Las diferencias de género en las enfermedades relacionadas con la demencia solo se ven reconocidas ahora, pero las consecuencias pueden cambiar la forma como luchamos contra la enfermedad.
Diagnosticada con mal de Alzheimer en 2015, Brenda Whittle, de 75 años de edad, todavía disfruta de hacer rompecabezas, coser y bailar.
Las actividades nuevas le resultan menos atractivas, pero participar en investigaciones sobre el alzhéimer y en ensayos clínicos con nuevas medicinas sí le interesa. Se siente tan cómoda con los ruidosos escáneres cerebrales que incluso se duerme durante ellos.
Brenda es una de los más de 50 millones de personas en todo el mundo que viven con demencia, una categoría que incluye todas las enfermedades que afectan a la memoria y el procesamiento cerebral, incluida la enfermedad de Alzheimer.
Ese número está subiendo rápidamente. Globalmente, los expertos calculan que 75 millones de personas vivirán con demencia para 2030 y 131,5 millones para 2050.
Un problema global
En Australia, cerca de dos tercios de muertes relacionadas con la demencia correspondieron a mujeres; en Estados Unidos, dos tercios de aquellos que viven con la enfermedad son mujeres también.
En algunos casos, la demencia incluso supera a enfermedades más reconocidas como femeninas: las mujeres de EE UU mayores de 60 años tienen el doble de posibilidades de desarrollar alzhéimer que cáncer de mama. (El cáncer de mama sigue siendo la principal causa de muerte de las mujeres entre 35 y 49 años en Reino Unido).
En Inglaterra y Gales como en Australia, la demencia se ha convertido en la primera causa de muerte para las mujeres, sustituyendo a los problemas de corazón del número 1.
América Latina es una de las tres regiones con mayor diferencia en la prevalencia de alzhéimer entre hombres y mujeres después de los países que conforman el Sudeste asiático (Camboya, Laos, Myanmar, Malasia, Tailandia y Vietnam) y Europa Occidental.
«Esto no puede ser sostenido por ningún sistema de salud, es demasiado en términos de números», dice Antonella Santuccione-Chadha, médica y especialista en alzhéimer radicada en Suiza. «Y son las mujeres las que más se enfrentan a la enfermedad, necesitamos investigar las diferencias entre los detalles masculinos y femeninos en ella».
Factores de riesgo
Gran parte de la brecha de género se reduce a uno de los mayores factores de riesgo de la demencia: la edad. Cuanto mayor seas, más probabilidades tendrás de desarrollar alzhéimer de inicio tardío. Las mujeres viven normalmente más años que los hombres, por lo que más mujeres tienen demencia.
Pero investigaciones recientes indican que podemos equivocarnos al asumir que el envejecimiento significa que el alzhéimer es inevitable.
Los resultados de dos grandes estudios de Envejecimiento y Función Cognitiva (CFAS, por sus siglas en inglés) sugieren que en los últimos 20 años, la cantidad de nuevos casos de demencia cayó 20%, especialmente por la reducción en la incidencia entre hombres mayores de 65 años.
Los expertos dicen que esto puede ser por campañas de salud pública que abordan el tema de las enfermedades cardiovasculares y el tabaquismo. Los dos son factores de riesgo para el alzhéimer.
Como los hombres tienden a tener enfermedades del corazón más jóvenes y fuman más que las mujeres, estas campañas también pueden haber ayudado a mantener a raya estos factores de riesgo más en los hombres que en las mujeres.
Mientras tanto, hay otros factores de riesgo para el desarrollo de alzhéimer que afectan más a las mujeres que a los hombres.
Por ejemplo, más mujeres desarrollan depresión, y el ánimo depresivo se ha vinculado con la aparición del mal de Alzheimer. Otros factores de riesgo afectan solo a las mujeres, como la menopausia quirúrgica y complicaciones del embarazo como la preclamsia, los cuales se han relacionado con el declive cognitivo más adelante en la vida.
Los roles sociales, como dar cuidados, también pueden incrementar la posibilidad de desarrollar demencia.
Hay investigación sobre si ser un cuidador es en sí mismo un factor de riesgo para la enfermedad de Alzheimer, explica Annemarie Schumacher, psicóloga sanitaria. En Reino Unido, entre 60-70% de los cuidadores no asalariados que cuidan de alguien con demencia son mujeres.
«La prevención dividida por sexos puede empezar por tener más información sobre estos factores de riesgo específicos de las mujeres», señala Maria Teresa Ferretti, investigadora biomédica sobre la enfermedad de Alzheimer en la Universidad de Zúrich, Suiza.
Investigación por sexos
El grupo Proyecto del Cerebro de Mujeres (WPB, por sus siglas en inglés), cofinanciado por Santuccione-Chadha, Ferretti y Schumacher así como por el químico Gautam Maitra, acaba de publicar un informe en el que analiza la literatura científica de una década sobre el alzhéimer.
Para la elaboración del estudio se revisaron datos existentes y se les pidió a los científicos que los estratificaran por sexos por primera vez.
«Las diferencias más obvias que surgen en la literatura radican en la exhibición y progresión de síntomas cognitivos y psiquiátricos entre hombres y mujeres con la enfermedad de Alzheimer. Con base en estos nuevos estudios podemos diseñar nuevas hipótesis y averiguar nuevas formas de mejorar el tratamiento de los pacientes», sostiene Ferretti.
Actualmente, por ejemplo, el alzhéimer se detecta buscando dos proteínas tóxicas que se acumulan en el cerebro. Las pruebas sugieren que no hay diferencia en los niveles de estas proteínas, o biomarcadores, en hombres y mujeres con la enfermedad de Alzheimer. Pero las mujeres muestran un deterioro cognitivo mayor.
Como resultado, los biomarcadores «pueden tener un valor predictivo diferente en hombres y mujeres», indica Ferretti: «Quizá tengamos que ajustar el escaneo, los biomarcadores bioquímicos y neuropsicológicos para hombres y mujeres o encontrar biomarcadores específicos de cada género».
Progresión más rápida
Otra pregunta para los investigadores es por qué la enfermedad progresa más rápidamente en mujeres que en hombres después del diagnóstico. Una escuela de pensamiento sugiere que el estrógeno protege el cerebro de la mujer cuando es más joven, pero que esos beneficios decaen, al igual que el estrógeno, después de cierta edad.
Otra investigación sugiere que las mujeres se desempeñan mejor en los tests iniciales, lo que puede conducir a diagnósticos perdidos en una primera etapa lo que también puede llevar a que los médicos subestimen la severidad de la enfermedad.
Si ese es el caso, quizá se deban modificar los exámenes de diagnóstico para reflejar las diferencias neuropsicológicas entre hombres y mujeres.
El reto de los ensayos clínicos
Otro reto se relaciona con cómo se diseñan los ensayos clínicos para la medicación para el Alzheimer. Caros y largos, tienden a tener una división casi par entre géneros, pese a que más mujeres lidian con la enfermedad.
Para otros males, como la depresión o la esclerosis múltiple, «la prevalencia se refleja a menudo en los ensayos», explica Santuccione-Chadha.
«Si más mujeres se ven afectadas por esas enfermedades, más mujeres se incluyen habitualmente en los ensayos», añade.
Ese enfoque parece haber funcionado: «En estas enfermedades, hemos sido testigos de medicaciones exitosas», dice. Por el contrario, la mayoría de los ensayos clínicos con medicaciones para el Alzheimer en la última década fracasaron.
En comparación con otras enfermedades, la investigación sobre la demencia también sigue estando mal financiada. Históricamente en Reino Unido, se invierte mucho menos en investigación de nuevos tratamientos para la demencia que lo que se destina para el cáncer, según datos de la Universidad de Oxford.
La discrepancia en la financiación se repite en todas partes: en 2017 en Estados Unidos, los datos de los Institutos Nacionales de Salud sugieren que se gastaron $ 3,03 millardos en investigación sobre el alzhéimer y enfermedades relacionadas, mientras que a la investigación sobre el cáncer se dedicaron $ 9,87 millardos.
Los recursos para la investigación están creciendo año tras año con ayuda de recientes compromisos de alto nivel, como la donación por parte de Bill Gates de $ 50 millones. Pero «todavía hay margen para reducir la diferencia con otros males», dice Hilary Evans, directora de la organización británica Alzheimer’s Research de Reino Unido.
«Debemos ver más impulsos significativos de financiación para asegurar que hacemos los mismos avances para las personas con demencia que lo que hemos visto con el cáncer y las enfermedades del corazón en años recientes».
Los trucos de Brenda
En cuanto a Brenda, ella se apaña con la ayuda de un dispositivo de GPS que compró después de hacer un viaje en el tren equivocado, y con notas de recordatorio que su esposo Stephen pone por toda la casa. Ambos dicen que planean continuar involucrándose en discusiones e investigaciones.
La participación de parejas como Brenda y Stephen es esencial. La investigación que se realiza poniendo el sexo y el género en primera línea ya está generando nuevas posibilidades sobre cómo detectamos, tratamos y apoyamos al creciente número de personas que viven con la enfermedad.
Identificar algunas diferencias puede ayudar a resolver uno de los grandes misterios médicos de nuestra época. Una oportunidad, coinciden los expertos, que seríamos tontos de no aprovechar.
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