginando vínculos causales que en realidad no existen?
Por el momento, no se puede más que especular, pero Oswald intuye «algo muy profundo, un patrón subyacente sobre la naturaleza humana y la estructura del envejecimiento».
Una estructura que tiene un final feliz, pues la buena noticia es que una vez pasas el fondo, la tendencia es alcista.
Las curvas que Oswald, Blackflower y otros han encontrado en todo el mundo muestran que los niveles de felicidad tienden a aumentar desde los 50 hasta los 70 años, llegando casi tan alto como en los 20 años.
¿Una U universalmente aceptada?
A pesar de que se han acumulado muchas pruebas de su existencia, particularmente en Occidente, la teoría de la curva en forma de U tiene sus disidentes.
Hay desde estudios que señalan variaciones en la curva de la felicidad hasta otros que aseguran que es errada.
Quizás los que más se oponen a la idea, respaldada mayoritariamente por economistas, son los psicólogos, argumentado que la curva en forma de U es una ilusión estadística que surge de grandes conjuntos de datos.
Desde su punto de vista, eso está lejos de ser tan valioso como los estudios detallados de personas reales.
También hay académicos que no ven con buenos ojos el que esa curva U surja sólo después de que los investigadores ajustan variables como ingresos, estado civil, empleo, etc., para analizar el efecto de la edad sola.
Aún así, señalan otros, filtrar circunstancias indica que puede haber un patrón subyacente en la satisfacción con la vida que es independiente de cualquier situación, algo que es, al menos, intrigante.
En otras palabras, si todo lo demás es igual, parece ser más difícil sentirse satisfecho con tu vida en la mediana edad.
Pero lo esperanzador sería que ese sentimiento es normal y pasajero; unos años después volverá a ser más fácil ser felices.