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Por qué Google se apropió del nombre de Florence Nightingale

por BBC News Mundo BBC News Mundo

Florence Nightingale es conocida como la «dama de la lámpara», por su labor como enfermera durante la Guerra de Crimea.

El sobrenombre se lo ganó en pleno conflicto, cuando el diario The Times publicó un artículo que decía: ​

«Sin exageración alguna, es un ‘ángel guardián’ en estos hospitales; cuando los desdichados pacientes ven su grácil figura deslizándose silenciosamente por los corredores, sus rostros se suavizan con gratitud. Después de que todos los oficiales médicos se retiran y el silencio y la oscuridad descienden sobre tantos postrados dolientes, puede observársela sola, con una pequeña lámpara en su mano, efectuando sus solitarias rondas».

Pero su legado no deja de crecer, incluso en la actualidad.

Recientemente el gobierno federal de Estados Unidos anunció que el omnipresente Google realizaría una investigación que involucraba una recopilación de datos supervisada en estos centros. Para nombrar la iniciativa, se apropiaron del apellido de la enfermera más famosa del mundo: «Proyecto Nightingale».

Google trabajaría en colaboración con un grupo de hospitales estadounidenses.

Y no es de extrañar, pues Nightingale transformó el tratamiento médico en el período victoriano valiéndose de estadísticas y es por eso que las instituciones modernas siguen aprendiendo del trabajo de la aclamada enfermera.

Para entender la «jugada» de Google y su objetivo, hay que ir precisamente a los logros de la reconocida enfermera.

Compilando abstractos

Florence Nightingale (1820-1910) dirigió el primer equipo oficial de enfermeras militares británicas a Turquía durante la Guerra de Crimea, que enfrentó a Reino Unido y Rusia (1853-56).

Por su labor, recibió varios honores, pero una de las distinciones menos famosas es que en 1859 fue la primera mujer en ser elegida miembro de la Sociedad Estadística.

Esta distinción la hizo merecedora de tal privilegio; había utilizado el análisis estadístico para identificar las relaciones entre las tasas de mortalidad y las condiciones de vida poco saludables, como falta de saneamiento o ventilación y alimentos deficientes.

El epidemiólogo británico William Farr (1807-1883) fue pionero en el uso de estadísticas médicas durante los brotes de cólera a mediados del siglo XIX en Londres / Foto GETTY IMAGES

Fue ayudada por el trabajo pionero de William Farr (1807-1883), quien en 1838 fue designado como «compilador de abstractos» (estadístico jefe) para el registro general de nacimientos, matrimonios y defunciones, el primer puesto de este tipo en el mundo.

Farr era un médico autodidacta en la compilación y análisis de estadísticas, pero utilizó su posición para recabar datos sobre las causas de muerte, utilizando categorías acordadas con los directores de las universidades.

Las 27 categorías incluían títulos como disentería, tifus, diarrea y «repentinamente».

En la década de 1840, Farr comenzó a publicar informes anuales que analizaban las causas de muerte en relación con la edad, el género, la parroquia y la ocupación.

Eso era realmente lo que ahora podría llamarse «big data», según los estándares de su época.

Salvando vidas con estadísticas

Como Farr, Florence Nightingale también era una estadística autodidacta cuyo padre consideraba que el estudio de las matemáticas no era «femenino» y que la profesión de Enfermería era degradante, pero era impotente ante la determinación de su hija.

Su trabajo en Crimea la había convencido de que las malas condiciones de vida, la mala alimentación, la ventilación inadecuada y el agua contaminada eran responsables de más muertes entre los soldados, que las causadas por heridas sufridas en el conflicto.

Nightingale usó estadísticas para transformar el tratamiento en el período victoriano / Foto GETTY IMAGES

Al regresar de esa guerra, comenzó a aplicar técnicas estadísticas a la salud de los militares en tiempos de paz y observó que la mortalidad entre los jóvenes soldados previamente sanos, que vivían en barracas, era el doble que la de la población civil.

Declaró que era criminal tolerar las condiciones de vida en los cuarteles y que era lo mismo que la Oficina de Guerra «sacara a 1.100 hombres al Salisbury Plain y los ejecutara».

Con sus informes sobre las condiciones de vida de los soldados impresionó a la reina Victoria, tanto durante la Guerra de Crimea como más tarde en la India.

La monarca comentó: «Ojalá la tuviéramos en la Oficina de Guerra», y convocó a lord Panmure, ministro de Guerra, al palacio de Balmoral para que escuchara a la enfermera, con ella presente en sus deliberaciones.

Nightingale, por su parte, estaba tan desesperada por la falta de habilidad para los números de los ministros de Victoria, que a pesar de su educación universitaria tenían títulos en estudios clásicos, que ideó un «Coxcomb diagrama» (un gráfico circular temprano) para exponer sus puntos.

Como resultado de su trabajo, las tasas de mortalidad en los cuarteles cayeron en 75%.

Aprendiendo de los errores

La enfermera Nightingale y el médico Farr no acertaron en todo; la formidable pareja casi retrasa la causa de la reforma sanitaria a mediados del siglo XIX.

Ambos estaban convencidos de que las 4 epidemias de cólera que asolaron Reino Unido entre 1831 y 1866, que se cobraron la vida de casi 40.000 ciudadanos solo en Londres, habían sido causadas por un miasma de aire contaminado, en lugar de por agua contaminada (la verdadera causa).

A pesar de su reputación, a Nightingale y a Farr no les hicieron caso y construyeron el alcantarillado de Londres, afortunadamente. Esta es una de sus estaciones de bombeo diseñada por el ingeniero Bazalgette / Foto PETER SCRIMSHAW

Por esa razón, hicieron campaña contra la práctica de tender alcantarillas debajo de las casas, creyendo que cualquier olor que escapara llevaría gérmenes a las viviendas.

Afortunadamente, Nightingale y Farr no pudieron contra la determinación de sir Joseph Bazalgette (1819-1891), quien construyó un sistema de alcantarillas que, hasta el día de hoy, atrapa la aguas residuales de Londres y las lleva a obras de tratamiento.

William Farr finalmente acabó dándose cuenta, a través de sus propios datos, de que el agua contaminada había sido la causa del cólera, pero Nightingale se fue a la tumba en 1910 creyendo que el aire era el verdadero responsable.

¿Y Google?

El proyecto de Google apunta a hacer lo mismo que William Farr y Florence Nightingale, aunque en una escala mucho más ambiciosa, estableciendo relaciones entre factores sociológicos (edad, condiciones de vida, dieta, ejercicio) y resultados como la salud y la longevidad.

En los siglos transcurridos, hemos comenzado a comprender de manera mucho más sofisticada factores como la herencia y, en particular, la genética, con la posibilidad emergente de la medicina personalizada.

Estos desarrollos han dado lugar a una serie de temores, como en términos de confidencialidad.

¿Desean los pacientes en los hospitales que se divulgue información sobre sus genes y estilos de vida de tal manera que puedan ser reconocidos individualmente?

Y ¿existe la posibilidad de que, incluso si la información es anónima, las compañías de seguros puedan usar ciertas características grupales para aumentar las primas, por ejemplo para personas con sobrepeso, diabetes o ciertas características genéticas?

¿Sería eso socialmente deseable?

Riqueza de datos

No obstante, si se logra hacer con respeto, podría dar muy buenos frutos.

Varias compañías tienen sus ojos puestos en los datos que ha acumulado el Servicio Nacional de Salud británico durante sus 70 años de existencia / Foto GETTY IMAGES

Hay quienes sugieren que Reino Unido debería recobrar a su Florence Nightingale para su Servicio Nacional de Salud: el NHS, que desde 1948 viene ofreciendo cuidado desde la cuna hasta la tumba a todos los ciudadanos, hoy casi 60 millones de ellos, de todas las edades, razas y condiciones.

Ningún otro país avanzado cuenta con esa riqueza de registros y datos ni con la experiencia del NHS.

El organismo también cuenta con la confianza de la gente, lo que aliviaría en cierta medida, con razón o sin ella, esos temores de explotación de información confidencial en beneficio de firmas privadas.

Quizás así la medicina personalizada podría unirse al llamado «big data», con o sin Google, para mejorar la salud humana.

Florence Nightingale y William Farr, sin duda, lo aprobarían.